México en el debate americano
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Observadores y Observados. De acuerdo a una encuesta de Mitofsky de enero pasado, al 70.1% de los mexicanos les importa poco o nada el proceso electoral del país vecino. El 64.2% de los encuestados dijo ser indiferente a quien gane o pierda en esa contienda y apenas el 11.7% tomó partido: el 3.8% por los republicanos y 7.9% por los demócratas. Estas cifras son congruentes con las que arrojan las encuestas que miden las actitudes frente al proceso político nacional: el 88% de los mexicanos declaró en 2007 que la política le importaba poco o nada. Nuestro desinterés -¿desencanto?- por la política es explicable, pero la influencia de Estados Unidos nos obliga a interesarnos en sus procesos políticos.
Razones. Hay por lo menos tres grandes motivos para que sigamos de cerca el juego político del norte. En primer lugar, la asimetría de poder entre nuestro país y nuestro vecino grande es mayor que nunca, al punto que el entorno exterior de México está casi completamente cubierto por su sombra. La segunda razón es que, de tiempo atrás México es parte de la agenda interna norteamericana y su contienda electoral tiende a incubar posiciones al respecto. Finalmente, porque hay una gran población de origen mexicano que vota allá.
Una Historia Larga. En 1844, el tema de la anexión de Texas a Estados Unidos estaba en el centro de la disputa electoral entre los partidos Demócrata y Whig. En esa discusión México mismo -que no había reconocido la independencia de la provincia rebelde- no fue tomado en cuenta, pues a los norteamericanos sólo les importaba en qué sentido absorber a Texas afectaría el precario balance entre el sur esclavista y el norte antiesclavista. Los demócratas se decidieron por James Polk, un anexionista que finalmente derrotó a Henry Clay, un antianexionista. De esta manera, la elección del 44 abrió el camino a una guerra que para México significó un desastre total.
Ninguna elección presidencial norteamericana volvería a afectar el interés mexicano de la manera que lo hizo la que ganó Polk, pero otras también dejaron huella. En efecto, en 1913, con su Presidencia bajo asedio, Francisco I. Madero estaba a la espera de que Woodrow Wilson, el insospechado ganador demócrata del año anterior, asumiera el poder para negociar con él los puntos que habían hecho muy conflictiva su relación con el presidente saliente, Howard Taft, un republicano. Desafortunadamente, llegó antes el golpe militar de Victoriano Huerta apoyado por el embajador norteamericano del Gobierno saliente. Sin embargo, Woodrow Wilson daría un giro político de 180° respecto a su antecesor al retirar el apoyo de Washington al dictador mexicano, lo que aceleró su caída.
En las elecciones de 1916 y 1920, los republicanos usaron la política de Washington hacia el México revolucionario para atacar a los demócratas y propusieron sólo reconocer al Gobierno mexicano que firmara un tratado que garantizara los derechos de propiedad norteamericanos. El resultado fue los “Acuerdos de Bucareli” de 1923.
Cuando la estabilidad política retornó a México, nuestro país dejó de ser tema electoral importante en Estados Unidos, aunque no desapareció por entero. Así, por ejemplo, la política de Richard Nixon de presionar a los proveedores extranjeros de drogas, entre ellos a México, fue un tema que le sirvió en su reelección de 1972.
Desde Aquí Hacia Allá. La demografía ha hecho que el voto latino sea ya una variable en las elecciones norteamericanas. Hoy la población de origen mexicano en Estados Unidos asciende a más de 25 millones y la mitad está concentrada en Texas y California. En la última elección presidencial norteamericana, el 47% de los votantes de origen mexicano apoyó a los demócratas y apenas 18% se inclinó por los republicanos.
