Lorenzo Meyer
29 Ene. 09
Sin una "gran narrativa" no es posible que el ciudadano tenga idea de su nación. Aquí hay un ejemplo de esa narrativa en pocas páginas
Registrar el pasado
Hace más de siglo y medio el historiador escocés Thomas Carlyle, apoyándose en Montesquieu, declaró: "¡Feliz el pueblo cuyos anales son un espacio en blanco en los libros de historia!". Si realmente esa falta de memoria histórica fuera un indicador de felicidad colectiva, tendríamos que concluir que los mexicanos estamos condenados a ser infelices, pues nuestros anales históricos conforman ya una cantidad más que respetable. Si los códices prehispánicos no hubieran sido destruidos sistemáticamente y se pudieran añadir a lo publicado sobre México desde el siglo XVI, se requeriría una auténtica megabiblioteca para albergarlos.
Afortunadamente, lo afirmado por Carlyle en torno al registro del pasado de un pueblo fue sólo el desahogo ingenioso de un historiador. En la realidad, nuestra felicidad colectiva puede depender de muchas cosas, pero nunca de olvidar nuestro pasado. La tarea de crear, ensanchar y ahondar en la memoria colectiva es un esfuerzo intelectual complejo, indispensable e insustituible para mantener la identidad nacional; conocer el pasado es parte de la explicación del presente y un elemento esencial para enfrentar el futuro.
Visión general
Una porción del trabajo de los historiadores consiste en la investigación minuciosa de temas muy puntuales y que tienen como destino a otros especialistas. Otra parte es la elaboración de interpretaciones generales que asimilan los innumerables trabajos de expertos para ofrecer esa "gran visión" tan necesaria para la construcción de la conciencia ciudadana. Para llegar a la generalización o reducción inteligente y educada es necesario que antes se haya sido capaz de dominar la investigación especializada y a profundidad. Ése es el caso de Enrique Florescano que, junto con Francisco Eissa, acaba de publicar un Atlas histórico de México (Aguilar, 2008), de una concepción inteligente, de diseño e impresión de gran calidad y una eficacia contundente.
Importancia
Al discutir el surgimiento del sentimiento nacionalista contemporáneo, Benedict Anderson, en su influyente Imagined Communities (3a. ed., 1991), resalta la necesidad que los colonialistas occidentales tuvieron de reproducir masivamente mapas y otros documentos gráficos de sus dominios y que éstos terminaron por ser instrumentos al servicio de los nacionalistas y anticolonialistas, pues a ojos de los sometidos esos documentos hicieron "real" el contorno y las características de una comunidad que hasta entonces no habían imaginado y fue un paso en la construcción de las nuevas naciones. Los atlas son desde entonces, y entre otras cosas, instrumentos esenciales para fijar la idea de la nación o la patria y su complejidad social, económica, política y cultural, pues la experiencia individual nunca podrá abarcar todo lo que la imaginación educada sí puede.
En la obra de Florescano y Eissa, el lector tiene la posibilidad de hacer un recorrido de miles de años por lo que hoy es México a través de 267 páginas ricamente ilustradas y cobrar conciencia de los procesos de cambio físico y social de lo que hoy es nuestro país. Este viaje a través de mapas y estadísticas, dibujos, grabados, pinturas, fotografías y, desde luego, textos -aquí la imagen sólo cobra pleno sentido en compañía de la palabra-, lleva a quien se adentre en el Atlas, desde las etapas de la formación geológica continental hasta el México actual, pasando por un centenar de temas de naturaleza básicamente social.
Lo social es el meollo de la obra y abarca desde culturas prehispánicas hasta migraciones actuales, del proceso de la conquista europea a la infraestructura de riego de la agricultura actual, de la configuración de la administración colonial al mapa electoral vigente, del desarrollo regional de la guerra de independencia a la red carretera presente, de la notable extensión física del I Imperio a la contracción que significó la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848 o de la traza colonial de la Ciudad de México a la que tiene hoy.
