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lunes, 25 de mayo de 2009

Los grandes problemas nacionales: Agustín Basave

Los grandes problemas nacionales
Agustín Basave
25-May-2009
Es un texto imprescindible para entender a México. Hoy, que acatamos la desigualdad y que consideramos políticamente incorrecto hablar de la ostensible correlación entre raza y clase, la lectura de LGPN debería ser obligatoria en nuestras universidades. La única forma de cambiar la realidad es asumirla, y la única forma de asumirla es encararla.

Acaba de cumplirse un siglo de la publicación de una obra señera en la historia de las ideas de México. Me refiero a Los grandes problemas nacionales (LGPN), de Andrés Molina Enríquez, precursora de la Revolución o, mejor dicho, de la posrevolución y quizá de lo que está por venir. Su primera edición (Imprenta de A. Carranza e Hijos, 1909) no fue un éxito editorial. Y como suele suceder con los clásicos, tampoco fue aclamada por la crítica. Pasó tiempo, mucho tiempo, para que semejante opus magnum fuera cabalmente apreciada. Primero recibió el elogio de los mexicanólogos extranjeros y después de los nuestros. Ahora todos reconocen su importancia, aunque pocos le dan el lugar que a mi juicio merece. Para muestra basta un botón: no ha habido ninguna conmemoración en este su centésimo aniversario (y ya terminó abril, el mes en que fue fechado el prólogo original).

LGPN es el compendio del pensamiento de Molina Enríquez. Ahí quedan plasmadas sus ideas centrales, si bien las anticipa en La Reforma y Juárez (1905) y las corrige en La reforma agraria (1932-36). Con un instrumental multidisciplinario que combina historia, antropología, sociología, derecho y política, don Andrés diagnostica y prescribe en LGPN pasado, presente y futuro. Su preocupación fundamental es la consolidación de la nación mexicana. Explica el devenir de México mediante la lucha entre criollos, indios y mestizos, parte de la premisa de que el mestizaje es la quintaesencia de la mexicanidad y llega a la conclusión de que la síntesis racial y cultural es condición sine qua non para resolver cinco grandes problemas nacionales: la propiedad, el crédito territorial, la irrigación, la población y la política.

El libro convierte a su autor en padre del agrarismo revolucionario, ideólogo del presidencialismo posrevolucionario y teórico del nacionalismo mestizo. Ni más ni menos. Aunque en cada una de esas contribuciones tiene predecesores y sucesores, es él quien llega más lejos. En el caso del latifundio, Wistano Luis Orozco señala su improductividad económica y Luis Cabrera su peligro político, pero es Molina quien, concordando con esas dos críticas, añade la justicia social como imperativo para repartir la tierra. Ante las fuerzas centrífugas que amenazan con desmembrar al país, los evolucionistas spencerianos del Porfiriato claman por la centralización del poder y los cardenistas por la preeminencia del presidente, pero Molina agrega a ese producto propiedades y fecha de caducidad. Y en la búsqueda de identidad nacional, cada uno de los mestizófilos esgrime una parte —Francisco Pimentel pide la homogeneidad mediante una suerte de etnocidio humanitario, Vicente Riva Palacio reclama un contrato racial entre criollos e indios, Justo Sierra sugiere la centralidad del mestizaje como procreador de la clase media, Manuel Gamio propone la reencarnación del indio en mestizo y José Vasconcelos exige la elevación del crisol al plano cósmico— pero es Molina quien articula el todo forjando una auténtica teoría de la mestizofilia.

No es fácil leer a Andrés Molina Enríquez. Su estilo es farragoso y su eclecticismo doctrinario, que empieza en el positivismo y termina en el relativismo cultural, está permeado de tesis anacrónicas y contradictorias. Pero vale la pena repensar sus ideas, porque trascienden a sus adalides intelectuales. LGPN es un texto imprescindible para entender a México. Destila creatividad analítica y visión profética, producto de una mirada inteligente y desinhibida de la realidad nacional. Hoy, que acatamos la desigualdad y que consideramos políticamente incorrecto hablar de la ostensible correlación entre raza y clase, la lectura de LGPN debería ser obligatoria en nuestras universidades. La única forma de cambiar la realidad es asumirla, y la única forma de asumirla es encararla.

Permítaseme citar dos fragmentos de LGPN que expresan llanamente su complejidad. Primero, su definición de patriotismo: “Todos como los hermanos de una familia, libres para el ejercicio de sus facultades de acción; pero unidos por la fraternidad común, y obligados a virtud de esa misma fraternidad, por una parte, a distribuirse equitativamente el goce de la común heredad que los alimenta, y por otra, a tolerarse mutuamente las diferencias a que ese goce dé lugar”. Y finalmente, las últimas y elocuentes palabras: “Tiempo es ya de que salgamos de las oscilaciones de la vacilación, y de que busquemos nuestro camino de Damasco, procurando multiplicar nuestro número, acrecer nuestro bienestar, adquirir la conciencia de nuestro ser colectivo, definir nuestro espíritu social, y formular nuestros propósitos de conducta con precisión, formulando la noción de patria que nos sirva en el interior para lograr la coordinación integral de todos nuestros esfuerzos, y en lo exterior para mantener la seguridad plena de la existencia común. Tiempo es ya de que formemos una nación propiamente dicha, la nación mexicana, y de que hagamos a esa nación, soberana absoluta de sus destinos, y dueña y señora de su porvenir”. Quítele usted la multiplicación del número y cualquier otra cosa que tenga que ver con las circunstancias de su tiempo y dígame si hay algo en sus tesis que no esté vigente en el México actual. ¿No nos laceran las vacilaciones y la cortedad de miras? ¿No necesitamos extender nuestra conciencia colectiva y el bienestar del que sólo gozamos unos cuantos? Y más allá de buenos propósitos, ¿no nos hace falta un proyecto de nación?

abasave@prodigy.net.mx

¿No nos laceran las vacilaciones y la cortedad de miras? ¿No necesitamos extender nuestra conciencia colectiva y el bienestar del que sólo gozamos unos cuantos? Y más allá de buenos propósitos, ¿no nos hace falta un proyecto de nación?

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