PLAZA PÚBLICA Claridosos Vargas y Martí Miguel Ángel Granados Chapa 28 Nov. 08 Aunque seguramente se presentarán logros reales y se buscará fingir que otros se alcanzaron, el sello de la reunión de hoy lo impondrá la infausta complicidad de funcionarios con la delincuencia Las exclamaciones de dos padres dolidos e indignados por el adverso destino de sus hijos marcaron el principio y el fin del centenar de días de vigencia del Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad. El día de su firma, Alejandro Martí espetó a los funcionarios el dilema ético que ellos mismos debían plantearse: "Si no pueden, renuncien". Y más de tres meses después, dirigiéndose a los responsables de la procuración de justicia y de la seguridad pública, Nelson Vargas los zahirió con la mexicanísima fórmula que define la inverecundia: ¡No tienen madre! El 21 de agosto se reunió, apenas por segunda vez en el curso de esta administración en vez de las cuatro que eran debidas, el Consejo Nacional de Seguridad Pública. Tras la firma del aparatoso documento que impone o sugiere obligaciones y actitudes a autoridades y sectores de la sociedad se dispuso que en 100 días sería evaluado el cumplimiento inicial de los compromisos pactados. Hoy se realizará esa medición, los funcionarios rendirían cuentas de lo que hicieron en este plazo en torno de esos tres grandes valores tan alabados como ofendidos (seguridad, justicia y legalidad). Se hará evidente lo sabido: a pesar de que no pueden con sus encargos, como lo muestra el incremento de la criminalidad, nadie ha tenido la honradez de aceptar el ultimátum de Martí. Quizá sea por la razón aducida por Vargas. Sólo una renuncia ha habido en ese terreno y en este lapso. Que ni siquiera fue renuncia. Roberto Campa, secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, y del Consejo correspondiente, quien leyó el documento suscrito entonces, ha sido sustituido por Monte Alejandro Rubido García. El modo de ese relevo muestra, como en una nuez, la naturaleza de uno de los principales problemas de la administración de seguridad, que es el funesto papel cumplido por el secretario del ramo, Genaro García Luna. Su oficina informó al comienzo de septiembre que Campa había renunciado a su cargo. El presunto dimitente aclaró después que era falso: él no renunció; fue despedido, y así lo explicó al presidente de la República, que por engaño de su colaborador García Luna creyó también en el retiro voluntario de Campa. Cuando se hizo pública la doble maniobra: echar a Campa y simular que se había ido por decisión propia, García Luna debió haber sido desenmascarado o corregido. Pero nada ocurrió. Se salió con la suya, como siempre, y como siempre con el aval presidencial, reiterado apenas el domingo pasado, cuando Calderón resultó fiador de la probidad de su secretario. Cualesquiera que sean los resultados que aduzcan las partes comprometidas a evaluarlos hoy, serán insuficientes para atenuar la sensación pública de desesperanza y temor generada por la incesante criminalidad, y la paralela y creciente conciencia de que ese auge del delito sólo es posible ya no digamos por la lenidad e ineficacia de las autoridades, sino por la penetración de las mafias del hampa en altos puestos de la PGR y la SSP. Podrá alegarse que la detención, procesamiento o arraigo de decenas de miembros de esas dependencias es muestra de que el combate a la delincuencia organizada se libra con éxito, pues están siendo depuradas las corporaciones minadas por la corrupción. El argumento, sin embargo, no es enteramente atendible, porque en la ruleta de la vida nada nos asegura que los funcionarios que hoy se ufanan de la limpieza emprendida queden en algún momento incluidos en esa operación; y porque se mide con varas diferentes a los sentados en el banquillo de los acusados: el testimonio de un testigo protegido puede ser suficiente para arraigar, por ejemplo, a un comandante remiso de la PFP, Javier Herrera Valles, pero inútil en el caso de Mario Arturo Velarde, secretario que fue de García Luna en la AFI, a quien el Ministerio Público escucha con atención y le permite marcharse a su casa sin iniciar acción alguna en su contra: la misma fuente, señalamientos semejantes, producen consecuencias opuestas. La amabilidad del Ministerio Público (es decir, de la SIEDO, de la PGR) no se limita a Velarde. Se extendió también a Óscar Ortiz, que fue chofer de la familia de Nelson Vargas y podría, según ese padre atribulado, pertenecer a la banda que secuestró a su hija hace un año, dos meses y 18 días. Muy tardíamente, y por otros motivos, Ortiz fue detenido. A instancias de Vargas, se le interrogó sobre el secuestro de Silvia Vargas Escalera y su antiguo empleado negó tener que ver con ese delito. Y eso informa la PGR: que dice Ortiz que no es responsable. Y con ese dicho asegura que no han transcurrido en vano los 445 días que dura la desaparición de la joven. Se han hecho multitud de diligencias como ésa. Y en mayo se inició una averiguación contra agentes del Ministerio Público, no por corrupción, no; sino porque manejaron mal sus pesquisas. "Lo asombroso e indignante -se dolió Vargas- es que desde el inicio del secuestro de mi hija Óscar Ortiz González estaba dentro de las personas que yo señalé como posibles sospechosas, y le solicité a la PFP investigara, misma información que fue entregada a la SIEDO...". Y sin embargo, añadió, "la propia autoridad nos ha dicho que no tenemos nada que nos lleve a encontrar a Silvia; si esto no es nada: un hombre que trabajó cerca de dos años con mi familia y sabemos que sus hermanos son de una banda que ya ha hecho secuestros: ¿eso es no tener nada? ¡Eso es no tener madre!"... Cajón de Sastre El martes por la noche murió Fanny Rabel, artista y militante que enriqueció la pintura y el grabado en México. Nacida Rabinovich en la Polonia de entreguerras, en 1938 vino a México con su familia (de gente de teatro, cuyos genes llegaron a Paloma Woolrich, hija de Fanny). Estudió pintura en La Esmeralda y trabajó cerca de Diego Rivera y Frida Kahlo, aunque ejerció su estilo propio y voló con sus alas. Una pared en el Centro Deportivo Israelita da cuenta de su destreza en el arte. Con su lápiz y su buril dejó una extensa muestra de su sensibilidad humana y artística al fijar su atención en rostros y figuras infantiles que al mismo tiempo enternecen y sublevan el ánimo de quien los mira como seguramente ocurría con la autora. Afectada en sus años postreros por una cruel enfermedad, su muerte le ha dado la ventura que su corazón mereció siempre. Correo electrónico: miguelangel@granadoschapa.com |
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