John M. Ackerman Desde luego existe una diferencia sustancial entre el más reciente proceso de sustitución de los consejeros electorales y el ocurrido en 2003. Hace cinco años el partido de la izquierda tuvo la dignidad de protestar públicamente por su exclusión. Hoy el Partido de la Revolución Democrática (PRD) celebra y legitima la imposición de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN) de un Consejo General a modo. Los más recientes nombramientos violentan la autonomía del Instituto Federal Electoral (IFE) al minar dos de sus ingredientes más importantes: pluralidad e independencia. Al quedar nuevamente desprovisto de una perspectiva crítica y progresista, el Consejo General del IFE mantiene su homogeneidad y monocronismo ideológico. Al repetir la utilización de un sistema de cuotas puras de los partidos políticos, la voz ciudadana y la independencia quedan una vez más al margen del instituto. Tal como lo hicieron en 2003, PAN y PRI logran colocar sus fieles emisarios en el Consejo General. El partido en el gobierno promovió a Benito Nacif, un hombre profundamente conservador, cercano a Felipe Calderón y amigo íntimo de Luis Carlos Ugalde. Nacif repudió públicamente la reforma constitucional en materia electoral y defendió hasta el último momento la permanencia de los anteriores consejeros. Firmó el desplegado organizado por Hector Aguilar Camín y una camada de intelectuales de derecha el pasado 5 de septiembre. Pero, paradojas de la vida, el lobo ahora cuidará a las ovejas. El PRI también logró meter a su gallo. Marco Antonio Baños, hombre sumamente cercano a Felipe Solís Acero y Manlio Fabio Beltrones, es fundador, junto con María del Carmen Alanís, de la consultora DEMOS. Baños se encuentra íntimamente ligado con la vieja burocracia priísta del IFE, donde se formó a principios de los años 90, y ha colaborado cercanamente con gobiernos y políticos emanados del viejo partido del Estado. La tesis de que el PRD es quien gana al colocar a Leonardo Valdés en la presidencia del IFE es a todas luces falsa. El pasado 30 de enero, el grupo parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados aprobó una lista de ocho candidatos finalistas, incluyendo cuatro candidatos de alta prioridad, que le pudieran generar confianza. El partido buscaría colocar por lo menos uno de ellos en el Consejo General para asegurar la presencia de una voz crítica y ciudadana en el IFE. Leonardo Valdés simplemente no aparecía ni en la lista de los ocho iniciales ni en la de los cuatro finales, y con mucha razón. Desde hace años que Valdés ya no se identifica con la izquierda y su cercanía a posiciones de Acción Nacional como consejero del Instituto Electoral del Distrito Federal ponía en cuestión su independencia. Durante la negociación, PAN, PRI y la Presidencia de la República fueron vetando uno por uno los nombres propuestos por el PRD. Primero cayó Genaro Góngora, después Jaime Cárdenas, les siguieron Irma Sandoval y Alfredo Figueroa, y finalmente también se logró vetar a Javier Santiago. Ante tal intransigencia quedó claro que la alianza gobernante no dejaría pasar un solo consejero que pudiera tener posiciones incómodas para el régimen. En lugar de defender a los candidatos que dieran confianza y certidumbre a su partido y a la ciudadanía, Javier González Garza cedió a las presiones. Prefirió asumir la candidatura de Valdés como si ésta fuera una propuesta del PRD antes que quedar totalmente fuera de la negociación. Si no aceptaba este premio de consolación, el güero se arriesgaba a ser descalificado de obcecado e intransigente. González Garza colocó su reputación personal por encima del mandato de su propio partido. El resultado fue que aunque el güero quedó bien con la prensa y el gobierno, el PRD resultó un mero espectador del proceso de selección de los consejeros. Ni logró vetar a los candidatos más agresivos de los otros partidos, ni colocó un solo consejero que asegurara la confianza del partido de izquierda en el árbitro electoral. Así, el PRD terminó simplemente avalando una tercia que no ayudó a construir. Se ha señalado que el hecho de que Valdés no tenga afinidad por el sol azteca o la izquierda es un signo positivo, que demuestra la altura de miras de los diputados al nombrar un consejero presidente sin compromisos con los partidos. Ojalá sea cierto. El tiempo ya nos irá aclarando dónde están los compromisos de Valdés. Pero en ese caso no se justifica que al PRD se le haya “cobrado” su nombramiento, dejando los otros dos lugares al PRI y al PAN. Además de Valdés, tuvo que haber entrado alguno de los candidatos propuestos por el PRD. Felipe Calderón se salió con la suya. Tal como lo adelantó un columnista cercano a Los Pinos el pasado 2 de febrero, “la estrategia de Los Pinos, dicen, sería neutralizar una descalificación, presente y futura, de la izquierda a la integración del instituto. Desconocer y desconfiar de la autoridad electoral sería un argumento que perdería fuerza y sentido si uno de los suyos está en la presidencia”. Esperemos que la sociedad no se deje engañar tan fácilmente. La llegada de Leonardo Valdés a la presidencia del IFE no significa una victoria para la izquierda, sino una rotunda derrota del PRD a manos de un régimen cada día más intransigente e intolerante. |
Kikka Roja
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