Agustín Basave
05-Oct-2009
Yo, en lo personal, juzgo deseable una nueva alianza oaxaqueña opositora formada por el PRD, el PAN, el PT y Convergencia. En la medida en que un partido se perpetúa en el gobierno esa lógica se refuerza, con todo y el clientelismo y la corrupción.
Las alianzas electorales se suelen debatir entre extremos viciosos. Por un lado están los políticos hiperpragmáticos, para quienes cualquier coalición ha de ser permitida —o prohibida— si conviene a sus intereses. Por otra parte están los políticos dogmáticos, que rehúsan considerar siquiera los casos excepcionales en que se justifica la unidad de contrarios para derrotar al enemigo común e impulsar una transición democrática. Los primeros probablemente habrían avalado la sibilina coincidencia de conservadores y liberales que sostuvo el apartheid en Sudáfrica y los segundos seguramente se habrían opuesto a la concertación para acabar con la dictadura de Pinochet en Chile.
Pero hay un justo medio. Es el que acepta la posibilidad de candidaturas comunes cuando hay plataformas compatibles y, tratándose de partidos ideológicamente opuestos, cuando está en juego un proceso de democratización contra un gobierno autoritario. En México esa discusión se ha dado varias veces, en torno a frentes electorales más o menos exitosos contra el PRI en distintas entidades, y está resurgiendo de cara a la próxima elección para la gubernatura de Oaxaca, con la ventaja de que ahora se conocen los errores cometidos. Yo, en lo personal, juzgo deseable una nueva alianza oaxaqueña opositora formada por el PRD, el PAN, el PT y Convergencia. Y es que si bien el avance de la transición a nivel nacional ha activado varios contrapesos que acotan al Presidente de la República, las transiciones estatales son incipientes y los gobernadores todavía tienen un amplio margen de maniobra para abusar del poder. Todos sabemos que muchos de ellos hacen prácticamente lo que les da la gana y que esa gana a menudo apunta a su beneficio personal en detrimento de las sociedades que representan. Y en la medida en que un partido se perpetúa en el gobierno esa lógica se refuerza, con todo y el clientelismo y la corrupción.
Me he referido antes al tema de los cacicazgos estatales y no voy a abundar en él. Baste con recordar que en las entidades federativas el Ejecutivo está sujeto a equilibrios y mecanismos de rendición de cuentas que existen en condiciones precarias o de plano no funcionan, y que puede manejar el presupuesto con demasiada discrecionalidad. Los gobernadores, en efecto, tienen suficiente fuerza para intimidar adversarios y bastante dinero para comprar voluntades, y a menudo los usan para cooptar a diputados y jueces, a partidos de oposición y órganos autónomos, a alcaldes y periodistas. Por supuesto que hay personas honestas que no se dejan manipular y ejercen con valentía su papel incluso cuando tienen que contrariar al todopoderoso, pero la verdad es que son una minoría. Se necesita para hacerlo algo que no está muy lejos de la heroicidad que se requería para enfrentar al presidente en los tiempos del presidencialismo imperial.
Se podría decir que hay estados en donde la democratización está un poco más aventajada. A riesgo de que me echen encima reclamaciones regionalistas, debo decir que las ventajas son mínimas en la mayoría de los casos, incluido el oaxaqueño. Su sociedad civil se organiza cada vez más y mejor, y sus impulsores de la democracia son muy valiosos, pero no ha habido más gobierno que el priista y el control que aún detenta Ulises Ruiz es muy grande. Hace cuatro años un movimiento social lo puso en jaque, pero a los errores y excesos de sus ultras se sumó al chantaje que el PRI ejerció en las instancias federales para acabar fortaleciendo al gobernador. A mí, como admirador que soy de ese maravilloso estado, me disgustó tanto el daño que sufrió su ciudad mágica como la connivencia que impidió la salida de Ruiz por cauces legales y pacíficos. Oaxaca no merece caciques, sean de un signo o de otro.
Hay un precandidato capaz de encarnar la alianza por la alternancia en tierras oaxaqueñas. Se trata del senador Gabino Cué, quien ya tiene de su lado a los moderados de izquierda y de derecha. Los radicales de uno y otro bando no lo aceptan porque no quieren que sus partidos se junten con lo que consideran sus némesis. Mientras tanto el gobernador y sus partidarios, incluido el responsable del ataque que provocó la muerte a un profesor disidente y que fue premiado con una diputación, encomian la “congruencia” de los esfuerzos por boicotear la unidad opositora. Festejan los argumentos de los detractores de esa candidatura, quienes evocan ora agravios lopezobradoristas ora deserciones democráticas foxistas para fundamentar su rechazo a las uniones “contra natura”, como la coalición de facto que ganó en 2000. Yo no me sumé al voto útil; voté por la opción socialdemócrata de Gilberto Rincón Gallardo. Con todo, a pesar del bache de nuestra transición, creo que la alternancia abrió posibilidades inéditas a la democracia en México. Las mismas que abriría en Oaxaca.