En el complicado proceso de las elecciones internas de los demócratas, Barack Obama se mantiene a la cabeza en el número de delegados ganados, pero Hillary Clinton ha mantenido el apoyo del grueso de los mexicano-americanos. El voto hispano –un voto de clase trabajadora- ya ha mostrado ser de trascendencia en la elección interna demócrata en California y Texas aunque quizá no lo sea aún en la elección general. No obstante, a futuro, gracias a la demografía y a un aumento en su voluntad de participar, su importancia irá en aumento.
La asimetría de poder –la gran constante en la relación México-Estados Unidos- hace casi imposible que desde acá se influya en el proceso de allá, aunque ha habido intentos. Un ejemplo fue la decisión de Carlos Salinas de mostrar públicamente una muy evidente simpatía por la reelección de George Bush en 1992 en función de sacar adelante el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN). Para mala fortuna de Salinas, la contienda la ganó la Oposición. Es peligroso meterse desde México entre las patas de los caballos presidenciales norteamericanos.
México en el Discurso de los Candidatos. Son varios los elementos mexicanos que tienen la posibilidad de aparecer en la agenda electoral norteamericana y casi nunca para bien. Esta vez, del lado republicano, destaca uno: los trabajadores indocumentados. En el arranque, los precandidatos republicanos compitieron por ver quién era más duro con ellos. Mike Huckabee, por ejemplo, dijo oponerse a su legalización y pidió penalizar seriamente a quienes los contraten, reforzar la patrulla fronteriza, dar mayor poder a las autoridades locales para actuar en su contra y, desde luego, construir un muro a lo largo de la frontera con México.
Afortunadamente, en este tema el triunfador en la contienda republicana, el senador John McCain, se identifica con los moderados. Apoya una ley de migración que permita legalizar a buena parte de los indocumentados y, aunque votó en favor de construir el muro fronterizo, lo limitó a 700 millas.
En el lado demócrata, los dos precandidatos finalistas, Obama y Clinton, también apoyan una reforma migratoria que abra un camino de legalización de los trabajadores indocumentados. Al igual que el candidato republicano, ambos han apoyado la idea de sellar sólo parcialmente la frontera con un muro, aunque en el debate del 22 de febrero, la senadora Clinton aceptó incluso la posibilidad de revisar esto. Finalmente, Obama, al criticar la política mexicana del presidente Bush, sostuvo que ayudar a promover el desarrollo mexicano es la mejor manera de crear empleos ahí y disminuir así la necesidad de los mexicanos a migrar al norte. Según el senador por Illinois, la economía mexicana ha estado trabajando básicamente a favor de los “muy ricos” y lo que debe hacerse es lograr que sus beneficios sean socialmente más compartidos.
Por otro lado, en su debate interno, los precandidatos demócratas han coincidido en favorecer justamente eso que las actuales autoridades mexicanas han rechazado, pero que, por otras razones, la izquierda mexicana apoya: abrir el TLCAN a la renegociación. Para Clinton, en caso de que México o Canadá se negasen a la renegociación, ella simplemente sacaría a Estados Unidos del acuerdo. Es claro que los demócratas están jugando con este tema de cara a los electores que se sienten amenazados por la supuesta fuga de empleos a otros países. Desde el lado republicano, McCain se ha definido a sí mismo como el mayor libre mercadista y libre comerciante y no ha dado señales de tener mayores reservas respecto al tratado con México.
En Conclusión. Por ahora, los mexicano-americanos como factor electoral son más importantes en las elecciones primarias que en las generales. En cualquier caso, la diáspora mexicana actuará según sus intereses y no necesariamente de acuerdo con los de su país de origen.
La vecindad y la asimetría de poder son las dos grandes constantes que determinan la naturaleza de la relación de México con Estados Unidos. Obviamente ambos factores influyen en las percepciones mexicanas sobre el proceso electoral norteamericano y en el papel que juegan los asuntos mexicanos en la agenda electoral del norte. Hoy es la migración indocumentada, ayer fue el narcotráfico, anteayer la amenaza revolucionaria a la propiedad extranjera en México y antes, en el siglo XIX, la falta de control en la frontera hasta llegar al asunto texano. Quién sabe cuál será la agenda del futuro, pero siempre estará abierta la posibilidad de que México sea tema del debate electoral del vecino.
