El realismo español
Lorenzo MeyerAGENDA CIUDADANA
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“Había razones para esperar que el Gobierno socialista español actuara, en relación con México, con mayor elegancia”.
Problema y Definición. El realismo al que se refiere el título de esta columna no tiene que ver con una escuela de pintura sino con otra de las grandes artes: la de la política internacional.
Desde luego que nadie puede objetar que el Gobierno español busque tener buenas relaciones con el mexicano, el problema está en las formas. Es ahí donde sí hay motivo de reclamo.
La reciente visita del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero a México, dio pie a que desde algunos sitios de la izquierda mexicana se reprochara al líder del Partido Socialista Obrero Español su extraordinaria disposición para reconocer, antes que las propias autoridades mexicanas, el supuesto triunfo electoral de la derecha mexicana en 2006. La diplomacia española no siguió entonces las reglas y formas que generalmente se observan en esos casos sino que fue brutalmente realista en apoyo de los intereses de su país en México. La escuela política realista no se hace ninguna ilusión sobre la naturaleza humana: el egoísmo es la fuerza dominante. Esta teoría explica la conducta de los estados –los actores centrales del sistema internacional- en función de la interminable búsqueda de sus intereses particulares definidos siempre en términos de poder. En este enfoque hecho famoso por Maquiavelo, los elementos de poder son la capacidad militar y económica, la calidad de las instituciones públicas y la diplomacia y todo aquello que permite a unos individuos y naciones controlar a otros. En suma, esta corriente de pensamiento juzga a una determinada política en función de su contribución a aumentar el poder de una nación. En este contexto los imperativos morales son irrelevantes o de plano disfuncionales. (Hans J. Morgenthau, Politics Among Nations, 7ª ed., Boston: McGraw-Hill, 2006, pp. 3-16). Todo indica que el Gobierno socialista español en su relación con nuestro país juega con estas reglas. De ahí su decisión de mostrar públicamente su apoyo al triunfo de Felipe Calderón, independientemente de los plazos formales en México, de su orientación ideológica y de como éste logró la victoria.
La Prisa. Las elecciones presidenciales mexicanas de 2006 se llevaron a cabo en un ambiente ya muy enrarecido, pero que se hizo aún más turbio tras la jornada del 2 de julio, cuando el Gobierno, su partido y la Oposición de izquierda, se enzarzaron en un duro debate sobre la credibilidad de las cifras. Sólo hasta septiembre, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación declaró triunfador a Calderón por un margen del 0.6%, pero Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se negó a reconocer ese resultado y pidió un recuento. Dos meses antes, el 6 de julio, el presidente del IFE había dicho: “El candidato que obtuvo el mayor porcentaje de la votación presidencial es Felipe Calderón, del PAN. La regla de oro de la democracia establece que gana el candidato que tenga más votos”. Esta afirmación no tenía carácter legal alguno, era política, pero dio pie para que, al día siguiente, a la una y cuarto de la tarde, Rodríguez Zapatero llamara al candidato del partido que, en su origen, simpatizó con el franquismo español, para felicitarlo por un triunfo que aún no era tal. George W. Bush tardó aún un par de horas en seguir este ejemplo y el primer ministro canadiense fue el tercero en llamar con el mismo propósito a las cuatro y diez de la tarde. Vendrían después más telefonemas de jefes de Gobierno o Estado, pero el español se había adelantado a todos y eso tenía un valor político que luego se podría hacer efectivo. Unos días después, algunos de los ansiosos darían una cierta marcha atrás, para cubrir las formas. En efecto, el 11 de julio se publicó una declaración del Gobierno norteamericano aceptando que si finalmente el conteo mexicano se modificaba, entonces Washington podría “reconsiderar su posición”. De Madrid salió una declaración señalando que la acción de Rodríguez Zapatero “no pretende prejuzgar el resultado final” de los comicios. Sin embargo, lo importante había sido el efecto inicial de respaldo a una victoria que formalmente aún estaba en el aire, pero que ya se sabía que la derecha sostendría como suya a como diera lugar. En suma, el Gobierno español simplemente siguió cánones del realismo político.
