06-Ene-2009 Horizonte político José A. Crespo Lo que el vocero quiso decir Al finalizar el año pasado, Rubén Aguilar, ex vocero oficial de Vicente Fox, levantó gran estruendo con sus declaraciones al diario Frontera, de Tijuana. Hasta donde entiendo, lo dicho y aclarado por Rubén se refiere a una estrategia frente al narcotráfico, distinta de la seguida por Felipe Calderón, que no tiene buen rumbo. Rubén parte de la premisa, a mi parecer correcta, de que al narcotráfico no se le puede derrotar por la vía policiaca o la militar, por más que el gobierno lo repita como mantra sagrado y los ciudadanos nos hagamos ilusiones al respecto. Se puede apresar o incluso matar a algunos capos, que otros los sustituirán de inmediato. Se pueden expropiar miles de armas —incluidos aviones y submarinos— que muchas más quedarán sin ser localizadas. Se pueden decomisar millones de dólares en efectivo, que muchos más seguirán en los bolsillos de los capos y de sus socios y cómplices en las diversas agencias del Estado y en el sistema financiero. Se puede desarticular incluso uno o más cárteles, que otros llenarán ese vacío. Por ejemplo, la desarticulación de poderosos cárteles de Colombia y la prisión o muerte de importantes capos no impidió que ese país siga siendo el mayor productor de cocaína. El narcotráfico es como el Ave Fénix: resurge una y otra vez de sus cenizas. Pensar que eso puede acabarse con la violencia del Estado es ingenuo; más bien, los capos responden a la guerra con mayor violencia, con terrorismo, como un avispero al que se le ha dado de palos. No se trata —creo entender a Rubén— de pactar con los capos de manera formal, con documentos firmados y festejados en un acto público, sino de establecer los límites de acción de ambas partes o simplemente “hacer la vista gorda”, como en mayor o menor medida lo hicieron varios gobiernos del PRI —y por eso la inseguridad y la violencia asociadas al narcotráfico eran menores que hoy—. El ex vocero parece proponer en México reflexionar sobre la estrategia de pactar informalmente ciertos límites con los capos, dada la imposibilidad de derrotarlos, por un lado, y la dificultad política para legalizar las drogas, por otro. Sus declaraciones han generado airadas reacciones: incluso lo han tachado de loco o irresponsable. Pues loco e irresponsable tendrán también que considerar a un futuro presidente —de cualquier partido— cuando, ante el fracaso de la irracional estrategia actual —que genera miles de muertes inútiles—, tenga que modificarla. Y, desde luego, la pregunta que de inmediato surgió con la declaración de Aguilar es si entonces Vicente Fox pactó con los narcos. Para quien sepa algo del tema, es evidente que no. Es cierto que Fox estaba consciente de que uno de los mayores obstáculos para combatir a los capos era su enorme infiltración de las estructuras del Estado: “El narcotráfico no puede separarse totalmente del Estado mexicano; si ha podido desarrollarse y crecer a estos niveles es porque existe corrupción y colusión con los funcionarios públicos; jamás se podrá ganarle la batalla al narco si el enemigo forma parte del propio gobierno y la policía” (A Los Pinos, 1999). Una visión más precisa que la que tuvo Felipe Calderón al iniciar sus operativos contra los capos. Pero eso no significa que Fox haya pactado con los narcos; por el contrario, les declaró de inmediato una “guerra sin cuartel”. Cuando así lo anunció, escribí un artículo señalando que, de tomárselo Fox en serio, terminaría su sexenio en medio de gran descontrol y violencia, producto de esa guerra, como en efecto ocurrió. Comenté el tema con Adolfo Aguilar Zinser, entonces consejero de Seguridad Nacional. Nunca supe lo que pensaba Adolfo al respecto, pero me quedó claro que Fox sí hablaba en serio. Y por eso terminó su sexenio con una mayor inseguridad y violencia en el territorio nacional de las que nunca habíamos visto por esa razón (aunque ese récord ya fue superado por Calderón). Dice ahora Fox: “Cuando fui elegido en 2000, inmediatamente atacamos a los narcotraficantes… Pero cuando se enciende la luz en las esquinas, las cucarachas huyen. La presión que aplicamos dio por resultado una terrible oleada de violencia entre los jefes de los cárteles” (La revolución de la esperanza, 2008). Así fue. La macabra danza de las cabezas cercenadas se inició en la última etapa del gobierno de Fox. Y, por cierto, eso de que “estamos ganando aunque no lo parezca” no es una aportación teórica de Eduardo Medina-Mora; así lo sostuvo también el gobierno de Fox, justo a través de su vocero. Sin arrepentirse de su estrategia, el ex presidente terminó reconociendo que perdió esa batalla: “A fin de cuentas, mi gobierno fue insuficiente en esta área”. Y expresó su confianza de que a su sucesor le fuera mejor: “Calderón tiene la gran capacidad de lidiar con los asuntos que yo no pude resolver, como la seguridad y la lucha contra el crimen” (12/feb/07). Eso no se ha visto aún. Pero, a diferencia de Fox, Calderón difícilmente reconocerá su probable fracaso, incluso si fuese rotundo y flagrante. Hay quienes piensan que el Estado debe enfrentar a los cárteles sin importar el costo, para después pactar con ellos sobre una base de fuerza; pero no estoy seguro de que esta guerra esté afectando letalmente al narcotráfico. Los debilitados, en cambio, parecen ser el Estado y sus aparatos de seguridad. La Secretaría de la Defensa Nacional sostiene correctamente que: “El narcotráfico ha puesto en riesgo la viabilidad del país” (28/nov/08). Sí, pero no por el consumo de drogas, sino debido al combate militar y policiaco a su oferta. Aguilar dice hoy —creo que con razón— que con la estrategia de guerra frontal no se llegará a ningún lado, como no sea a un mayor nivel de inseguridad pública, violencia callejera y debilitamiento del Estado. Al menos, es lo que a mi juicio en realidad quiso decir el ex vocero de Fox. |
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