Instalada en la filosofía del tío lolo, la clase política mexicana (léase quienes dicen gobernar este país) acumula cerca de tres décadas dándole vueltas a la noria. Todo modificó, para no cambiar nada. Desde la última crisis del régimen de la Revolución y la primera del neoliberalismo, quedó claro que entre las urgencias nacionales destacaba una reforma fiscal integral que eliminara los privilegios al gran capital, aumentara el padrón de contribuyentes y repartiera la carga tributaria de forma equitativa.
A golpe de discurso ha cabalgado cerca de 30 años, y parche tras parche (desde la crisis de 1982, el último año de gobierno de López Portillo, y la de 1983, el primero de Miguel de la Madrid y del neoliberalismo mexicano, quienes regalaron a los mexicanos 50 por ciento de aumento en el IVA, temporalmente) la frase ha sido la misma: es tiempo ya de una reforma integral en el sistema tributario, según el afinado coro de gobierno, partidos, legisladores y empresarios. Nada hizo el de la renovación moral, salvo incrementar los privilegios al gran capital. Aquella sacudida se superó, y la recuperación tuvo tres pilares: el aumento de impuestos a los contribuyentes cautivos, el petróleo y el terrorífico sacrificio social.
A lo largo del sexenio del ahora
ex presidente gaga (Salinas dixit), decenas, tal vez cientos de veces la clase política habló de la urgencia de una reforma fiscal integral, sólo en espera del siguiente inquilino de Los Pinos, el primer chaparro, pelón, pero sin lentes, cuya cabeza visible continuó con la modernización del país, aceleró la privatización del Estado, otorgó mayores privilegios fiscales al gran capital y fincó su solidaria estrategia en los mismos tres pilares, en espera de la siguiente administración pública, a la que heredó una crisis de proporciones pantagruélicas.
Llegó Ernesto Zedillo, el del bienestar para la familia (nunca precisó cuál, pero al final de su mandato quedó clara la identidad) y la transición de la Presidencia a la Gerencia de la República, con una crisis descomunal y las finanzas públicas en el subsuelo. Para superar la emergencia nacional recetó a los mexicanos una brutal dosis de aumentos en precios y tarifas del sector público, más un modesto incremento de 50 por ciento en la tasa del impuesto al valor agregado –igual de temporal que el aplicado por MMH y legisladores que le aplaudían– y otros gravámenes para los mexicanos de a pie, mientras desgravaba al gran capital. Los recursos obtenidos fueron a parar al Fobaproa y al pago de la deuda externa, en tanto que su estrategia se fincó en los mismos tres pilares. Eso sí, a lo largo del sexenio la clase política habló y habló de la urgencia de una reforma fiscal integral.
Tocó el turno a Vicente Fox, con su cambio y su democracia de, para y por los empresarios (léase del gran capital). Pretendió gravar con IVA alimentos y medicinas en lo que pomposamente llamó nueva hacienda pública redistributiva, que no fue otra cosa –amén de un intento fallido– que cargarle la mano a los de siempre. En sentido contrario actuó con el gran capital: más exenciones, menos impuestos, más créditos fiscales, etcétera, etcétera. La recaudación se estrechó, pero el precio petrolero internacional pagó el festín. Nunca el país recibió tanto dinero por la exportación de crudo, y tampoco nunca se dilapidó como en tiempos de la pareja presidencial, en medio del discurso de la urgencia de una reforma fiscal integral.
Y llegó el haiga sido como haiga sido, con su discurso de la neo abundancia nacional, del navío de gran calado, del no aumentaré los impuestos, de las finanzas públicas sólidas, del nunca más otra crisis en México, de su cuento de la lechera panista, sus planes para que en 2050 la economía mexicana ocupara la tercera o cuarta posición internacional y su chiste de que la crisis es externa. Y en medio de más privilegios para el gran capital, que llega el catarrito, se desploman precios y producción petrolera, crecen los enanos del circo, se cae aún más la recaudación y demás gracias, ante lo cual –la crisis externa– el creativo gerente de Los Pinos que a los mexicanos prometió vivir mejor, junto con partidos, legisladores, gobernadores y demás fauna, decide recetar a los de a pie un nuevo alud de impuestos, a la par que exenta al gran capital.
Todo lo anterior, en el marco del shock más severo de las finanzas públicas en 30 años, es decir, desde que comenzó la perorata de la clase política sobre la urgencia de una reforma fiscal integral. Y ya con el puñal fiscal de nueva cuenta clavado en la espalda de los mexicanos de a pie, producto de la Ley de Ingresos 2010, porque la clase política decidió el mal menor para ellos, ¿qué dicen los partidos políticos? ¿Qué piden los legisladores? ¡Sorpresa!: es tiempo ya de una reforma integral en el sistema tributario.
Frases para recordar: “se requiere una reforma fiscal redistributiva del ingreso, que agenciara recursos al Estado, de tal forma que quien más se hubiera beneficiado del sistema, más contribuyera… elevar la capacidad de respuesta del sistema tributario, para hacerlo más equitativo” (JLP). La reforma fiscal permite compensar el efecto negativo de la inflación sobre los ingresos públicos, a la vez que estimula la inversión productiva, a través de la reducción de las tasas impositivas. Se trata de restituir la equidad tributaria, y combatir la evasión (MMH). El fortalecimiento de los ingresos fiscales se sustentó en una profunda reforma fiscal: menor número de impuestos y menores tasas impositivas con mayor número de contribuyentes y un combate efectivo a la defraudación fiscal (CSG).
Zedillo ni siquiera se tomó la molestia de incluir en sus discursos la frase reforma fiscal. Se limitó a regalar a los mexicanos un aumento de 50 por ciento en la tasa del IVA (de 10 a 15 por ciento), con moño en forma de Roqueseñal, y una cascada de aumentos en precios y tarifas del sector público, mientras exentaba al gran capital, al igual que Fox y su nueva hacienda pública redistributiva, que en la práctica no pretendía más que IVA a medicinas y alimentos. Y los partidos: coincidimos en la necesidad de contar con una reforma fiscal que ofrezca alternativas de crecimiento y desarrollo sostenido (PAN); por una reforma fiscal justa, equitativa sin IVA en alimentos, medicamentos y libros (PRD); refrenda su compromiso político y social, su vocación de servicio, asumiendo la responsabilidad de recuperar la tarea de transformar a México (PRI).
Y aquí estamos, con otra puñalada fiscal en la espalda y escuchando lo de la “urgencia…”
Las rebanadas del pastel
El inquilino de Los Pinos ya decretó el fin de la recesión, pero no se emocionen, que sólo hay que recordar cuando decretó un catarrito… Gracias, Fisgón.
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