En este 2008 que inicia, América Latina ratifica una de sus más infaustas condiciones: es la región más desigual del planeta, y sus manifestaciones más dolorosas son el elevado índice de pobreza que se reporta y la creciente expulsión de sus habitantes hacia zonas con mayores oportunidades de bienestar.
Quién lo dijera, porque al iniciar el siglo XX el PIB latinoamericano por habitante resultaba apenas 30 por ciento inferior al del promedio europeo, y en la década de los 50 del siglo pasado uno y otro eran equiparables. Sin embargo, al cierre de 2005 dicho indicador a duras penas representó el 38 por ciento del registrado por las naciones del viejo continente, de acuerdo con cifras de la Cepal.
De igual manera, cincuenta años atrás América Latina se mantenía como “la mejor opción” para que los europeos emigraran en busca de mejores condiciones de vida, frecuentemente obtenidas, pero a estas alturas del siglo XXI los “incentivos económicos” para emigrar de Europa a Latinoamérica prácticamente desaparecieron. Por el contrario, España e Italia se han convertido en importantes países de destino de emigrantes de la región más desigual del planeta, especialmente para argentinos, ecuatorianos y colombianos.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe lo resume así: la región es una exportadora de personas al resto del mundo, principalmente debido al menor desempeño económico latinoamericano relativo a otros países/zonas del planeta referente a tasas de crecimiento alto y sostenido, empleos de buena calidad y salarios atractivos. Algunos factores económicos y de economía política, coyunturales y de mediano plazo, que contribuyen a explicar las migraciones en Latinoamérica son las brechas de ingreso per capita entre países, las crisis financieras y de crecimiento, el desempleo e informalidad, la inestabilidad económica y las crisis políticas, los ciclos de democracia y autoritarismo, los conflictos internos que crean incentivos para emigrar.
Durante la “primera ola de la globalización” –que los historiadores económicos sitúan entre 1870 y 1913– el PIB per cápita promedio de los países del sur y norte de Europa, la “periferia” de esa región (Italia, España, Portugal, Noruega y Suecia) era levemente superior al promedio de las principales economías de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay y Venezuela). Sin embargo, Argentina, Chile y Uruguay registraban los ingresos por habitante más altos y éstos superaban, en 1913, a los de Italia, España y Portugal, principales países-fuente de inmigrantes a estos países del sur.
En contraste, los países más ricos del “nuevo mundo” como Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Estados Unidos tenían en 1913 un ingreso por habitante que era más del doble de los de la periferia Europea. Esta primera ola de la globalización se caracterizó no sólo por los flujos de comercio y capital, sino por movimientos masivos de personas entre el Viejo Mundo (Europa) y el Nuevo Mundo (Norte América, Sudamérica, Australia y Oceanía).
A mediados del siglo XX, aun las brechas de PIB per capita seguían siendo favorables a países como Argentina, Chile, Uruguay y Venezuela que tenían un ingreso por habitante que excedía al de Italia y España; además, Venezuela, en 1950, superaba a Suecia en este renglón. Esta situación cambia en la segunda mitad del siglo XX y, en especial, en las décadas posteriores a los 70 en que el producto por habitante de España, Italia y los países del norte de Europa supera al de América Latina. Como consecuencia de lo anterior, los incentivos económicos para emigrar desde Europa a la región latinoamericana prácticamente desaparecieron. Por el contrario, España e Italia se transforman en importantes países de destino de emigrantes de América Latina, en especial para inmigrantes argentinos, ecuatorianos, colombianos y de otros países.
Desde mediados del siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, América Latina era considerada como una “tierra de oportunidades” principalmente para la población emigrante europea. En dicho periodo, países como Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y otros recibieron significativos contingentes de inmigrantes, siendo Argentina el principal país de destino para alrededor de 6 millones de personas provenientes, principalmente, de Italia y España. Además de la inmigración de personas, estos países recibían capitales e inversión directa principalmente de Inglaterra y Alemania, los dos principales centros financieros mundiales hasta la década de los 20 del siglo pasado.
Trabajo y capital fluían a países latinoamericanos a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX en busca de buenas oportunidades de empleo e inversión que ofrecía la región en dicho período. Varias décadas después, en las últimas de esa centuria, por el contrario, América Latina se convirtió en un continente de emigración neta, es decir, un “exportador neto de personas” producto, principalmente, de su limitada capacidad de desarrollo económico respecto a países y regiones más prósperas del mundo que ofrecían oportunidades más atractivas; incluso países como Argentina, que en el pasado absorbían grandes contingentes de inmigrantes europeos y de otras nacionalidades, se transformaron desde los años 60 y 70, y también a inicios de los 2000, en países de emigración producto de crisis económicas y turbulencias políticas.
Esa es la triste historia, con el agravante de que América Latina siempre recibió con los brazos abiertos (México de forma destacada) a los emigrantes del resto del mundo, pero hoy que los expulsados son latinoamericanos el rechazo y la violación de sus derechos humanos es la constante en los países receptores.
Sirva de ejemplo que en 1950 el PIB mexicano por habitante resultó 8 por ciento mayor que el español; en 2005, éste fue 126 por ciento mayor al nuestro. Pero no se arredren, que 2008 apenas comienza.