Alfredo Jalife-Rahme
El cuadrángulo de la muerte: India-Pakistán-Afganistán-Cachemira
Ampliar la imagen Soldados ocupantes acordonaron la zona donde el pasado 27 de diciembre un atacante suicida hizo estallar su automóvil cerca de la embajada de Estados Unidos en Kabul Foto: Ap
Sea quien fuese el real autor intelectual (no el multimediático ni, a nivel microscópico, los manipulados “tontos útiles” con disfraz jihadista) de la carnicería de Bombay, el centro financiero más importante del subcontinente indio, consiguió derrocar las fronteras virtuales y soberanas del “cuadrángulo de la muerte” conformado por India, Pakistán, Afganistán y Cachemira, que ahora se funden en una sola región geopolítica bélica con múltiples vasos comunicantes etnorreligiosos y, sobre todo, la zona más peligrosa del planeta, como había alertado el geoestratega ruso Evgeny Primakov, donde colisionan los intereses de Estados Unidos con los de China y Rusia.
China emergió como el triunfador relativo del tsunami financiero global. En forma ominosa, el “cuadrángulo de la muerte” ostenta fronteras comunes con China: India (3 mil 380 kilómetros), Pakistán (523 kilómetros), Cachemira (365 kilómetros) y Afganistán (76 kilómetros).
El real autor coloca a India en el “cuadrángulo de la muerte” y golpea al BRIC en sus entrañas. A “alguien” le conviene explotar el espantapájaros aburrido del fundamentalismo islámico de Al-Qaeda (para los lectores de Bajo la Lupa, “Al-CIA”), cuyos obscenos hilos conductores llevan a los intereses supremos de la banca israelí-anglosajona desde su Génesis hasta su Apocalipsis global.
Estados Unidos libra una guerra en Afganistán desde el otoño de 2001 a consecuencia del montaje hollywoodense del 11/9 y mantiene una presencia militar importante en Pakistán, que se encuentra al borde de la balcanización que aceleró el ginocidio de Benazir Bhutto y que puede desembocar en un “Qaedastán”, un “Talibanistán” o un “Jihadistán” (ver Bajo la Lupa, 11, 18, 21, 25 y 28 noviembre de 2007).
Pakistán, que recurrió a la hipoteca del FMI debido al tsunami financiero estadunidense, ha profundizado su acercamiento con China y ha manifestado su deseo de pacificación con India, por lo que el viudo de Benazir, el presidente Asif Ali Zardari, presionado por Estados Unidos, dio inicio al riesgoso desmantelamiento de los siniestros Intra-Servicios de Inteligencia (ISI, por sus siglas en inglés), que presuntamente participaron en el genocidio de su esposa.
No se puede pasar por alto que Obama, quien sufre su primera grave crisis mundial a dos meses de empezar su mandato, ha colocado a Afganistán, en lugar de Irak, como el foco central de la “guerra contra el terrorismo islámico”.
Desde 1947, India y Pakistán, dos potencias nucleares proliferativas y consentidas por las grandes potencias del Consejo de Seguridad de la ONU, se han enfrascado en una larga lucha por la supremacía en Cachemira y Afganistán, tanto en forma directa (tres guerras) como por terroristas interpósitos.
En ciertos países “democráticos”, las elecciones están resultando una peligrosa invitación para perpetrar actos terroristas en sus vísperas. No se puede soslayar el aspecto “electorero” de la carnicería que se escenifica en el Día de Acción de Gracias estadunidense, en la vigilia de las elecciones en Cachemira, y a seis meses de los relevantes sufragios en India, cuyas ramificaciones electoreras alcanzaron a Israel, que sufrió varias bajas en su centro religioso de Bombay.
¿Se trató de un regalo envenenado tanto de Cheney-Bush, antes de despedirse, como de los derrotados neoconservadores straussianos, extensivo al súper halcón Bibi Netanyahu, quien puede ganar las próximas elecciones en Israel, susceptibles de desencadenar una guerra nuclear en contra de Irán?
La culpabilidad por automatismos condicionados apuntan a Pakistán, lo cual no cesa de ser muy simplista por obvia. La real autoría intelectual es única, pero sus ejecutores conforman un mosaico muy complejo de desmenuzar: la conexión de “ciudadanos” británicos islámicos, piratas somalíes, un empresario musulmán indio residente en Arabia Saudita: Al-Qaeda, LIskar-e-Taiba, jihadistas regionales, talibanes, musulmanes indios (153 millones del total de mil 148 millones, es decir, 13.4 por ciento), etcétera.