Interpretación
En el siglo XIX, otro gran historiador y contemporáneo de Carlyle, el alemán Leopold von Ranke, consideró posible escribir una historia que no juzgara ni pretendiera instruir al presente sobre la naturaleza del futuro sino que sólo "contara lo que pasó". Sin embargo, esa historia "objetiva" no existe, ni ha existido. Nadie puede reconstruir a plenitud y con exactitud lo que sucedió -son tantas las variables que intervienen en el drama colectivo, que es imposible identificarlas a todas y darles su valor exacto-, ni historiador alguno puede evitar que sus valores e intereses influyan en sus temas y enfoques. Así pues, no hay historia inocente, pero el buen historiador está obligado a intentar ese imposible que es la objetividad y este Atlas histórico de México lo intenta, y en ese empeño está uno de sus valores.
La forma y el fondo
El mapa, la fotografía, el dibujo o la pintura unidos por el texto son la forma. En este caso el texto central es breve pero sustantivo. Las cifras y las estadísticas -condensación cuantitativa de lo cualitativo- son abundantes y numerosos los recuadros sobre temas puntuales, incluso anecdóticos, que funcionan como la sal y pimienta de la gran visión: cómo surgió el maíz, la concepción de la mujer en la Colonia, la breve biografía de Francisco Zarco en el siglo XIX o cómo y cuándo apareció el cuarto de baño en las casas particulares de los "pudientes" en el Porfiriato, por ejemplo.
Si la forma del Atlas es irreprochable, el fondo es aristotélico: busca el justo medio entre los enfoques conservadores y los radicales. En el México prehispánico privilegia las "altas culturas", de los olmecas a los aztecas, pasando por mayas, teotihuacanos, tarascos, etcétera, y deja en claro lo mucho que aún no se sabe y debe investigarse sobre nuestros orígenes. La conquista se aborda de forma ortodoxa y por ello casi no toca el enorme drama que debió significar para una civilización original y absolutamente devota a sus dioses, la magnitud de su caída. En contraste, la larga época colonial se presenta con un alto grado de complejidad: la nunca concluida conquista del norte, las rebeliones indígenas, los laberintos de la administración civil y religiosa, las diferentes estructuras económicas, el comercio exterior, etcétera. El énfasis de los autores en la vida urbana en una sociedad que fue fundamentalmente rural lleva a echar de menos a la Nueva España de la mayoría: la de los pueblos y las comunidades indígenas.
La lucha que estalló en 1810 cuenta con suficientes datos y mapas de las campañas como para seguirlas puntualmente pero también para definirlas como un conflicto que realmente fue significativo sólo en el centro de lo que en poco tiempo empezaría a ser México. Y en ese primer México -el del siglo XIX- los autores nos dicen e ilustran bastante los efectos de los conflictos de la nueva nación con el exterior, aunque no dicen mucho sobre uno de sus protagonistas centrales: el Ejército.
Donde se descarga el peso de esta historia es en ese periodo donde ya hay el inicio de la conjunción entre Estado y nación: el Porfiriato. Es ahí donde el Atlas recrea mejor la complejidad política, económica, social y cultural de su objeto. La Revolución Mexicana tiene un espacio similar al de la independencia y los autores la toman de 1910 hasta los 1930; casi todos los temas centrales están tratados -las grandes contradicciones sociales y luchas-, pero se echa de menos el contexto externo. Un lector desprevenido no se percataría de que el campo de maniobra de ese México ya estaba muy limitado por la transformación del país vecino del norte en una gran potencia imperial.
Para Florescano y Eissa, la Revolución Mexicana termina y se inicia el México moderno con el cardenismo. Sin embargo, ese singular momento de la izquierda mexicana se resume apenas en una página y en los márgenes de otra. La expropiación petrolera recibe dos menciones con un total de 34 palabras. Aquí hay un ejemplo de interpretación sujeta a debate de nuestra historia. Obviamente, es el México moderno el que ocupa el espacio mayor con abundancia de cifras, mapas y gráficas, todas pertinentes. En lo actual, el énfasis está en lo social y en lo económico. Lo político aparece como trasfondo y temas tan álgidos como justicia, crimen, inseguridad o narcotráfico quedaron fuera.
