Alfredo Jalife-Rahme
La nueva “Doctrina Gates” y el “Síndrome Hezbollah” Bob Gates, secretario de Defensa que repite con Obama, publicó un ensayo susceptible de transformar el abordaje bélico de Estados Unidos en el ambiente multipolar (ver Bajo la Lupa; 7.12.08): “Una estrategia balanceada: la reprogramación del Pentágono para una nueva era” (Foreign Affairs; enero-febrero 09), que rompe con la tradicional inercia burocrática y exhorta al enfoque primario en los “conflictos no convencionales de hoy y mañana”; es decir, la “guerra asimétrica” que ha parado de cabeza al ejercito más poderoso del mundo, tanto en Irak como en Afganistán, y que expuso la vulnerabilidad de Israel, principal aliado de Estados Unidos en el Gran Medio Oriente, frente a la guerrilla chiíta Hezbollah en Líbano. Se quedó corta la Metamorfosis de Franz Kafka.El trauma de la catástrofe militar de Estados Unidos frente a la insurgencia guerrillera de sunitas y chiítas de Irak ha obligado a la “reprogramación” del Pentágono para lidiar con el nuevo desafío de la “guerra asimétrica”; es decir, la “Guerra de la Cuarta Generación” de William S. Lind (ver Bajo la Lupa; 25.6.08), a quien nunca cita el “realista” Gates. La nueva Estrategia Nacional de Defensa (NDS, por sus siglas en inglés) pregona un balance entre la modernización ineludible de las fuerzas convencionales, que absorben el aplastante presupuesto burocrático del Pentágono, y las nuevas necesidades más flexibles de la “contrainsurgencia”, para contrarrestar la “guerra asimétrica” que no goza de simpatía pecuniaria de los fiscalistas militares ni del Congreso: “lo que los militares denominan operaciones cinéticas deben estar subordinadas a medidas destinadas a promover una mejor gobernación, programas económicos que estimulen el desarrollo, y esfuerzos (sic) que canalicen los agravios entre los descontentos, reclutados por los terroristas”. Refiere que “Estados Unidos nada probablemente ni próximamente repetirá otro Irak o Afganistán; es decir, un cambio de régimen forzado seguido por la construcción del país bajo fuego”. El grave problema, a nuestro juicio, es que la “Doctrina Bush” de “guerra preventiva” con disfraz democrático cambia los regímenes aniquilando eternamente a los países. De ahora en adelante, tal tarea reconstructiva se realizará mediante “abordajes indirectos, primordialmente, la edificación de la capacidad de gobiernos socios y sus fuerzas de seguridad”. ¿Algo así como el fracasado Plan Colombia y su caricatura funesta, la calderonista Iniciativa Mérida? Su temor versa sobre las “consecuencias de no abordar adecuadamente los problemas expuestos por las insurgencias y los estados fracasados”. Sin definirlo explícitamente, expone la ominosa situación de Pakistán, ejemplo de “un Estado nuclear que puede colapsarse en caos y criminalidad”. La “contrainsurgencia” no es la forma preferida del Pentágono para librar sus “guerras largas”, por lo que los “esfuerzos (sic) militares de Estados Unidos deberán integrarse y coordinarse con las agencias civiles, así como comprometerse con el conocimiento del sector privado, que incluya a las ONG y a la academia”. ¿Dónde quedan los mercenarios privados y depravados tipo Blackwater? La verdadera victoria “es conseguir un objetivo político”, como definió Clausewitz, cuando los “potenciales adversarios –desde las células terroristas, pasando por los estados-canalla hasta los poderes emergentes– poseen en común haber aprendido que es imprudente confrontar a Estados Unidos directamente en términos militares convencionales”. Coloca en perspectiva las “amenazas convencionales” de Rusia y China: “la flota de guerra estadunidense es todavía la mayor de las siguientes 13 armadas combinadas del mundo, 11 de las cuales son aliadas o socias de Estados Unidos”. Repele el fantasma de la guerra fría y aduce que las “motivaciones de Rusia” en el Cáucaso “representan el deseo de exorcizar su humillación pasada para dominar su periferia inmediata, y no constituye una campaña ideológica para dominar al mundo”. Recuerda haber sido, durante su estadía en la CIA, un experto en la medición del poderío militar soviético y deduce que la Rusia de hoy es una sombra de su antecesor soviético”, con severos problemas demográficos. Alega que en el “mediano plazo” el “predominio de Estados Unidos en la guerra convencional es sostenible”, y realiza una pregunta acuciante: “¿En qué lugar libraremos una larga guerra convencional?” Con ausencia de enemigos mayores al frente, tal pregunta “realista” seguramente perturbará a los superbélicos neoconservadores straussianos. Su preocupación se centra en lo que denominamos el “Síndrome Hezbollah”: cuando las “milicias, grupos insurgentes, otros actores no estatales y militares de los países en vías de desarrollo adquieren cada vez más tecnología, letalidad y sofisticación, como fue ilustrado por las pérdidas y la victoria de propaganda que Hezbollah fue capaz de infligir a Israel en 2006. El realmacenamiento de Hezbollah en misiles y cohetes empequeñece el inventario de muchos países”. Gates cita a dos académicos militares: Michael Evans, quien describió las próximas guerras “en las que Microsoft coexistirá con machetes y la tecnología furtiva se conjugará con hombres-bomba”, y a Frank Hoffman, quien percibía que los “escenarios híbridos” (con “tácticas de destrucción” que van “de lo simple a lo sofisticado”) combinan “la letalidad del conflicto estatal con el fervor fanático y prolongado de la guerra irregular”. Recopila que en los recientes 40 años, con excepción de la primera Guerra del Golfo, las guerras que ha librado Estados Unidos han sido de corte “no convencional”: Vietnam, Líbano, Granada, Panamá, Somalia, Haití, Bosnia, Kosovo, Afganistán, Irak y el Cuerno de África. Invoca al general Charles Krulak, comandante del cuerpo de marines, quien predijo hace una década que en lugar del bien amado “Hijo de la Tormenta del Desierto”, los militares de Occidente están confrontados con el indeseable “hijastro de Chechenia”. Sin expresarlo explícitamente, Gates asesta una severa crítica al RAM (Revolución en Asuntos Militares), el espejismo de su antecesor Donald Rumsfeld y sus aliados neoconservadores straussianos: “no se debe descuidar la dimensión sicológica, cultural, política y humana de la guerra que es inevitablemente trágica, ineficiente e incierta, por lo que es importante ser escéptico de los análisis de sistemas, de los modelos computacionales y teoría de juegos, que sugieren lo contrario”. Sugiere que “habría que ser modestos sobre lo que la fuerza militar puede lograr y lo que la tecnología puede conseguir”, y concluye que durante sus 42 años de servicio en la “arena de la seguridad nacional” aprendió que dos de las más importantes cosas son “la apreciación de los límites y el sentido de humildad”. |
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