En fin, lo ideal sería mantener nuestro país en orden y no ser tema de debate en la potencia imperial, pero hoy eso es más un deseo que una auténtica posibilidad.
Razones. Hay por lo menos tres grandes motivos para que sigamos de cerca el juego político del norte. En primer lugar, la asimetría de poder entre nuestro país y nuestro vecino grande es mayor que nunca, al punto que el entorno exterior de México está casi completamente cubierto por su sombra. La segunda razón es que, de tiempo atrás México es parte de la agenda interna norteamericana y su contienda electoral tiende a incubar posiciones al respecto. Finalmente, porque hay una gran población de origen mexicano que vota allá.
Una Historia Larga. En 1844, el tema de la anexión de Texas a Estados Unidos estaba en el centro de la disputa electoral entre los partidos Demócrata y Whig. En esa discusión México mismo -que no había reconocido la independencia de la provincia rebelde- no fue tomado en cuenta, pues a los norteamericanos sólo les importaba en qué sentido absorber a Texas afectaría el precario balance entre el sur esclavista y el norte antiesclavista. Los demócratas se decidieron por James Polk, un anexionista que finalmente derrotó a Henry Clay, un antianexionista. De esta manera, la elección del 44 abrió el camino a una guerra que para México significó un desastre total.
Ninguna elección presidencial norteamericana volvería a afectar el interés mexicano de la manera que lo hizo la que ganó Polk, pero otras también dejaron huella. En efecto, en 1913, con su Presidencia bajo asedio, Francisco I. Madero estaba a la espera de que Woodrow Wilson, el insospechado ganador demócrata del año anterior, asumiera el poder para negociar con él los puntos que habían hecho muy conflictiva su relación con el presidente saliente, Howard Taft, un republicano. Desafortunadamente, llegó antes el golpe militar de Victoriano Huerta apoyado por el embajador norteamericano del Gobierno saliente. Sin embargo, Woodrow Wilson daría un giro político de 180° respecto a su antecesor al retirar el apoyo de Washington al dictador mexicano, lo que aceleró su caída.
En las elecciones de 1916 y 1920, los republicanos usaron la política de Washington hacia el México revolucionario para atacar a los demócratas y propusieron sólo reconocer al Gobierno mexicano que firmara un tratado que garantizara los derechos de propiedad norteamericanos. El resultado fue los “Acuerdos de Bucareli” de 1923.
Cuando la estabilidad política retornó a México, nuestro país dejó de ser tema electoral importante en Estados Unidos, aunque no desapareció por entero. Así, por ejemplo, la política de Richard Nixon de presionar a los proveedores extranjeros de drogas, entre ellos a México, fue un tema que le sirvió en su reelección de 1972.
Desde Aquí Hacia Allá. La demografía ha hecho que el voto latino sea ya una variable en las elecciones norteamericanas. Hoy la población de origen mexicano en Estados Unidos asciende a más de 25 millones y la mitad está concentrada en Texas y California. En la última elección presidencial norteamericana, el 47% de los votantes de origen mexicano apoyó a los demócratas y apenas 18% se inclinó por los republicanos.
En el complicado proceso de las elecciones internas de los demócratas, Barack Obama se mantiene a la cabeza en el número de delegados ganados, pero Hillary Clinton ha mantenido el apoyo del grueso de los mexicano-americanos. El voto hispano –un voto de clase trabajadora- ya ha mostrado ser de trascendencia en la elección interna demócrata en California y Texas aunque quizá no lo sea aún en la elección general. No obstante, a futuro, gracias a la demografía y a un aumento en su voluntad de participar, su importancia irá en aumento.
