Futbol al chile Agustín Basave 06-Abr-2009 Sven es sueco y no debería hacer las cosas al chile, pero nunca definió una alineación y un estilo de juego, estableció una suerte de nihilismo táctico y permitió que privara el desorden. Las decepciones cíclicas de nuestra Selección Nacional emulan las que nos dan a menudo nuestros gobiernos, empresas, sindicatos, universidades y medios. Quienes ahí trabajamos somos mexicanos y nada del valemadrismo nos es ajeno. El futbol, “el juego del hombre”, es también un reflejo de idiosincrasias. Viendo jugar a los equipos representativos de los distintos países podemos distinguir algunos rasgos de sus identidades nacionales. En el caso de México, la Selección ha sido el equipo de todos… nuestros defectos. Cuando se enfrentaba a las potencias, por ejemplo, se achicopalaba; le pesaban el malinchismo y sus secuelas de baja autoestima. Aquel ominoso mote de “los ratones verdes” derivó de la sensación de miedo e impotencia frente a adversarios que a ojo de buen roedor se veían más grandes, lo que provocaba que algunos goles nos los metieran los jugadores contrarios y otros sus purititas camisetas. Ahora ese complejo de inferioridad, si bien sigue ahí, ha disminuido porque afortunadamente los mexicanos de nueva generación poseen un poco más de seguridad en sí mismos. Su lugar como problema central de nuestro desempeño futbolístico lo ha ocupado otro de nuestros vicios. Yo le llamo el síndrome del valemadrismo o del chilazo. No me refiero al fruto de la mexicanísima planta herbácea, que es una de las bases de nuestra maravillosa cocina, sino a la tendencia a hacer las cosas al chile: improvisadamente y sin esmero, sin dedicar mayor tiempo y esfuerzo a asegurarnos de que salga bien. Al ahi se va, pues. Ignoro cuál sea el mejor antónimo de la palabra perfeccionismo, pero eso es lo que nos aqueja y lo que de un tiempo a |acá vemos en el Tri. No es que no lo padeciera antes sino que ahora que se han elevado nuestras expectativas lo sufrimos más. Nuestros futbolistas suelen salir a la cancha a hacer gala de su habilidad y de su desconcentración. Aunque el problema, claro, no es sólo de los jugadores sino también de los directivos y los cuerpos técnicos. La actual Selección Nacional, con su deplorable papel en las rondas de calificación a la Copa del Mundo, lo ha demostrado con creces. Se me dirá que Sven-Göran Eriksson es sueco y no debería tener la mala costumbre de hacer las cosas al chile, pero todo parece indicar que la tiene. O quizá tomó su trabajo a la ligera y no le importó hacer un mal papel en un equipo que no se ve en Europa. Lo cierto es que nunca definió una alineación y un estilo de juego, estableció una suerte de nihilismo táctico y permitió que privara el desorden. Va una perla de su laissez faire valemadrista: unos cuantos días antes del importante y simbólico partido contra Estados Unidos, cuando más preparación y concentración necesitaban sus convocados, les dio un día libre porque… era su cumpleaños y quería celebrarlo como Dios manda. Eso sí, declaró que lo hizo por razones estratégicas. La verdad, si no se supiera que es escandinavo por los cuatro costados, cualquiera creería que el señor tiene raíces mexicanas. Finalmente llegó la sensatez —la sensatez en nuestro país camina muy despacio— y el buen Sven fue despedido. Se tardaron en hacerle caso a analistas inteligentes como Roberto Gómez Junco. A Hugo Sánchez, a quien ahora me doy cuenta de que lo nombraron director técnico nacional para quitárselo de encima y correrlo a la menor provocación, no le tuvieron ni la mitad de la paciencia que le prodigaron a Erik-sson, quien se va sin haber demostrado nunca a qué rayos jugaba. Y aún más impaciencia mostró la FMF con Chucho Ramírez. Ahora le toca su segundo turno como salvavidas a Javier Aguirre, quien representa probablemente la mejor opción en estos momentos. No tardaremos mucho en saber si “el Vasco” es capaz de cambiar la mentalidad de la Selección. Ojalá que le imponga un estilo ordenado y consistente y logre que los jugadores se concentren en la cancha. La diferencia entre un gran equipo y un grupo de buenos jugadores es la concentración. El talón de Aquiles de nuestra Selección Nacional son los errores defensivos en jugadas a balón parado (y también en movimiento, qué caray) y la falta de contundencia al ataque; o sea, desconcentración. Solemos escuchar a los comentaristas decir que los campeones siempre se crecen y triunfan en los momentos decisivos. Pero eso no lo traen en su ADN los hombres de pantalón largo o corto de Italia o de Alemania. Lo alcanzan con mucha planeación, mucho entrenamiento y, sobre todo, sin dejar nada al azar. Cuidan todos los detalles. Diseñan y asimilan una idea de juego, aprenden a pararse bien en la cancha y estudian minuciosamente las fortalezas y debilidades de cada rival. Vamos, hay equipos como Argentina que hasta las marrullerías preparan y ejecutan con gran precisión. Y todo eso presupone no distraerse jamás: no llegar al juego en mala forma física o técnica, no descuidar ni por un segundo a quien se está marcando ni hacer una jugada de más o de menos en el área enemiga. Por cierto, nada de ello implica inhibir la creatividad del jugador. Quien lo dude, quien crea que los habilidosos pueden prescindir de la concentración, que vaya a ver un entrenamiento de Brasil. Un Garrincha no hace verano. En fin. Las decepciones cíclicas de nuestra Selección Nacional emulan las que nos dan a menudo nuestros gobiernos, empresas, sindicatos, universidades y medios. Quienes ahí trabajamos somos mexicanos y nada del valemadrismo nos es ajeno. Por supuesto que hay excepciones, lo mismo en el futbol que en todos esos ámbitos. Pero desgraciadamente la regla en México, por tradición o por inercia, es hacer las cosas al chile. Y mientras festejemos ese vicio como una característica idiosincrásica divertida, vamos a seguir perdiendo. abasave@prodigy.net.mx |
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