En suma
No hay historia inocente y menos en épocas tan crispadas y polarizadas como la nuestra, pero hay mucha historia. Y esta última sólo puede ser accesible y útil para la mayoría si está bien narrada, documentada e ilustrada, como es el caso de este magnifico Atlas histórico de México de Florescano y Eissa.
Afortunadamente, lo afirmado por Carlyle en torno al registro del pasado de un pueblo fue sólo el desahogo ingenioso de un historiador. En la realidad, nuestra felicidad colectiva puede depender de muchas cosas, pero nunca de olvidar nuestro pasado. La tarea de crear, ensanchar y ahondar en la memoria colectiva es un esfuerzo intelectual complejo, indispensable e insustituible para mantener la identidad nacional; conocer el pasado es parte de la explicación del presente y un elemento esencial para enfrentar el futuro.
Visión general
Una porción del trabajo de los historiadores consiste en la investigación minuciosa de temas muy puntuales y que tienen como destino a otros especialistas. Otra parte es la elaboración de interpretaciones generales que asimilan los innumerables trabajos de expertos para ofrecer esa "gran visión" tan necesaria para la construcción de la conciencia ciudadana. Para llegar a la generalización o reducción inteligente y educada es necesario que antes se haya sido capaz de dominar la investigación especializada y a profundidad. Ése es el caso de Enrique Florescano que, junto con Francisco Eissa, acaba de publicar un Atlas histórico de México (Aguilar, 2008), de una concepción inteligente, de diseño e impresión de gran calidad y una eficacia contundente.
Importancia
Al discutir el surgimiento del sentimiento nacionalista contemporáneo, Benedict Anderson, en su influyente Imagined Communities (3a. ed., 1991), resalta la necesidad que los colonialistas occidentales tuvieron de reproducir masivamente mapas y otros documentos gráficos de sus dominios y que éstos terminaron por ser instrumentos al servicio de los nacionalistas y anticolonialistas, pues a ojos de los sometidos esos documentos hicieron "real" el contorno y las características de una comunidad que hasta entonces no habían imaginado y fue un paso en la construcción de las nuevas naciones. Los atlas son desde entonces, y entre otras cosas, instrumentos esenciales para fijar la idea de la nación o la patria y su complejidad social, económica, política y cultural, pues la experiencia individual nunca podrá abarcar todo lo que la imaginación educada sí puede.
En la obra de Florescano y Eissa, el lector tiene la posibilidad de hacer un recorrido de miles de años por lo que hoy es México a través de 267 páginas ricamente ilustradas y cobrar conciencia de los procesos de cambio físico y social de lo que hoy es nuestro país. Este viaje a través de mapas y estadísticas, dibujos, grabados, pinturas, fotografías y, desde luego, textos -aquí la imagen sólo cobra pleno sentido en compañía de la palabra-, lleva a quien se adentre en el Atlas, desde las etapas de la formación geológica continental hasta el México actual, pasando por un centenar de temas de naturaleza básicamente social.
Lo social es el meollo de la obra y abarca desde culturas prehispánicas hasta migraciones actuales, del proceso de la conquista europea a la infraestructura de riego de la agricultura actual, de la configuración de la administración colonial al mapa electoral vigente, del desarrollo regional de la guerra de independencia a la red carretera presente, de la notable extensión física del I Imperio a la contracción que significó la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848 o de la traza colonial de la Ciudad de México a la que tiene hoy.
Interpretación
En el siglo XIX, otro gran historiador y contemporáneo de Carlyle, el alemán Leopold von Ranke, consideró posible escribir una historia que no juzgara ni pretendiera instruir al presente sobre la naturaleza del futuro sino que sólo "contara lo que pasó". Sin embargo, esa historia "objetiva" no existe, ni ha existido. Nadie puede reconstruir a plenitud y con exactitud lo que sucedió -son tantas las variables que intervienen en el drama colectivo, que es imposible identificarlas a todas y darles su valor exacto-, ni historiador alguno puede evitar que sus valores e intereses influyan en sus temas y enfoques. Así pues, no hay historia inocente, pero el buen historiador está obligado a intentar ese imposible que es la objetividad y este Atlas histórico de México lo intenta, y en ese empeño está uno de sus valores.