En términos estructurales macroscópicos, la verdadera causal es la “guerra contra el terrorismo” y su montaje hollywoodense del 11/9 de hace siete años del régimen torturador bushiano y la banca israelí-anglosajona, quienes manipularon militarmente a Pakistán y ahora lo han descompuesto al máximo con el fin de poner en jaque a las tres potencias euroasiáticas emergentes (Rusia, India y China), mediante las múltiples guerras del complejo-militar-industrial de Estados Unidos en el “arco de inestabilidad” que absorbe al Gran Medio-Oriente, que, en la definición geoestratégica del general Ariel Sharon, va en línea horizontal desde Marruecos hasta Cachemira (en plena efervescencia por el Choque huntingtoniano de Civilizaciones) y, en línea vertical, del Cáucaso (donde se acaban de redefinir los linderos de nuevo orden mundial en la periferia inmediata de la resucitada Rusia) hasta el cuerno de África (donde han brotado los piratas jihadistas del siglo XXI).
Ya habíamos advertido que desde el 11/9 de 2001, fraguado por los siniestros ISI en complicidad con los servicios de espionaje israelí-anglosajones, los ideólogos del Choque huntingtoniano de Civilizaciones habían pronunciado la muerte de Pakistán que ahora califican de “estado fracasado”.
La carnicería de Bombay, muy compleja y bien diseñada, es producto tanto de la geopolítica bélica en el “cuadrángulo de la muerte” como de la anarquía financiera, económica, política y social imperante en Pakistán, prisionero de la lucha intestina por el poder y el jaloneo de sus fuerzas centrífugas.
La guerra mundial en proceso, que libra la banca israelí-anglosajona para encubrir sus cuantiosas pérdidas especulativas en el seno del G-7, aceleró su paso en Bombay, y se escenifica en medio de la grave crisis multidimensional (financiera, económica, alimentaria, hidráulica y climática) que subsume el finiquito del caduco paradigma neoliberal y la profunda crisis de la civilización “occidental”.
Los autores reales de la carnicería de Bombay –es decir, los ideólogos del Choque huntingtoniano de Civilizaciones, la guerra contra el terrorismo islámico global y, en última instancia, los inventores primigenios del fantasmagórico Al-Qaeda (para los lectores de Bajo la Lupa, Al-CIA)– buscan óptimamente una cuarta guerra entre las dos potencias nucleares rivales del subcontinente indio (Pakistán e India) y, mínimamente, el regreso del fundamentalismo hindú del partido Bharatiya Janata en las cruciales elecciones de mayo que castigarían la ineptitud en materia de seguridad del partido plural multiétnico y laico del Congreso que refleja el mosaico etnorreligioso de India, también en grave riesgo de balcanización. Tanto mejor, en este escenario dantesco, si es entronizado Bibi Netanyahu como primer ministro de Israel por el “efecto Bombay”.
China emergió como el triunfador relativo del tsunami financiero global. En forma ominosa, el “cuadrángulo de la muerte” ostenta fronteras comunes con China: India (3 mil 380 kilómetros), Pakistán (523 kilómetros), Cachemira (365 kilómetros) y Afganistán (76 kilómetros).
El real autor coloca a India en el “cuadrángulo de la muerte” y golpea al BRIC en sus entrañas. A “alguien” le conviene explotar el espantapájaros aburrido del fundamentalismo islámico de Al-Qaeda (para los lectores de Bajo la Lupa, “Al-CIA”), cuyos obscenos hilos conductores llevan a los intereses supremos de la banca israelí-anglosajona desde su Génesis hasta su Apocalipsis global.
Estados Unidos libra una guerra en Afganistán desde el otoño de 2001 a consecuencia del montaje hollywoodense del 11/9 y mantiene una presencia militar importante en Pakistán, que se encuentra al borde de la balcanización que aceleró el ginocidio de Benazir Bhutto y que puede desembocar en un “Qaedastán”, un “Talibanistán” o un “Jihadistán” (ver Bajo la Lupa, 11, 18, 21, 25 y 28 noviembre de 2007).
Pakistán, que recurrió a la hipoteca del FMI debido al tsunami financiero estadunidense, ha profundizado su acercamiento con China y ha manifestado su deseo de pacificación con India, por lo que el viudo de Benazir, el presidente Asif Ali Zardari, presionado por Estados Unidos, dio inicio al riesgoso desmantelamiento de los siniestros Intra-Servicios de Inteligencia (ISI, por sus siglas en inglés), que presuntamente participaron en el genocidio de su esposa.
No se puede pasar por alto que Obama, quien sufre su primera grave crisis mundial a dos meses de empezar su mandato, ha colocado a Afganistán, en lugar de Irak, como el foco central de la “guerra contra el terrorismo islámico”.
