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jueves, 12 de noviembre de 2009

Lorenzo Meyer: El muro, la Guerra Fría y nosotros

AGENDA CIUDADANA
El muro, la Guerra Fría y nosotros
Lorenzo Meyer
12 Nov. 09

La Guerra Fría también tuvo un "frente mexicano" y sus consecuencias aún se dejan sentir

Tesis

La conmemoración de la caída del Muro de Berlín hace 20 años es, entre otras cosas, la celebración del fin de una larga y peligrosa pugna entre las dos grandes superpotencias vencedoras del Eje en 1945 y, también, el reconocimiento del triunfo del "capitalismo real" sobre el "socialismo real". Y lo de "real" significa que ninguno de los dos sistemas fue lo que sus respectivos teóricos supusieron que deberían haber sido, aunque la distorsión del socialismo fue la más terrible. El fin de la llamada Guerra Fría disminuyó el peligro de un holocausto nuclear, pero el mundo no pareciera haber mejorado mucho desde entonces.

El recuerdo de lo ocurrido hace 20 años en la capital alemana pudiera parecernos algo relativamente ajeno porque nuestro país nunca llegó a ser escenario de un choque frontal entre el Este y el Oeste. Al inicio de ese conflicto México ya se encontraba plantado firmemente dentro de la esfera de influencia norteamericana y ahí ha permanecido desde entonces. Sin embargo, ese conflicto nos atañe porque tuvo efectos indirectos pero decisivos en nuestro proceso político y las reverberaciones del choque EU-URSS aún se sienten.

Por ejemplo, la Guerra Sucia y la campaña del miedo que caracterizaron la contienda electoral del 2006 se explican, entre otras razones, porque el terreno en que se dio entonces el choque entre izquierda y derecha reactivó prejuicios y mecanismos que databan de la época en que la atmósfera de la Guerra Fría envolvió a México, desde el final de los 1940 hasta inicios de los 1990.




El frente mexicano

El temor a la destrucción mutua, en caso de un conflicto directo, hizo que Estados Unidos y la URSS sólo transformaran su Guerra Fría en caliente en ciertas zonas del mundo subdesarrollado y siempre dentro de límites, pues nunca usaron sus armas atómicas (aunque hubo la posibilidad) ni sus ejércitos chocaron directamente sino con los aliados del otro.

México, aunque formaba parte del amplio mundo periférico, nunca fue teatro importante de la pugna Este-Oeste y se salvó de experiencias terribles como las de conflictos locales convertidos en pruebas de fuerza entre Washington y Moscú, como ocurrió en Grecia, Corea, Vietnam, Cuba, Angola, Afganistán o Centroamérica, por sólo mencionar algunos ejemplos notables.

En México, la rivalidad "Bloque Capitalista"-"Bloque Socialista" fue asunto que involucró directa y sistemáticamente apenas a un puñado de actores extranjeros. Las embajadas de la URSS y las de los países de la Europa del Este y Cuba tuvieron más personal del que se justificaba para atender el poco comercio y contactos con México. Por su parte, la embajada americana, y su red de consulados, siempre contó con un personal numeroso y explicable en función de la vecindad y el intercambio de bienes y personas entre el sur y el norte del Río Bravo, pero Washington también montó en México un enorme aparato para vigilar y actuar no sólo con relación a soviéticos, cubanos y agentes de la Europa del Este, sino para mantenerse en contacto con los aparatos de inteligencia mexicanos y seguir de cerca las actividades de la izquierda mexicana, desde el general Lázaro Cárdenas y Vicente Lombardo Toledano hasta miembros del Partido Comunista Mexicano pasando por personalidades, movimientos y publicaciones con actitudes más o menos progresistas y nacionalistas. A quien quiera echar una mirada rápida a la Guerra Fría en México, le puede servir acudir a libros como el de Jefferson Morley y Michael Scott, Our Man in Mexico. Winston Scott and the Hidden History of the CIA (University of Kansas, 2008).




Las raíces

La lectura de los archivos norteamericanos, especialmente los del Departamento de Estado, deja bien en claro que en el arranque de la Guerra Fría, la embajada norteamericana deseaba que el sucesor de Ávila Camacho fuera una gente de su entera confianza: el secretario de Relaciones Exteriores, Ezequiel Padilla. La posibilidad de que finalmente el secretario de Gobernación, Miguel Alemán, fuera quien llegara a la Presidencia fue muy mal recibida por el embajador norteamericano George Messersmith porque éste sospechaba de las relaciones de Alemán con la izquierda y de la corrupción del personaje, ya desde entonces reconocida. La sospecha se basaba en el apoyo de la CTM de Lombardo Toledano y del general Cárdenas -ambos, según la embajada, vinculados con la URSS- a la candidatura de Alemán.

