Parece utopía: canales de televisión que no tienen anuncios. Canales dedicados exclusivamente a su propia programación, sin cortes y transmitiendo, además, las veinticuatro horas de cada día. Pero es real. Ya se habló aquí alguna vez de Classic Arts Showcase, generosa y providencialmente sostenido por la californiana Rigler-Deutsch Foundation, pero este otro ejemplo que nos truje es todavía más interesante o hasta dialéctico, si se quiere, porque tiene su origen en uno de los canales de entretenimiento y música más pervertidos por el corporativismo mercantilista gringo, como demuestra todo el tiempo ser MTV.
Se trata de VH1, que nació, igual que MTV, en el cogollo comercial norteamericano de la Warner-Amex Satellite Entertainment (hoy VH1, lo mismo que el conglomerado de MTV Networks, pertenece al imperio de las telecomunicaciones Viacom, dueño, entre otros gigantes, de Paramount, CBS, Nickelodeon, Republic Pictures, DreamWorks y Comedy Central), como una especie de contraste de contenido y formato con el cada vez más monetarista canal hermano, el que revolucionó a principio de los ochenta la oferta de música en video para la juventud occidental, básicamente estadunidense, y que después fue adoptado en prácticamente todos lados como estandarte –y creador de tendencias– de las juventudes del mundo globalizado, que suelen ser de conciencia ausente y un furibundo sentido de lo gregario en contradictoria búsqueda de lo individual. Pero mientras mtv se fue volviendo un vaso comunicante de moda cada vez más pasajero y adolescente eterno, vh1 siempre ha buscado un vínculo generacional con el público que lo vio nacer. Al poco tiempo de su puesta en marcha, VH1 empezó a diversificar su audiencia. Así nació, por ejemplo, VH1 Soul, canal que actualmente recoge en México la barra programática de Cablevisión.
Uno de los mejores asertos de VH1, en humilde opinión de este consuetudinario televidente, es su filial VH1 Classic, canal que en México obtenemos en la oferta de Sky (en el canal 703), y que se dedica exclusivamente a repasar los videos –también las presentaciones en vivo, los extractos de conciertos que eran la oferta visual antes del videoclip– que algo significan para quienes suspiramos, porque todo tiempo pasado, según parece de 2000 a la fecha, fue mejor. Videos y canciones conmovedoramente estrafalarios y hasta esperpénticos, la vieja cursilería siempre de antaño, porque ofrece únicamente (eso sí, en todos los géneros posibles del rock y el pop, para todos los gustos, desde Iron Maiden o T. Rex hasta Cher o TLC) material grabado en las décadas de 1960 a 1990.
Yo, que fui y sigo siendo y me moriré roquero (y musicalmente casi siempre malinchista), confieso que sin embargo disfruto mucho ahora, décadas después, cuando brinca en la pantalla un video de grupos que entonces me parecían la cosa más fresa, chafa e impostada del universo musical, como Duran Duran, y hasta tolero de buena gana cancioncillas que entonces aborrecí, como cualquier cosa que hiciera Culture Club, y que me acerco a mi propio nirvana cuando revivo los experimentos de Thomas Dolby o la comedia musical de los payasos de Madness…
Para los nostálgicos del pasado, como este gordo avinagrado que daría lo que fuera por volver a los diecisiete años y no ser este tripón mal encarado, sino aquel mocetón fuerte y peligrosamente enamoradizo (razón sobrada por la que a los adultos de su entonces se les antojaba un rotundo pendejo, y a lo mejor todavía) VH1 es a ratos un genuino, dulcemente doloroso viaje al pasado. Un pasado sesenta, setenta, ochentero, de melodías un poco ridículas, de más ridículos peinados y atuendos –ah, las hombreras de hule espuma, los pelos parados, peinados con gel , los pantalones bolsudos y los horribles mocasines de colores sin calcetines, razón sobrada para que en escuelas de corte protofascista no lo dejaran a uno presentar examen–, pero que tiene un sabor único, un dejo lúdico, recuerdos conmovedores en los que uno perdona cualquier tropezón de la estética; un volver al tiempo en que uno era sin embargo inocente, a pesar de que el mundo adulto (sobre todo algunos maestros) lo señalaba como un redomado cabrón; menos pervertido por el mundo, menos misántropo, más ávido de descubrimientos y experiencias, antes de que la inmersión en la realidad y el ir conociendo lo que es este país, esta sociedad y el puñado de infelices fronterizos que a ambos mangonea, nos fuera llenando de tanta amargura, tanta decepción, tanto canijo resentimiento.
