Los Salinas y la partida secreta
Lo del agua al agua: esta semana la Tesorería de la Federación recibirá más de 75 millones de dólares procedentes de las cuentas congeladas por Suiza a Raúl Salinas de Gortari en 1995. Con la devolución de ese dinero, consentida por el depositante, se comprueba que Carlos Salinas de Gortari utilizó recursos públicos en beneficio de sí mismo y su familia, procedentes de la partida secreta del presupuesto federal, que en su sexenio sumó más de 850 millones de dólares. Por lo menos una octava parte de esos fondos, que debieron aplicarse a fines públicos, gubernamentales, fueron a dar a las cuentas suizas del hermano incómodo.
En realidad, era conocido el tránsito de esos millones de dólares de las arcas públicas a cuentas privadas. Lo mencionó, airado, el propio Raúl Salinas de Gortari a su hermana Adriana en una conversación telefónica que se le permitió sostener mientras estaba preso en Almoloyita, la cárcel estatal mexiquense en que concluyó su estancia carcelaria. Interceptado y grabado el telefonema por el Centro de Investigación y Seguridad Nacional, fue difundida por el principal noticiario de Televisa, en una filtración que Carlos Salinas atribuyó al mismísimo Ernesto Zedillo, su sucesor.
La conversación fue transmitida el 10 de octubre de 2000. Furioso porque se sentía o sabía abandonado por su hermano el ex presidente, el primogénito de Raúl Salinas Lozano y Margarita de Gortari formuló amenazas que no llegó a cumplir. De alguna manera que ignoramos, fue disuadido de hacer lo que anunciaba irritado: “Todo lo voy a aclarar, de dónde salieron los fondos, quién era el intermediario, para qué eran, de dónde salieron y donde fueron. Porque creo, efectivamente, que la sociedad merece una aclaración completa”.
Aunque parcialmente y sin su participación, ocho años después ocurrirá lo que Raúl Salinas avisó a su hermana: “Voy a decir qué fondos salieron del erario público, para que se devuelvan. Yo creo que con eso la sociedad sí quedará contenta. Con esas mentiras a mí solamente me dañan y nadie se lo cree.” Se quejó de su hermano: “¿Por qué no me apoya?, ¿por qué no dice que los fondos son lícitos?... ¿por qué sale con el cuento ese de que ‘me lastimó’ y que ‘me hizo mucho daño’?
Por esos días el ex presidente había vuelto a México, a presentar su libro “Un paso a la modernidad”, y había formulado declaraciones de autoconmiseración por la suerte de su hermano, que suscitaron aquella reacción de Raúl. Sólo admitió, sin embargo, que quien en su gobierno había adquirido fama por las comisiones que recibía en negocios en que interponía su influencia, era responsable de falsificar documentos (como el pasaporte en que Raúl aparecía con otro nombre).
Adriana quiso precisar eso, que Carlos se había referido sólo al uso de esos papeles, pero Raúl aclaró a su hermana: “Sí, Adriana, los saqué a través de Gobernación por instrucciones de él”. Ella intentó defender al ex presidente: con una precisión sólo sobre ese punto, no sobre el origen y el destino del dinero: “Esos tú los sacaste y no por órdenes de Carlos, no digas mentiras”. Pero Raúl no la escuchaba y seguía: “Y por órdenes de Carlos se compró la casa de Explanada…Todo, todo lo voy a decir, Adriana, pero es una cobardía de Carlos atacarme públicamente. Es una cobardía y una traición de hermano”.
Raúl fue aún más allá: “Es una cobardía gigantesca de Carlos estarme mandando recados con Juan José (el hijo de Raúl) de que le mande dinero porque el dinero es de él. ¡Y venir a decir que no sabía nada!”.
El ex presidente consiguió que su hermano guardara silencio y no pusiera en práctica sus amenazas. Raúl estaba entonces en una posición frágil, pues purgaba una sentencia por la autoría intelectual de la muerte de su ex cuñado José Francisco Ruiz Massieu, y autoridades de Suiza y de Francia indagaban la procedencia de los dólares depositados en Zurich. Los investigadores consiguieron declaraciones de testigos protegidos que los hicieron concluir que el origen de ese dinero era la protección al narcotráfico que Raúl Salinas estaba en situación de proveer durante el gobierno de su hermano. Pero ese procedimiento tuvo que ser cancelado, quedando abierta la posibilidad de que se tratara de dinero del gobierno mexicano trasladado indebidamente a las cuentas de Raúl. En las postrimerías de su sexenio, por los días del telefonema interceptado, Zedillo hizo que se acusara por peculado al hermano incómodo de quien lo instaló en la Presidencia.