Los Intereses Como Explicación. Los datos de la Secretaría de Economía muestran que en 2006 había registradas en México 2,325 sociedades con participación de capital español. Esa misma fuente permite ver que en 1999 la curva que registra la inversión directa española en México empezó a ascender de manera pronunciada y que para 2006, el monto acumulado de esa inversión alcanzó los 15, 827. 6 millones de dólares, es decir, el 11% de toda la inversión externa directa que ingresó entonces al país. De ese gran total, el 50.4% se concentró en los servicios (bancos e instituciones de crédito), 18.5% fue a comunicaciones (telefonía) y transportes y el 16.9% a manufacturas.
Contraste. Desde luego que el Estado mexicano, como el español y el grueso de los otros actores que conforman el sistema internacional, también ha seguido los dictados del realismo e innumerables veces ha hecho a un lado los supuestos principios que se supone que rigen nuestra política exterior. Sin embargo, justamente frente a España no siempre ha sido el caso. Es precisamente en la relación con la antigua metrópoli que Gobierno del pasado hicieron notables excepciones al realismo político y a la ganancia económica, en función de la solidaridad. Los ejemplos son varios y no se concentran sólo en el periodo del presidente Lázaro Cárdenas y en su defensa de una República Española bajo asedio; los hay anteriores y posteriores. Y un buen ejemplo de los primeros es la actitud del México del “Maximato” (1928-1934), cuando la figura de Plutarco Elías Calles era dominante. El triunfo electoral republicano en España en abril de 1931, tuvo lugar cuando la Gran Depresión azotaba ya al mundo y el desempleo era un problema para el nuevo régimen español. Fue entonces que en los círculos oficiales mexicanos se decidió que, no obstante la pobreza del país, se debía hacer un esfuerzo material por apoyar en España a quienes desde México se veía como correligionarios en la lucha contra la derecha. Y fue entonces que el general Calles –el verdadero poder en México- decidió que pese a no ser una prioridad para México, el Gobierno debería hacer un pedido para la construcción de varias naves de guerra a los astilleros de Bilbao, urgidos de trabajo. El contrato se firmó en 1932 y en virtud del mismo el Gobierno español abrió un crédito a México por 65.2 millones de pesetas (poco más de cinco millones de pesos la época) para encargar a cuatro empresas navales españolas la construcción de cinco transportes y 10 cañoneras.
En 1934 llegaron procedentes de España los flamantes transportes para la armada de México “Durango”, “Zacatecas”, “Guanajuato”, Querétaro” y “San Luis Potosí”. México había hecho con ellos una compra significativa para su armada pero que, en términos de las prioridades nacionales, no le era indispensable. Además, la compra a España significó rechazar las ofertas de otros astilleros en Italia, Alemania y Estados Unidos, con precios hasta 10% por debajo de los españoles, (El Liberal, Bilbao, 31 de diciembre, 1932). También significó rechazar demandas como la del Sindicato de Obreros y Campesinos “Felipe Carrillo Puerto” que a fines de 1932 pidió al presidente Abelardo L. Rodríguez que los buques no se construyeran en España sino en México para dar empleo a los obreros mexicanos. Finalmente no todo fue miel sobre hojuelas pues hubo algunos malos entendidos sobre montos y fechas del pago, pero la operación se llevó a buen fin.
La Moraleja. La historia de la solidaridad del Gobierno mexicano con el Gobierno republicano español se refleja poco en las historias de la época que hoy circulan en España, pero finalmente constituyen, en conjunto, un ejemplo de política exterior donde el realismo no fue la nota dominante. Obviamente, la compra de los buques, el apoyo al Gobierno republicano durante la guerra civil y después, son elementos de un capítulo de solidaridades entre actores políticos que tiene como contraparte las relaciones estrechas de la derecha mexicana con el Gobierno franquista español –desde Maximino Ávila Camacho y Calles ya en el exilio, hasta los sinarquistas y la Iglesia Católica sin descontar al PAN.
Es con ese trasfondo histórico que se puede juzgar la felicitación del socialista Rodríguez Zapatero a Calderón en julio de 2006 y sus posteriores entrevistas. En todo ello hay una moraleja de la que cada quien puede y debe sacar conclusiones.