La forma y el fondo
El mapa, la fotografía, el dibujo o la pintura unidos por el texto son la forma. En este caso el texto central es breve pero sustantivo. Las cifras y las estadísticas -condensación cuantitativa de lo cualitativo- son abundantes y numerosos los recuadros sobre temas puntuales, incluso anecdóticos, que funcionan como la sal y pimienta de la gran visión: cómo surgió el maíz, la concepción de la mujer en la Colonia, la breve biografía de Francisco Zarco en el siglo XIX o cómo y cuándo apareció el cuarto de baño en las casas particulares de los "pudientes" en el Porfiriato, por ejemplo.
Si la forma del Atlas es irreprochable, el fondo es aristotélico: busca el justo medio entre los enfoques conservadores y los radicales. En el México prehispánico privilegia las "altas culturas", de los olmecas a los aztecas, pasando por mayas, teotihuacanos, tarascos, etcétera, y deja en claro lo mucho que aún no se sabe y debe investigarse sobre nuestros orígenes. La conquista se aborda de forma ortodoxa y por ello casi no toca el enorme drama que debió significar para una civilización original y absolutamente devota a sus dioses, la magnitud de su caída. En contraste, la larga época colonial se presenta con un alto grado de complejidad: la nunca concluida conquista del norte, las rebeliones indígenas, los laberintos de la administración civil y religiosa, las diferentes estructuras económicas, el comercio exterior, etcétera. El énfasis de los autores en la vida urbana en una sociedad que fue fundamentalmente rural lleva a echar de menos a la Nueva España de la mayoría: la de los pueblos y las comunidades indígenas.
La lucha que estalló en 1810 cuenta con suficientes datos y mapas de las campañas como para seguirlas puntualmente pero también para definirlas como un conflicto que realmente fue significativo sólo en el centro de lo que en poco tiempo empezaría a ser México. Y en ese primer México -el del siglo XIX- los autores nos dicen e ilustran bastante los efectos de los conflictos de la nueva nación con el exterior, aunque no dicen mucho sobre uno de sus protagonistas centrales: el Ejército.
Donde se descarga el peso de esta historia es en ese periodo donde ya hay el inicio de la conjunción entre Estado y nación: el Porfiriato. Es ahí donde el Atlas recrea mejor la complejidad política, económica, social y cultural de su objeto. La Revolución Mexicana tiene un espacio similar al de la independencia y los autores la toman de 1910 hasta los 1930; casi todos los temas centrales están tratados -las grandes contradicciones sociales y luchas-, pero se echa de menos el contexto externo. Un lector desprevenido no se percataría de que el campo de maniobra de ese México ya estaba muy limitado por la transformación del país vecino del norte en una gran potencia imperial.
Para Florescano y Eissa, la Revolución Mexicana termina y se inicia el México moderno con el cardenismo. Sin embargo, ese singular momento de la izquierda mexicana se resume apenas en una página y en los márgenes de otra. La expropiación petrolera recibe dos menciones con un total de 34 palabras. Aquí hay un ejemplo de interpretación sujeta a debate de nuestra historia. Obviamente, es el México moderno el que ocupa el espacio mayor con abundancia de cifras, mapas y gráficas, todas pertinentes. En lo actual, el énfasis está en lo social y en lo económico. Lo político aparece como trasfondo y temas tan álgidos como justicia, crimen, inseguridad o narcotráfico quedaron fuera.
En suma
No hay historia inocente y menos en épocas tan crispadas y polarizadas como la nuestra, pero hay mucha historia. Y esta última sólo puede ser accesible y útil para la mayoría si está bien narrada, documentada e ilustrada, como es el caso de este magnifico Atlas histórico de México de Florescano y Eissa.
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