La acusación no prosperó. El 8 de octubre de 2004 Raúl quedó exonerado definitivamente de ese delito, no porque no hubiera recibido más de 100 millones de dólares del erario, lo cual no quedó esclarecido entonces, sino porque la naturaleza de la partida secreta hacía imposible determinar que hubiera habido la desviación de recursos públicos en que consiste el peculado. La partida secreta era un fondo multimillonario que el presupuesto federal asignaba a la Presidencia de la República , cuyo monto llegó a niveles escandalosos durante el sexenio de Salinas, que recibió más del doble que su antecesor Miguel de la Madrid. El Ejecutivo podía utilizar discrecionalmente esos fondos, que no estaban programados (es decir no se dirigían a rubros específicos) ni su gasto sujeto a comprobación y rendición de cuentas. La Contaduría Mayor de Hacienda, entonces el órgano fiscalizador en manos del Congreso, no estaba facultada para supervisar el uso de ese dinero, manejado por funcionarios cercanísimos a Salinas, como su director de administración Ernesto Sentíes y su secretario privado, Justo Ceja, que ha desaparecido después de que se pretendió llevarlo ante la justicia.
Puesto que no tienen destino establecido, no puede hablarse de desviación de recursos. De esa circunstancia formal se valió la defensa de Raúl para eludir la acusación de peculado, aunque no ha podido todavía librarlo del último proceso que está abierto en su contra, el de enriquecimiento inexplicable. No obstante aquella imposibilidad formal de probar el mal uso del dinero público, el gobierno mexicano insistió ante el de Suiza en que se trataba de fondos federales, por lo que obtuvo la devolución de los más de 75 millones de dólares anunciada el miércoles pasado por el subprocurador de asuntos internacionales de la PGR José Luis Santiago Vasconcelos.
La justicia suiza devolverá una cantidad semejante al empresario Carlos Peralta, quien desde hace ocho años ha reclamado como suya una porción de las cuentas de Salinas. Desde que le fueron congeladas, éste explicó que las abrió con aportaciones de un grupo de amigos suyos, empresarios con quienes haría negocios. Además de Peralta, Raúl mencionó a Roberto González Barrera, suegro de Carlos Hank Rohn, también incluido en el grupo de empresarios exitosos que confiaban millones de dólares a quien no había emprendido jamás operación empresarial alguna; estaban en la lista ofrecida por Raúl, igualmente, Carlos Cabal Peniche y Adrián Sada. Salvo Peralta, ninguno de ellos se apersonó en Suiza en busca de su dinero, lo que hizo presumir que no lo era. El propietario de Industrias Unidas, en cambio, demostró que en efecto había entregado en custodia 50 millones de dólares a Raúl, y por ello ha obtenido su devolución. Tanto Peralta como el gobierno recibirán el monto de los intereses causados desde la congelación de los fondos, que por eso pasaron de 110 a 150 millones.
Sin mencionar la conversación de sus hermanos, Carlos Salinas se refiere a los casos en que aquél estuvo involucrado, en el capítulo cinco de su nuevo libro “La década perdida”, titulado “las libertades y el estado de Derecho”. Un sobretiro de ese capítulo está siendo distribuido por Raúl Salinas que de ese modo se afilia a la tesis manejada por su hermano sobre su inocencia respecto de sus andanzas financieras, y deja atrás cualquier posibilidad de que se conozca el papel que directamente ejerció el Presidente en el uso y destino de la partida secreta.
Con motivo de la edición de su libro, el ex presidente se ha mostrado muy locuaz. Acordó entrevistas y contesta los comentarios que la publicación suscita. Será útil que en esa misma línea de comunicación hable en público de la decisión suiza de devolver dinero que su hermano depositó y explique el destino de los 850 millones de su partida secreta, que hoy debería dejar de serlo.
EL PASADO PRESENTE
El 23 de junio de 2004 la Procuraduría General de la República exoneró a Lino Korrodi del delito de lavado de dinero, en que habría incurrido al reunir fondos a través de la asociación civil Amigos de Fox para financiar la campaña de quien desplazó al PRI de Los Pinos. Hace apenas cuatro años de esa decisión ministerial y parece que ha transcurrido una eternidad.