Problema y Definición. El realismo al que se refiere el título de esta columna no tiene que ver con una escuela de pintura sino con otra de las grandes artes: la de la política internacional.
Desde luego que nadie puede objetar que el Gobierno español busque tener buenas relaciones con el mexicano, el problema está en las formas. Es ahí donde sí hay motivo de reclamo.
La reciente visita del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero a México, dio pie a que desde algunos sitios de la izquierda mexicana se reprochara al líder del Partido Socialista Obrero Español su extraordinaria disposición para reconocer, antes que las propias autoridades mexicanas, el supuesto triunfo electoral de la derecha mexicana en 2006. La diplomacia española no siguió entonces las reglas y formas que generalmente se observan en esos casos sino que fue brutalmente realista en apoyo de los intereses de su país en México. La escuela política realista no se hace ninguna ilusión sobre la naturaleza humana: el egoísmo es la fuerza dominante. Esta teoría explica la conducta de los estados –los actores centrales del sistema internacional- en función de la interminable búsqueda de sus intereses particulares definidos siempre en términos de poder. En este enfoque hecho famoso por Maquiavelo, los elementos de poder son la capacidad militar y económica, la calidad de las instituciones públicas y la diplomacia y todo aquello que permite a unos individuos y naciones controlar a otros. En suma, esta corriente de pensamiento juzga a una determinada política en función de su contribución a aumentar el poder de una nación. En este contexto los imperativos morales son irrelevantes o de plano disfuncionales. (Hans J. Morgenthau, Politics Among Nations, 7ª ed., Boston: McGraw-Hill, 2006, pp. 3-16). Todo indica que el Gobierno socialista español en su relación con nuestro país juega con estas reglas. De ahí su decisión de mostrar públicamente su apoyo al triunfo de Felipe Calderón, independientemente de los plazos formales en México, de su orientación ideológica y de como éste logró la victoria.
La Prisa. Las elecciones presidenciales mexicanas de 2006 se llevaron a cabo en un ambiente ya muy enrarecido, pero que se hizo aún más turbio tras la jornada del 2 de julio, cuando el Gobierno, su partido y la Oposición de izquierda, se enzarzaron en un duro debate sobre la credibilidad de las cifras. Sólo hasta septiembre, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación declaró triunfador a Calderón por un margen del 0.6%, pero Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se negó a reconocer ese resultado y pidió un recuento. Dos meses antes, el 6 de julio, el presidente del IFE había dicho: “El candidato que obtuvo el mayor porcentaje de la votación presidencial es Felipe Calderón, del PAN. La regla de oro de la democracia establece que gana el candidato que tenga más votos”. Esta afirmación no tenía carácter legal alguno, era política, pero dio pie para que, al día siguiente, a la una y cuarto de la tarde, Rodríguez Zapatero llamara al candidato del partido que, en su origen, simpatizó con el franquismo español, para felicitarlo por un triunfo que aún no era tal. George W. Bush tardó aún un par de horas en seguir este ejemplo y el primer ministro canadiense fue el tercero en llamar con el mismo propósito a las cuatro y diez de la tarde. Vendrían después más telefonemas de jefes de Gobierno o Estado, pero el español se había adelantado a todos y eso tenía un valor político que luego se podría hacer efectivo. Unos días después, algunos de los ansiosos darían una cierta marcha atrás, para cubrir las formas. En efecto, el 11 de julio se publicó una declaración del Gobierno norteamericano aceptando que si finalmente el conteo mexicano se modificaba, entonces Washington podría “reconsiderar su posición”. De Madrid salió una declaración señalando que la acción de Rodríguez Zapatero “no pretende prejuzgar el resultado final” de los comicios. Sin embargo, lo importante había sido el efecto inicial de respaldo a una victoria que formalmente aún estaba en el aire, pero que ya se sabía que la derecha sostendría como suya a como diera lugar. En suma, el Gobierno español simplemente siguió cánones del realismo político.
