El Nobel de Obama disloca a Netanyahu
Alfredo Jalife-Rahme
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El premier israelí, Benjamin Netanyahu, durante una reunión con su gabinete, a principios de mes en JerusalénFoto Reuters
Ya hemos abundado sobre el síndrome de personalidad múltiple de Obama, quien exhibe un lado muy atractivo: su visión (muy utópica, pero loable) de un mundo libre de armas nucleares, al unísono de otros rasgos negativos que le impiden a cualquier presidente de Estados Unidos –a riesgo de ser asesinado (física o mediáticamente)– liberarse de los grilletes del omnipotente complejo militar industrial y de los intereses inexpugnables de la banca israelí-anglosajona.
El merecido, a nuestro juicio, Premio Nobel de la Paz a Obama fue otorgado a uno de los pocos estadistas en el mundo que abogan por la desnuclearización global, lo que ha exasperado a los superhalcones de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel.
Nada extrañamente, los poderosos multimedia controlados por la banca israelí-anglosajona y el triple complejo militar-industrial de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, se le han ido a la yugular a Obama por la obtención de su galardón que catalogan desde absurdo hasta de una broma por carecer de logros tangibles.
Curiosamente, los propietarios generacionales de los mismos multimedia israelí-anglosajones nunca protestaron en forma tan histérica los premios Nobel de la Paz otorgados a las palomas de sus jaulas repletas de etnocidas y asesinos en serie: Henry Kissinger, Menachem Beguin, Shimon Peres (padre de la bomba atómica israelí), etcétera.
La prensa británica se volcó furibundamente contra Obama. Michael Binyon, de The Times (9/10/09) –propiedad del superhalcón Rupert Greenberg, alias Murdoch, además de dueño del tóxico Fox News e íntimo del premier israelí Bibi Netanyahu–, expectoró que la absurda decisión sobre Obama convirtió en una burla (sic) al Premio Nobel de la Paz y fustigó al comité noruego de confundir esperanza con logros. ¿No valdrá la pena, de vez en cuando, premiar la esperanza, en momentos tan aciagos para el género humano, producto de las políticas nihilistas de la banca israelí-anglosajona?
Desconsolado, Glenn Kessler muestra el peine: un ataque contra Irán puede (sic) ser del interés de Estados Unidos. Pero, ¿es algo que autorizaría un galardonado con el Premio Nobel de la Paz? (The Washington Post, 9/10/09). ¡Pues no! ¿No vale el Nobel ese simple acto de control antibélico?
¿En qué radica el interés nacional de Estados Unidos de librar una guerra contra Irán, la cual solamente favorece los intereses unilaterales de Israel?
Un poco más sereno, Peter Beaumont, de The Guardian (9/10/09), comenta que la realidad (sic) es que el premio parece (sic) haber sido conferido a Barack Obama por lo que no es. Por no ser George W. Bush. O mejor dicho, por ser menos parecido al anterior presidente. ¿No es, acaso, razón suficiente para un Nobel de la Paz?
Tanto en mi comentario radiofónico quincenal en la UDG (los viernes a las 14.15 horas) con la muy pulcra Josefina Real como en Noticias de PCTV, con la solvente conductora Elisa Alanís, intenté demostrar, sin ocultar mi júbilo, las tres concreciones que, a mi muy humilde entender, hacen más que meritorio el galardón a Obama en tan sólo nueve meses de gestión: 1. el abandono del escudo misilístico antibalístico bushiano en el marco de la perezagruzka (reactivación, ver Bajo la Lupa, 11/3/09); 2. el esbozo de arreglo nuclear en Ginebra entre Estados Unidos e Irán (ver Bajo la Lupa, 7/10/09) que retrocede un paso atrás la guerra anunciada contra la antigua Persia, en el contexto de la visión de Obama de su mundo libre de armas nucleares, y 3. la atmósfera de ambientación mundial netamente antibushiana, es decir, la guerra permanente que Obama intenta desmontar desde la desnuclearización global, pasando por la reconciliación con el mundo islámico, en general, y con Irán, en particular (v. gr. su célebre discurso en El Cairo y las negociaciones directas de Washington con Teherán en Ginebra), hasta el intento de solución del nudo gordiano del conflicto árabe-israelí que pasa ineluctablemente por la creación de un Estado palestino.
Cualquiera de estas concreciones, por sí solas, ameritan el Nobel, ya no se diga cualquiera de los componentes de la nueva atmósfera de ambientación política de distensión y deshielo susceptibles de lubricar acuerdos constructivos que hagan un poco más seguro nuestro planeta zaherido.
El Nobel a Obama disloca a Bibi Netanyahu y su proyectada guerra contra Irán, detrás de quien se resguardan los superhalcones de Estados Unidos y Gran Bretaña (con su caricatura española José María Aznar López): Baby Bush, Dick Cheney, Tony Blair, los neoconservadores straussianos y el siniestro Comité del Peligro Presente (Committee on The Present Danger).
Aun la prensa israelí teme el carácter paranoide de Bibi Netanyahu de gatillo fácil (ver Bajo la Lupa, 12/7/09), de quien no se puede soslayar su notable participación en la elaboración del infame reporte Clean break (algo así como una limpieza conceptual) de 1996, de subtítulo Una nueva estrategia para asegurar el reino (¡supersic!), que selló la santa alianza de los neoconservadores straussianos incrustados en el Pentágono (v. gr. Richard Perle) y el neosionismo enarbolado por Netanyahu.
El Nobel de la Paz a Obama brinda la oportunidad a Estados Unidos de deslindarse del Clean break de la dupla superbélica de Perle-Netanyahu.
Conclusión: con el Premio Nobel de la Paz otorgado muy merecidamente a Obama, retrocede un paso la guerra anunciada contra Irán (ver Bajo la Lupa, 7/10/09): objetivo que busca desesperadamente el rijoso Netanyahu, a quien se le debería acreditar, si existiera, el Premio Nobel de la Guerra Permanente.
Curiosamente, los superhalcones de Estados Unidos están compuestos por civiles (cuya apabullante mayoría evitó el servicio militar y que en Estados Unidos llaman chicken-hawks, es decir, la mezcla teratológica en una sola persona de rasgos de polluelo y halcón): primordialmente los neoconservadores straussianos, los verdaderos controladores del bushismo superbélico, ya que los militares son más prudentes en abrir la caja de pandora del estrecho de Ormuz que dispararía el precio del petróleo a la estratósfera, cuando apenas se inicia la recesión global.
Lo peor radica en que la desacreditada cosmogonía militarista bushiana perdió cinco guerras consecutivas que aceleraron la decadencia de Estados Unidos –Irak, Afganistán (con o sin Obama era irrecuperable para cualquiera que sepa un mínimo de historia sobre el cementerio de los imperios), Líbano sur, Georgia y Gaza (estas tres últimas con su aliado israelí)–, sin contar su legado cataclísmico en las finanzas y la economía globales y su crisis multidimensional: energética, alimentaria, climática y civilizatoria.
Con el simple hecho de desmarcarse de Baby Bush, ya no se diga de contrastarlo en sus actos bélicos y nihilistas, sobran y bastan razones para otorgarle a Obama todos los premios Nobel de la Paz habidos y por haber.