kikka-roja.blogspot.com/
Las alianzas electorales se suelen debatir entre extremos viciosos. Por un lado están los políticos hiperpragmáticos, para quienes cualquier coalición ha de ser permitida —o prohibida— si conviene a sus intereses. Por otra parte están los políticos dogmáticos, que rehúsan considerar siquiera los casos excepcionales en que se justifica la unidad de contrarios para derrotar al enemigo común e impulsar una transición democrática. Los primeros probablemente habrían avalado la sibilina coincidencia de conservadores y liberales que sostuvo el apartheid en Sudáfrica y los segundos seguramente se habrían opuesto a la concertación para acabar con la dictadura de Pinochet en Chile.
Pero hay un justo medio. Es el que acepta la posibilidad de candidaturas comunes cuando hay plataformas compatibles y, tratándose de partidos ideológicamente opuestos, cuando está en juego un proceso de democratización contra un gobierno autoritario. En México esa discusión se ha dado varias veces, en torno a frentes electorales más o menos exitosos contra el PRI en distintas entidades, y está resurgiendo de cara a la próxima elección para la gubernatura de Oaxaca, con la ventaja de que ahora se conocen los errores cometidos. Yo, en lo personal, juzgo deseable una nueva alianza oaxaqueña opositora formada por el PRD, el PAN, el PT y Convergencia. Y es que si bien el avance de la transición a nivel nacional ha activado varios contrapesos que acotan al Presidente de la República, las transiciones estatales son incipientes y los gobernadores todavía tienen un amplio margen de maniobra para abusar del poder. Todos sabemos que muchos de ellos hacen prácticamente lo que les da la gana y que esa gana a menudo apunta a su beneficio personal en detrimento de las sociedades que representan. Y en la medida en que un partido se perpetúa en el gobierno esa lógica se refuerza, con todo y el clientelismo y la corrupción.
Me he referido antes al tema de los cacicazgos estatales y no voy a abundar en él. Baste con recordar que en las entidades federativas el Ejecutivo está sujeto a equilibrios y mecanismos de rendición de cuentas que existen en condiciones precarias o de plano no funcionan, y que puede manejar el presupuesto con demasiada discrecionalidad. Los gobernadores, en efecto, tienen suficiente fuerza para intimidar adversarios y bastante dinero para comprar voluntades, y a menudo los usan para cooptar a diputados y jueces, a partidos de oposición y órganos autónomos, a alcaldes y periodistas. Por supuesto que hay personas honestas que no se dejan manipular y ejercen con valentía su papel incluso cuando tienen que contrariar al todopoderoso, pero la verdad es que son una minoría. Se necesita para hacerlo algo que no está muy lejos de la heroicidad que se requería para enfrentar al presidente en los tiempos del presidencialismo imperial.
Se podría decir que hay estados en donde la democratización está un poco más aventajada. A riesgo de que me echen encima reclamaciones regionalistas, debo decir que las ventajas son mínimas en la mayoría de los casos, incluido el oaxaqueño. Su sociedad civil se organiza cada vez más y mejor, y sus impulsores de la democracia son muy valiosos, pero no ha habido más gobierno que el priista y el control que aún detenta Ulises Ruiz es muy grande. Hace cuatro años un movimiento social lo puso en jaque, pero a los errores y excesos de sus ultras se sumó al chantaje que el PRI ejerció en las instancias federales para acabar fortaleciendo al gobernador. A mí, como admirador que soy de ese maravilloso estado, me disgustó tanto el daño que sufrió su ciudad mágica como la connivencia que impidió la salida de Ruiz por cauces legales y pacíficos. Oaxaca no merece caciques, sean de un signo o de otro.
Hay un precandidato capaz de encarnar la alianza por la alternancia en tierras oaxaqueñas. Se trata del senador Gabino Cué, quien ya tiene de su lado a los moderados de izquierda y de derecha. Los radicales de uno y otro bando no lo aceptan porque no quieren que sus partidos se junten con lo que consideran sus némesis. Mientras tanto el gobernador y sus partidarios, incluido el responsable del ataque que provocó la muerte a un profesor disidente y que fue premiado con una diputación, encomian la “congruencia” de los esfuerzos por boicotear la unidad opositora. Festejan los argumentos de los detractores de esa candidatura, quienes evocan ora agravios lopezobradoristas ora deserciones democráticas foxistas para fundamentar su rechazo a las uniones “contra natura”, como la coalición de facto que ganó en 2000. Yo no me sumé al voto útil; voté por la opción socialdemócrata de Gilberto Rincón Gallardo. Con todo, a pesar del bache de nuestra transición, creo que la alternancia abrió posibilidades inéditas a la democracia en México. Las mismas que abriría en Oaxaca.
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