Los Intereses Como Explicación. Los datos de la Secretaría de Economía muestran que en 2006 había registradas en México 2,325 sociedades con participación de capital español. Esa misma fuente permite ver que en 1999 la curva que registra la inversión directa española en México empezó a ascender de manera pronunciada y que para 2006, el monto acumulado de esa inversión alcanzó los 15, 827. 6 millones de dólares, es decir, el 11% de toda la inversión externa directa que ingresó entonces al país. De ese gran total, el 50.4% se concentró en los servicios (bancos e instituciones de crédito), 18.5% fue a comunicaciones (telefonía) y transportes y el 16.9% a manufacturas.
Contraste. Desde luego que el Estado mexicano, como el español y el grueso de los otros actores que conforman el sistema internacional, también ha seguido los dictados del realismo e innumerables veces ha hecho a un lado los supuestos principios que se supone que rigen nuestra política exterior. Sin embargo, justamente frente a España no siempre ha sido el caso. Es precisamente en la relación con la antigua metrópoli que Gobierno del pasado hicieron notables excepciones al realismo político y a la ganancia económica, en función de la solidaridad. Los ejemplos son varios y no se concentran sólo en el periodo del presidente Lázaro Cárdenas y en su defensa de una República Española bajo asedio; los hay anteriores y posteriores. Y un buen ejemplo de los primeros es la actitud del México del “Maximato” (1928-1934), cuando la figura de Plutarco Elías Calles era dominante. El triunfo electoral republicano en España en abril de 1931, tuvo lugar cuando la Gran Depresión azotaba ya al mundo y el desempleo era un problema para el nuevo régimen español. Fue entonces que en los círculos oficiales mexicanos se decidió que, no obstante la pobreza del país, se debía hacer un esfuerzo material por apoyar en España a quienes desde México se veía como correligionarios en la lucha contra la derecha. Y fue entonces que el general Calles –el verdadero poder en México- decidió que pese a no ser una prioridad para México, el Gobierno debería hacer un pedido para la construcción de varias naves de guerra a los astilleros de Bilbao, urgidos de trabajo. El contrato se firmó en 1932 y en virtud del mismo el Gobierno español abrió un crédito a México por 65.2 millones de pesetas (poco más de cinco millones de pesos la época) para encargar a cuatro empresas navales españolas la construcción de cinco transportes y 10 cañoneras.
En 1934 llegaron procedentes de España los flamantes transportes para la armada de México “Durango”, “Zacatecas”, “Guanajuato”, Querétaro” y “San Luis Potosí”. México había hecho con ellos una compra significativa para su armada pero que, en términos de las prioridades nacionales, no le era indispensable. Además, la compra a España significó rechazar las ofertas de otros astilleros en Italia, Alemania y Estados Unidos, con precios hasta 10% por debajo de los españoles, (El Liberal, Bilbao, 31 de diciembre, 1932). También significó rechazar demandas como la del Sindicato de Obreros y Campesinos “Felipe Carrillo Puerto” que a fines de 1932 pidió al presidente Abelardo L. Rodríguez que los buques no se construyeran en España sino en México para dar empleo a los obreros mexicanos. Finalmente no todo fue miel sobre hojuelas pues hubo algunos malos entendidos sobre montos y fechas del pago, pero la operación se llevó a buen fin.
La Moraleja. La historia de la solidaridad del Gobierno mexicano con el Gobierno republicano español se refleja poco en las historias de la época que hoy circulan en España, pero finalmente constituyen, en conjunto, un ejemplo de política exterior donde el realismo no fue la nota dominante. Obviamente, la compra de los buques, el apoyo al Gobierno republicano durante la guerra civil y después, son elementos de un capítulo de solidaridades entre actores políticos que tiene como contraparte las relaciones estrechas de la derecha mexicana con el Gobierno franquista español –desde Maximino Ávila Camacho y Calles ya en el exilio, hasta los sinarquistas y la Iglesia Católica sin descontar al PAN.
Es con ese trasfondo histórico que se puede juzgar la felicitación del socialista Rodríguez Zapatero a Calderón en julio de 2006 y sus posteriores entrevistas. En todo ello hay una moraleja de la que cada quien puede y debe sacar conclusiones.
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