José A. Crespo
TLC: el capítulo agrario
El año se inicia con protestas y descontento por la total liberalización comercial de maíz, frijol, leche y azúcar, estipulada en el Tratado de Libre Comercio. Se teme que eso avasallará al agro mexicano. El TLC recibió en su momento el respaldo de una mayoría de la opinión pública (70%), bajo la ilusión de que nos ayudaría a aproximarnos al Primer Mundo. Pero grupos y personajes más específicos se opusieron con firmeza al Tratado o a partes específicas de él. El artífice del TLC, Carlos Salinas de Gortari, hace un recuento de las diversas oposiciones al Tratado (México: un paso a la modernidad. 2000). En primerísimo lugar, el PRD, que ahora tomará como bandera de protesta su capítulo agrícola. Cuauhtémoc Cárdenas decía entonces que el TLC era “un instrumento para cerrar el paso a la alternancia democrática en el país”. No lo fue, al menos, no a la alternancia por el flanco derecho. En el círculo intelectual, los más activos para oponerse al Tratado fueron Adolfo Aguilar Zinser y Jorge Castañeda, quienes señalaban “que se estaba renunciando a un capitalismo nacional”.
Al TLC no sólo se opusieron el PRD y la izquierda social, sino también facciones dentro del PAN. A favor estaban Diego Fernández de Cevallos (el aliado histórico de Salinas) y Carlos Castillo Peraza, quien señalaba como acertado “que se establezca un plazo de 15 años en lo que atañe a la liberalización comercial del maíz y el frijol, pues de abrirse de inmediato… los productores mexicanos se verían virtualmente devastados por la competencia extranjera” (Nexos, Sep/1992), afirmación que, pese al plazo cumplido, está todavía en veremos. En contra estaban Felipe Calderón y José Ángel Conchello, quien declaró que “ningún mexicano bien nacido firmaría el TLC”. Y Jorge Ocejo, de la Coparmex (hoy senador del PAN), manifestó en forma persistente su oposición al TLC: en 1991 dijo que el Tratado pondría en peligro los valores de los mexicanos, pues “acarrearía fenómenos negativos de transculturalización”. Dentro de la Iglesia hubo también divisiones. Algunos jerarcas, como Ernesto Corripio Ahumada y Juan Jesús Posadas Ocampo, respaldaron el TLC, pues significaba “una oportunidad de avance porque México no puede ni debe quedar aislado”. Sin embargo, la Comisión de la Pastoral Social del Episcopado afirmó que el TLC se había suscrito “a espaldas del pueblo”.
Y con respecto a las organizaciones campesinas, recuerda Salinas: “Desde 1989, a iniciativa nuestra, se constituyó un mecanismo de diálogo y agrupación que contemplaba a todas las organizaciones rurales… el Congreso Agrario Permanente (CAP). A lo largo del proceso de negociación, el CAP participó con intensos debates, sin llegar a una posición unánime sobre la inclusión de los productos agropecuarios en el TLC… Gracias a los encuentros que celebré con todas las organizaciones del CAP, pudimos aclarar los aspectos más controvertidos entre el campo y el TLC… Por eso la principal organización campesina del PRI, la CNC, construyó un apoyo razonado”. Esta organización, dirigida entonces por Hugo Andrés Araujo, quien exigió “como precondición para incluir los productos agropecuarios en el TLC, que el Estado mexicano promoviera una política de nuevo tipo a favor del campo. Tenía razón dice Salinas: incluir en la negociación el maíz y el frijol junto con otros productos básicos y fijar sólo plazos largos para la desgravación era una insensatez. Había que sumar un claro y amplio programa de apoyo rural”. Hoy la CNC denuncia el Tratado y propone blindar y subsidiar al maíz, el frijol, la leche y el azúcar. Incluso, según algunos líderes priistas, temen por su tradicional clientela electoral, que podrían perder ante el embate agraria que vislumbran.
Cabe también recordar la “sensibilidad” típicamente tecnocrática frente al problema, cuando un grupo de campesinos expusieron al entonces secretario de Comercio, Jaime Serra Puche, su preocupación sobre el impacto de la apertura a los bienes agrícolas de subsistencia y éste respondió con un frío “dedíquense a otra cosa” (como irse a Estados Unidos, supongo). Además, pudo haber agregado, “no traigo cash”. Al fin que eso de la pobreza y la desigualdad en México eran “mitos geniales”. Salinas, en una posterior evaluación del Tratado, señaló: “A finales de los años 90, no se tenían estudios suficientemente precisos como para determinar cuál había sido el efecto del TLC en el campo. Los análisis más serios señalaban que mediante el Tratado se había conseguido impulsar algunas exportaciones mexicanas a Estados Unidos… El TLC es una herramienta para modernizar al campo mexicano, pero de ninguna manera es suficiente. De ahí que demandaba complementos indispensables como los apoyos directos de Procampo”.
Muchos especialistas señalan que el TLC ha sido esencialmente benéfico al comercio mexicano, que los ingresos por exportaciones a Estados Unidos se han incrementado significativamente. La cuestión es si a los sectores más atrasados del campo mexicano la apertura total no vendrá a darles la puntilla (los dedicados exclusivamente al autoconsumo, se infiere, estarán a salvo de los vientos del norte). Aunque, para el gobierno, el campo mexicano es comparable a los verdes y lujosos campos de golf donde Lorena Ochoa compite y gana. ¡Un campo ganador, como Lorena! El México ganador que ofrecía Felipe Calderón en su campaña. Ni la burla se perdona. Todo indica, pues, que quienes impulsaron y respaldaron la liberalización del maíz, el frijol y la leche pecaron de optimistas creyendo que en estos años el país podría reducir la enorme asimetría que en este rubro hay entre los dos socios. La ayuda que ofreció Calderón al campo confirma que ese cálculo falló.
Kikka Roja