Kikka Roja
Se trata de VH1, que nació, igual que MTV, en el cogollo comercial norteamericano de la Warner-Amex Satellite Entertainment (hoy VH1, lo mismo que el conglomerado de MTV Networks, pertenece al imperio de las telecomunicaciones Viacom, dueño, entre otros gigantes, de Paramount, CBS, Nickelodeon, Republic Pictures, DreamWorks y Comedy Central), como una especie de contraste de contenido y formato con el cada vez más monetarista canal hermano, el que revolucionó a principio de los ochenta la oferta de música en video para la juventud occidental, básicamente estadunidense, y que después fue adoptado en prácticamente todos lados como estandarte –y creador de tendencias– de las juventudes del mundo globalizado, que suelen ser de conciencia ausente y un furibundo sentido de lo gregario en contradictoria búsqueda de lo individual. Pero mientras mtv se fue volviendo un vaso comunicante de moda cada vez más pasajero y adolescente eterno, vh1 siempre ha buscado un vínculo generacional con el público que lo vio nacer. Al poco tiempo de su puesta en marcha, VH1 empezó a diversificar su audiencia. Así nació, por ejemplo, VH1 Soul, canal que actualmente recoge en México la barra programática de Cablevisión.
Uno de los mejores asertos de VH1, en humilde opinión de este consuetudinario televidente, es su filial VH1 Classic, canal que en México obtenemos en la oferta de Sky (en el canal 703), y que se dedica exclusivamente a repasar los videos –también las presentaciones en vivo, los extractos de conciertos que eran la oferta visual antes del videoclip– que algo significan para quienes suspiramos, porque todo tiempo pasado, según parece de 2000 a la fecha, fue mejor. Videos y canciones conmovedoramente estrafalarios y hasta esperpénticos, la vieja cursilería siempre de antaño, porque ofrece únicamente (eso sí, en todos los géneros posibles del rock y el pop, para todos los gustos, desde Iron Maiden o T. Rex hasta Cher o TLC) material grabado en las décadas de 1960 a 1990.
Yo, que fui y sigo siendo y me moriré roquero (y musicalmente casi siempre malinchista), confieso que sin embargo disfruto mucho ahora, décadas después, cuando brinca en la pantalla un video de grupos que entonces me parecían la cosa más fresa, chafa e impostada del universo musical, como Duran Duran, y hasta tolero de buena gana cancioncillas que entonces aborrecí, como cualquier cosa que hiciera Culture Club, y que me acerco a mi propio nirvana cuando revivo los experimentos de Thomas Dolby o la comedia musical de los payasos de Madness…
Para los nostálgicos del pasado, como este gordo avinagrado que daría lo que fuera por volver a los diecisiete años y no ser este tripón mal encarado, sino aquel mocetón fuerte y peligrosamente enamoradizo (razón sobrada por la que a los adultos de su entonces se les antojaba un rotundo pendejo, y a lo mejor todavía) VH1 es a ratos un genuino, dulcemente doloroso viaje al pasado. Un pasado sesenta, setenta, ochentero, de melodías un poco ridículas, de más ridículos peinados y atuendos –ah, las hombreras de hule espuma, los pelos parados, peinados con gel , los pantalones bolsudos y los horribles mocasines de colores sin calcetines, razón sobrada para que en escuelas de corte protofascista no lo dejaran a uno presentar examen–, pero que tiene un sabor único, un dejo lúdico, recuerdos conmovedores en los que uno perdona cualquier tropezón de la estética; un volver al tiempo en que uno era sin embargo inocente, a pesar de que el mundo adulto (sobre todo algunos maestros) lo señalaba como un redomado cabrón; menos pervertido por el mundo, menos misántropo, más ávido de descubrimientos y experiencias, antes de que la inmersión en la realidad y el ir conociendo lo que es este país, esta sociedad y el puñado de infelices fronterizos que a ambos mangonea, nos fuera llenando de tanta amargura, tanta decepción, tanto canijo resentimiento.