Plenamente consciente de la posición del embajador norteamericano, Alemán, en su calidad de candidato oficial, buscó que sus emisarios aseguraran al diplomático que su anticomunismo y su simpatía hacia Estados Unidos eran genuinas y tan de fondo como el que más. En cuanto Alemán asumió la Presidencia, maniobró para expulsar a Lombardo de la CTM y dejarla enteramente en manos de ese perfecto ejemplo de oportunismo que fue Fidel Velázquez. El cardenismo fue alejado de los corredores del poder, la izquierda fue vigilada y hostilizada. En reciprocidad, Alemán fue recibido con un entusiasmo sin precedentes por Harry S. Truman en Washington. Luego, las empresas petroleras norteamericanas volvieron mediante los llamados "contratos riesgo". Una relativa armonía reinó entonces en la relación Washington-México.

El sucesor de Alemán no fue el general Miguel Henríquez Guzmán -de nuevo sospechoso a ojos de la embajada norteamericana de simpatías por la izquierda y el cardenismo- sino Adolfo Ruiz Cortines (ARC). Eso no impidió que ARC fuera objeto de la presión norteamericana por su inclinación a apoyar a ciertas empresas estatales en vez de a la inversión privada. También se le hizo saber a ARC que a Washington no le agradaban sus titubeos frente a una Guatemala que pretendía un mayor grado de independencia y el desarrollo de políticas agrarias no muy diferentes de las que había seguido la Revolución Mexicana.

Al final, México simplemente vio con impotencia cómo los últimos jirones de la Buena Vecindad se los llevaban entre las patas los caballos de la intervención de Estados Unidos al sur del Suchiate en contra del gobierno legítimo de Jacobo Árbenz. Adolfo López Mateos (ALM) debió caminar en el filo de la navaja porque en los 1960 la Guerra Fría llegó aún con más fuerza a las fronteras mexicanas como resultado del giro a la izquierda de la Revolución Cubana. ALM golpeó con dureza a la izquierda -destrucción del vallejismo, encarcelamiento del muralista David Alfaro Siqueiros y el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia- pero eso no impidió que Washington viera mal su nacionalización de la industria eléctrica y le obligara a tener que hacer malabarismos para decir "sí, pero no" y "no, pero sí" en relación con el principio de no intervención en el caso cubano.

A Gustavo Díaz Ordaz su anticomunismo le valió que al final de octubre de 1968 el presidente norteamericano, Lyndon Johnson, le felicitara por la buena organización de los Juegos Olímpicos, que no dijera una palabra en relación con la masacre de estudiantes el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas y que diera por buena la tesis oficial mexicana de que el 68 había sido una conspiración y una provocación comunista pese a que los reportes internos de la CIA no avalaron esa versión.

Luis Echeverría irritó mucho al gobierno norteamericano con su retórica tercermundista, pero, según lo señaló en su libro de 1975 el ex agente de la CIA, Philip Agee -Inside the Company: CIA Diary (Bantam Books)-, Echeverría también era Litempo 14, un informante de los servicios de inteligencia norteamericanos desde su época de secretario de Gobernación. La Guerra Fría, como muchas otras, fue un terreno ideal para actuar en varias pistas. La Revolución Nicaragüense llevó a José López Portillo a hacer jugar a México el papel de "potencia intermedia" respaldada por su petróleo, pero la dureza de Ronald Reagan y la crisis económica de 1982 hicieron que tal empeño concluyera en desastre.

En el penúltimo año de la Guerra Fría, el PRI y la derecha mexicana, con el apoyo explícito del embajador norteamericano, Charles Pilliod, montaron con éxito en 1988 la defensa del fraude electoral que había impedido a Cuauhtémoc Cárdenas, cabeza de una izquierda muy moderada, llegar al poder y que, en cambio, se afirmaran en la Presidencia Carlos Salinas y el neoliberalismo. Salinas se convirtió en el arquitecto de un tratado de libre comercio con Estados Unidos que ligó, como nunca antes, nuestra economía a la norteamericana.




En conclusión

La Guerra Fría nos atañe directamente porque también se libró en el frente mexicano y contribuyó mucho a conformar el México de la segunda mitad del siglo XX. A 20 años de distancia aún vivimos con su legado.
kikka-roja.blogspot.com/

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