Antes de su culminación, ya se le está diciendo adiós a la crisis. Y es que, en su componente financiero, será superada antes de que acabemos de discutir sus orígenes. La falta de confianza, la volatilidad, será superada rápido con la gran cantidad de dinero que los gobiernos están poniendo a disposición de las llamadas instituciones y de las empresas. La especulación también se reducirá porque la mayor parte de lo posible en este terreno ya se hizo y no podrá repetirse pronto en la misma magnitud.
Así, los gobiernos están en comunicación continua y superarán la emergencia. Pero, al final, la crisis seguirá ahí porque ésta tiene otro origen.
Los mercados estallaron por la acumulación de fenómenos ocurridos en la órbita de la producción y de la acumulación de capital. El estrechamiento del campo de las inversiones productivas generó una liquidez incontrolada. El problema se encuentra, entonces, en la forma de conducir la acumulación de capital. Cuando el mercado mundial no puede seguir impulsando la inversión productiva, llega un momento en que ésta se tiene que hacer más lenta aunque los excedentes sean muy cuantiosos. El problema consiste, entonces, en cambiar el patrón de distribución del ingreso para propiciar una ampliación de mercados y una acumulación de capital sin continuos frenos.
Esto es lo que ningún gobierno quiere aceptar, es decir, la necesidad de una redistribución del ingreso y, por tanto, la disminución de privilegios de aquella capa de la clase dominante que se encuentra en la cúpula y dirige todo el proceso de acumulación de capital.
Creo que no habrá manera de convencer a los gobiernos de que el problema no se resuelve sólo con una nueva regulación de los mercados financieros sino con un cambio en el proceso de apropiación del producto económico.
Dentro de poco, los mercados financieros será regulados, otra vez, como ocurrió después de la Gran Depresión, los gobiernos asumirán propiedad de bancos y otras instituciones, es decir, habrá un cierto estatismo de emergencia para salvar –se dice— al capitalismo, pero al final no habrá pasado nada singular, pues el patrón de acumulación de capital seguirá teniendo un límite, es decir, una estrechez respecto del tamaño de la humanidad, dentro de la cual se profundizará la desigualdad y, en su mayoría, continuará en el margen de la disposición del ingreso.
El capitalismo es un sistema que contagia ceguera porque no es capaz de verse a sí mismo tal como es. El clarín de mando se controla con una ecuación muy sencilla: ¿cuánto gano en un año por dólar invertido y a valor monetario constante? La respuesta es la clave para tomar decisiones. Todo lo demás es irrelevante. No importa, por tanto, hasta dónde se llegue sino hasta cuánto se gane por unidad invertida. Los gobiernos están ahí para hacer posible la realización de todo esto. El problema se encuentra en ellos.
Otro día veremos cómo nos alcanzará esa crisis en México. Hasta ahora no hemos visto gran cosa todavía.
pgomez@milenio.comAsí, los gobiernos están en comunicación continua y superarán la emergencia. Pero, al final, la crisis seguirá ahí porque ésta tiene otro origen.
Los mercados estallaron por la acumulación de fenómenos ocurridos en la órbita de la producción y de la acumulación de capital. El estrechamiento del campo de las inversiones productivas generó una liquidez incontrolada. El problema se encuentra, entonces, en la forma de conducir la acumulación de capital. Cuando el mercado mundial no puede seguir impulsando la inversión productiva, llega un momento en que ésta se tiene que hacer más lenta aunque los excedentes sean muy cuantiosos. El problema consiste, entonces, en cambiar el patrón de distribución del ingreso para propiciar una ampliación de mercados y una acumulación de capital sin continuos frenos.
Esto es lo que ningún gobierno quiere aceptar, es decir, la necesidad de una redistribución del ingreso y, por tanto, la disminución de privilegios de aquella capa de la clase dominante que se encuentra en la cúpula y dirige todo el proceso de acumulación de capital.
Creo que no habrá manera de convencer a los gobiernos de que el problema no se resuelve sólo con una nueva regulación de los mercados financieros sino con un cambio en el proceso de apropiación del producto económico.
Dentro de poco, los mercados financieros será regulados, otra vez, como ocurrió después de la Gran Depresión, los gobiernos asumirán propiedad de bancos y otras instituciones, es decir, habrá un cierto estatismo de emergencia para salvar –se dice— al capitalismo, pero al final no habrá pasado nada singular, pues el patrón de acumulación de capital seguirá teniendo un límite, es decir, una estrechez respecto del tamaño de la humanidad, dentro de la cual se profundizará la desigualdad y, en su mayoría, continuará en el margen de la disposición del ingreso.
El capitalismo es un sistema que contagia ceguera porque no es capaz de verse a sí mismo tal como es. El clarín de mando se controla con una ecuación muy sencilla: ¿cuánto gano en un año por dólar invertido y a valor monetario constante? La respuesta es la clave para tomar decisiones. Todo lo demás es irrelevante. No importa, por tanto, hasta dónde se llegue sino hasta cuánto se gane por unidad invertida. Los gobiernos están ahí para hacer posible la realización de todo esto. El problema se encuentra en ellos.
Otro día veremos cómo nos alcanzará esa crisis en México. Hasta ahora no hemos visto gran cosa todavía.
Kikka Roja