En aquel momento, Lino Korrodi era todavía amigo del hombre a quien impulsó decisivamente a la Presidencia de la República. Pero se gestaba ya su rompimiento. En su libro “ La Diferencia ”, Jorge G. Castañeda y Rubén Aguilar ofrecen su testimonio sobre esa relación:
Dicen que Fox “siempre tuvo claro que no iba a incorporar a familiares y amigos personales en el gabinete. Quería romper con las viejas prácticas del sistema político. En ese grupo entraba Lino Korrodi, quien pidió ser considerado para una secretaría de tema económico, en particular Turismo. Fox asegura que cuando habló con él para decirle que siguieran siendo amigos, pero que buscara trabajo en otro lado porque él no estaba considerado para el gabinete, Korrodi no lo entendió. Pidió que lo mantuviera cerca. El Presidente dice que de Durazo se le había grabado una frase: ‘Para un priista pero también para otros, como Lino, es más importante estar cerca del poder y demostrarlo por medio de una foto con el Presidente, que tener un puesto en el gobierno’. Durazo le aseguró que esa cercanía con el Presidente se explotaba en todos los sitios y todos los niveles. Las personas cercanas al poder se acercaban a su vez con los empresarios o con los funcionarios a venderles proyectos o supuestas influencias.
“Korrodi no toleró la exclusión y, según Fox, terminó por pelearse con todo el mundo; con Fernández de Cevallos y con el PAN. Luego siguió la etapa de las denuncias públicas y la ruptura con el Presidente, quien hoy sostiene que sabía que Korrodi era una persona conflictiva, ambiciosa e incómoda para integrar un equipo de trabajo. Le había perdido la confianza; pensaba que había el riesgo de que se quisiera aprovechar de un cargo público para hacer dinero. A partir de esa experiencia y muy al inicio de su mandato envió una carta a todas las secretarías y dependencias del gobierno federal en la que les planteaba que quedaba estrictamente prohibido atender a cualquier miembro de la familia Fox, de la familia Quesada y también a sus amigos cercanos, subrayando que nunca hicieran caso de alguien que les dijera que venía ‘de parte del Presidente’.
“Fox quizá simplificaba su ruptura con Lino. Castañeda había escrito desde 2004: ‘Nadie, salvo Marta, fue insustituible en la campaña como Lino’. Y éste último se sintió, para luego ofenderse, no sólo por no recibir un puesto y ver obstruidas sus operaciones de gestoría, sino también por lo que percibió como una tibia defensa presidencial de su persona cuando vino la embestida contra Amigos de Fox. Tal vez la separación se antojaba ‘cantada’, pero la canción la entonaron ambos”.
Fox y Korrodi fueron amigos desde sus tiempos de jóvenes ejecutivos de ventas regionales en Coca-cola. Con José Luis González, apodado El Bigotón, formaron un trío que prosperó en esa firma internacional. A diferencia de Fox, quien al salir de Coca-cola y pretender modernizar las empresas familiares fracasó en su empeño, sus amigos tuvieron suerte en sus negocios personales, Korrodi como intermediario en el mercado del azúcar. Por eso ambos estuvieron en posibilidad de apoyar financieramente a Fox, desde que éste se interesó en la política y fue diputado y luego candidato a gobernador. Los dos participaron en la gestación de los Amigos de Fox, cuya operación quedó en manos de Korrodi cuando “El Bigotón” fue alejado del camino por sus diferencias con Marta Sahagún.
En los tiempos de vacas flacas de Fox, cuando no le iba bien en la vida familiar (se divorció de su esposa Lilian de la Concha , comadre de Korrodi), ni en la empresarial (negocios estaban al borde de la quiebra) ni en la política (distanciado del PAN porque aceptó la gubernatura interina en Guanajuato y acariciaba la idea de ingresar al PRD), Korrodi fue su acompañante más asiduo y generoso. Cuando Fox viajaba de San Cristóbal a la Ciudad de México para reunirse con activistas civiles o intelectuales, telefoneaba a Korrodi, que patrocinaba las comidas en que Fox ensanchó su mundo.
Luego, durante la campaña presidencial, mostró su destreza al obtener aportaciones empresariales y en la canalización de los recursos así obtenidos a un financiamiento paralelo con el que Acción Nacional sobrepasó las posibilidades logísticas del PRI, uno de los factores de su victoria. Él era responsable de recibir los fondos y girar los cheques que después fueron descubiertos por el Instituto Federal Electoral como piezas de una operación prohibida por la ley, que le valió al partido una multa por cerca de 400 millones de pesos.
Kikka Roja