La asimetría de poder –la gran constante en la relación México-Estados Unidos- hace casi imposible que desde acá se influya en el proceso de allá, aunque ha habido intentos. Un ejemplo fue la decisión de Carlos Salinas de mostrar públicamente una muy evidente simpatía por la reelección de George Bush en 1992 en función de sacar adelante el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN). Para mala fortuna de Salinas, la contienda la ganó la Oposición. Es peligroso meterse desde México entre las patas de los caballos presidenciales norteamericanos.
México en el Discurso de los Candidatos. Son varios los elementos mexicanos que tienen la posibilidad de aparecer en la agenda electoral norteamericana y casi nunca para bien. Esta vez, del lado republicano, destaca uno: los trabajadores indocumentados. En el arranque, los precandidatos republicanos compitieron por ver quién era más duro con ellos. Mike Huckabee, por ejemplo, dijo oponerse a su legalización y pidió penalizar seriamente a quienes los contraten, reforzar la patrulla fronteriza, dar mayor poder a las autoridades locales para actuar en su contra y, desde luego, construir un muro a lo largo de la frontera con México.
Afortunadamente, en este tema el triunfador en la contienda republicana, el senador John McCain, se identifica con los moderados. Apoya una ley de migración que permita legalizar a buena parte de los indocumentados y, aunque votó en favor de construir el muro fronterizo, lo limitó a 700 millas.
En el lado demócrata, los dos precandidatos finalistas, Obama y Clinton, también apoyan una reforma migratoria que abra un camino de legalización de los trabajadores indocumentados. Al igual que el candidato republicano, ambos han apoyado la idea de sellar sólo parcialmente la frontera con un muro, aunque en el debate del 22 de febrero, la senadora Clinton aceptó incluso la posibilidad de revisar esto. Finalmente, Obama, al criticar la política mexicana del presidente Bush, sostuvo que ayudar a promover el desarrollo mexicano es la mejor manera de crear empleos ahí y disminuir así la necesidad de los mexicanos a migrar al norte. Según el senador por Illinois, la economía mexicana ha estado trabajando básicamente a favor de los “muy ricos” y lo que debe hacerse es lograr que sus beneficios sean socialmente más compartidos.
Por otro lado, en su debate interno, los precandidatos demócratas han coincidido en favorecer justamente eso que las actuales autoridades mexicanas han rechazado, pero que, por otras razones, la izquierda mexicana apoya: abrir el TLCAN a la renegociación. Para Clinton, en caso de que México o Canadá se negasen a la renegociación, ella simplemente sacaría a Estados Unidos del acuerdo. Es claro que los demócratas están jugando con este tema de cara a los electores que se sienten amenazados por la supuesta fuga de empleos a otros países. Desde el lado republicano, McCain se ha definido a sí mismo como el mayor libre mercadista y libre comerciante y no ha dado señales de tener mayores reservas respecto al tratado con México.
En Conclusión. Por ahora, los mexicano-americanos como factor electoral son más importantes en las elecciones primarias que en las generales. En cualquier caso, la diáspora mexicana actuará según sus intereses y no necesariamente de acuerdo con los de su país de origen.
La vecindad y la asimetría de poder son las dos grandes constantes que determinan la naturaleza de la relación de México con Estados Unidos. Obviamente ambos factores influyen en las percepciones mexicanas sobre el proceso electoral norteamericano y en el papel que juegan los asuntos mexicanos en la agenda electoral del norte. Hoy es la migración indocumentada, ayer fue el narcotráfico, anteayer la amenaza revolucionaria a la propiedad extranjera en México y antes, en el siglo XIX, la falta de control en la frontera hasta llegar al asunto texano. Quién sabe cuál será la agenda del futuro, pero siempre estará abierta la posibilidad de que México sea tema del debate electoral del vecino.
En fin, lo ideal sería mantener nuestro país en orden y no ser tema de debate en la potencia imperial, pero hoy eso es más un deseo que una auténtica posibilidad.
Kikka Roja
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