Desde 1947, India y Pakistán, dos potencias nucleares proliferativas y consentidas por las grandes potencias del Consejo de Seguridad de la ONU, se han enfrascado en una larga lucha por la supremacía en Cachemira y Afganistán, tanto en forma directa (tres guerras) como por terroristas interpósitos.
En ciertos países “democráticos”, las elecciones están resultando una peligrosa invitación para perpetrar actos terroristas en sus vísperas. No se puede soslayar el aspecto “electorero” de la carnicería que se escenifica en el Día de Acción de Gracias estadunidense, en la vigilia de las elecciones en Cachemira, y a seis meses de los relevantes sufragios en India, cuyas ramificaciones electoreras alcanzaron a Israel, que sufrió varias bajas en su centro religioso de Bombay.
¿Se trató de un regalo envenenado tanto de Cheney-Bush, antes de despedirse, como de los derrotados neoconservadores straussianos, extensivo al súper halcón Bibi Netanyahu, quien puede ganar las próximas elecciones en Israel, susceptibles de desencadenar una guerra nuclear en contra de Irán?
La culpabilidad por automatismos condicionados apuntan a Pakistán, lo cual no cesa de ser muy simplista por obvia. La real autoría intelectual es única, pero sus ejecutores conforman un mosaico muy complejo de desmenuzar: la conexión de “ciudadanos” británicos islámicos, piratas somalíes, un empresario musulmán indio residente en Arabia Saudita: Al-Qaeda, LIskar-e-Taiba, jihadistas regionales, talibanes, musulmanes indios (153 millones del total de mil 148 millones, es decir, 13.4 por ciento), etcétera.
En términos estructurales macroscópicos, la verdadera causal es la “guerra contra el terrorismo” y su montaje hollywoodense del 11/9 de hace siete años del régimen torturador bushiano y la banca israelí-anglosajona, quienes manipularon militarmente a Pakistán y ahora lo han descompuesto al máximo con el fin de poner en jaque a las tres potencias euroasiáticas emergentes (Rusia, India y China), mediante las múltiples guerras del complejo-militar-industrial de Estados Unidos en el “arco de inestabilidad” que absorbe al Gran Medio-Oriente, que, en la definición geoestratégica del general Ariel Sharon, va en línea horizontal desde Marruecos hasta Cachemira (en plena efervescencia por el Choque huntingtoniano de Civilizaciones) y, en línea vertical, del Cáucaso (donde se acaban de redefinir los linderos de nuevo orden mundial en la periferia inmediata de la resucitada Rusia) hasta el cuerno de África (donde han brotado los piratas jihadistas del siglo XXI).
Ya habíamos advertido que desde el 11/9 de 2001, fraguado por los siniestros ISI en complicidad con los servicios de espionaje israelí-anglosajones, los ideólogos del Choque huntingtoniano de Civilizaciones habían pronunciado la muerte de Pakistán que ahora califican de “estado fracasado”.
La carnicería de Bombay, muy compleja y bien diseñada, es producto tanto de la geopolítica bélica en el “cuadrángulo de la muerte” como de la anarquía financiera, económica, política y social imperante en Pakistán, prisionero de la lucha intestina por el poder y el jaloneo de sus fuerzas centrífugas.
La guerra mundial en proceso, que libra la banca israelí-anglosajona para encubrir sus cuantiosas pérdidas especulativas en el seno del G-7, aceleró su paso en Bombay, y se escenifica en medio de la grave crisis multidimensional (financiera, económica, alimentaria, hidráulica y climática) que subsume el finiquito del caduco paradigma neoliberal y la profunda crisis de la civilización “occidental”.
Los autores reales de la carnicería de Bombay –es decir, los ideólogos del Choque huntingtoniano de Civilizaciones, la guerra contra el terrorismo islámico global y, en última instancia, los inventores primigenios del fantasmagórico Al-Qaeda (para los lectores de Bajo la Lupa, Al-CIA)– buscan óptimamente una cuarta guerra entre las dos potencias nucleares rivales del subcontinente indio (Pakistán e India) y, mínimamente, el regreso del fundamentalismo hindú del partido Bharatiya Janata en las cruciales elecciones de mayo que castigarían la ineptitud en materia de seguridad del partido plural multiétnico y laico del Congreso que refleja el mosaico etnorreligioso de India, también en grave riesgo de balcanización. Tanto mejor, en este escenario dantesco, si es entronizado Bibi Netanyahu como primer ministro de Israel por el “efecto Bombay”.
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