Denise Dresser
23 Feb. 09 reforma.com
El PRI, señalando con el dedo acusador. El PRI, erigido en angel exterminador. El PRI que ante la turbulencia desatada por Luis Téllez se posiciona como el partido "con más sentido del valor del Estado"; "con más capacidad de guiar la vida institucional del país", en palabras de su presidenta nacional. El PRI, que según una encuesta reciente recibe el 39.9 por ciento de la preferencias electorales, seguido por el PAN con 25.1 por ciento y el PRD con 15.4 por ciento. El PRI, beneficiario de la lógica tan arraigada de la opción "menos peor". Ayudado por un panismo al que le falta colmillo político y por un perredismo al que le sobra beligerancia. Impulsado por un gobierno que no ha sabido cómo desmantelar los peores vicios del corporativismo y acaba arrinconado por sus artífices.
El partido rechazado de manera contundente en las urnas hace apenas ocho años nunca se fue. Está allí, en la mayoría de los electores que se sienten identificados con una organización que hizo de la corrupción una forma de vida aceptable. Está allí, enquistado dentro de gobiernos panistas que ofrecían el rompimiento con un pasado autoritario, pero emulan sus peores prácticas. Está allí, evidenciado en cada una de las palabras de Luis Téllez. En muchos de sus actos. En muchas de sus omisiones. En muchas de sus conversaciones. En gran parte de lo revelado hasta el momento y en sus secuelas. Luis Téllez pensó que Carlos Salinas se robó la mitad de la partida secreta, pero nunca lo denunció. Luis Téllez supo que Emilio Gamboa regaló estaciones de radio a sus amigos e hizo negocios cuando pasó por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, pero nunca los cuestionó. Luis Téllez creyó que Purificación Carpinteyro había tenido un desempeño cuestionable al frente de Correos de México, pero nunca lo manifestó. Luis Téllez dio instrucciones al empresario Francisco González para ganar una licitación, pero nunca justificó públicamente su decisión. Hoy que Téllez se declara víctima de aquellos cuyos intereses supuestamente perjudicó, habría que preguntarse a quién se refiere. Porque la trayectoria del secretario no arroja una narrativa de firmeza sino de connivencia. A Téllez no lo hunden sus actos valientes sino su boca grande.
A lo largo de su paso por la administración pública Luis Téllez simplemente hizo lo que se esperaba de él; lo que el PRI le enseñó a hacer; lo que cualquiera que ha tenido un puesto gubernamental de alto nivel en México asume como normal. Cumplió con la "omertá" exigida, con la consigna requerida: callar para ascender, negociar para permanecer, claudicar para no ofender. Se volvió cómplice de un mundo donde todo es negociado y negociable. Sus flaquezas -ahora públicamente exhibidas- son las de un sistema conocido pero poco revelado. Ese mundo paralelo de la política mexicana construido sobre la palmada en la espalda y el guiño en el ojo. El favor otorgado y la lealtad recíproca. La concesión otorgada y la complicidad que engendra, tanto para quien la da como para quien la recibe. Y hoy Téllez extraña ese universo de reglas claras y predecibles, donde ser respetuoso de la institucionalidad implicaba nunca hacer pública la verdad sobre su funcionamiento.
"Somos más eficaces para gobernar", declara Beatriz Paredes sin el menor asomo de cinismo. Y quizás partiendo de la definición estricta de la palabra en el diccionario Larousse -donde la eficacia es descrita como "aquello que produce el efecto deseado"- la priista tiene razón. Tantos años de priismo han producido precisamente el efecto deseado. Funcionarios como Téllez, con credenciales impecables, corbatas espléndidas, reputaciones estelares, contactos envidiables, discursos encomiables. Pero detrás de la fachada asoma una persona dispuesta a jugar el juego de la misma manera; dispuesta a cerrar los ojos ante los actos de corrupción más evidentes. Quizás, como argumentan sus defensores, no es un hombre tan deshonesto como sus correligionarios en el gobierno. Pero sin duda ha sido un hombre débil. Con tal de seguir en la palestra fue capaz de tapar, ignorar, ofuscar, callar. Luis Téllez siente nostalgia por el PRI porque sigue siendo uno de los suyos.
Ésa es la eficacia priista de la cual tantos se jactan. La eficacia para doblar aun a los mejor intencionados. La eficacia para construir círculos concéntricos de silencio. La eficacia para presentar caras limpias detrás de las cuales se esconden historias sucias. Hoy que los priistas se burlan del gobierno por su ineficiencia y su inexperiencia mandan un mensaje: México necesita un ladrón para atrapar a otro ladrón. Y quizás somos corruptos pero también somos eficaces. Tanto como Luis Téllez.