La condición humana se manifiesta en la reacción desencadenada por el contacto con, y en el ejercicio de, el poder. Es frecuente que se desafinen las fibras éticas tal y como ha sucedido con el Partido Acción Nacional (PAN).
El 17 de diciembre de 2006 el PAN instaló 120 casillas en Yucatán para que los 12 mil y pico de sus militantes en esa entidad pudieran seleccionar a su candidato a gobernador para los comicios del próximo abril. Hubo un trío del cual escoger: Luis Correa Mena, Xavier Abreu Sierra y Ana Rosa Payán y de los 10,748 militantes que se acercaron a las urnas, el 52% votó por Abreu (cercano a Felipe Calderón), el 38% por Payán y el resto por Correa Mena. Aunque los 14 puntos de diferencia entre primero y segundo son una pesada e inapelable losa, Ana Rosa desafió los pronósticos y la lógica al exigir la anulación de las primarias. Ana Rosa es panista desde hace 23 años y durante ese tiempo aprendió a perder y a ganar elecciones. Es una política veterana con tan sólida trayectoria de compromiso cívico y social que cuesta trabajo colgarle el sambenito de “berrinchuda”. El tamaño de su perfil impone la pregunta: ¿qué está pasando dentro de un partido cuyos militantes se enorgullecían de ser tachados como los “místicos” del voto y la limpieza electoral? En entrevista telefónica, Ana Rosa Payán detalla la evidencia sobre la “intimidación, las amenazas y la compra de votos” empleados por al menos una parte de la pesada estructura gubernamental panista para favorecer a Xavier Abreu. Si el estado no hubiera intervenido, dice Payán, ella hubiera ganado la elección.
Una y otra vez insiste en lo irritante y doloroso que le resultó constatar que el PAN repitió las actitudes y las políticas propias de los fraudes priistas. Las frases que mejor capturan la esencia de su opinión y estado de ánimo aparecen en un par de columnas publicadas por Diario de Yucatán el 28 y 29 de diciembre de 2006: en lugar de deslumbrar por el “blanco maravilloso” y el “azul profundo” se presentó en el escenario un “PAN desteñido y tricolor” con olor a “despensa, a dádiva, a presión o amenaza”. Payán presentó sus quejas ante las instancias partidistas locales que las desecharon, lo que en opinión de Payán “era predecible..., porque en todo el proceso (el PAN estatal) actuó de manera parcial a favor de Xavier Abreu”. Esta semana se reunirá en el Distrito Federal con el Comité Ejecutivo Nacional de 42 integrantes, ante el cual presentará sus argumentos. Fuentes panistas cercanas al caso me confirman la preocupación existente porque sí hubo irregularidades en Yucatán, porque el asunto se imbrica con la fractura entre Calderón y Espino, y por el riesgo de una ruptura en uno de los principales bastiones panistas. El asunto trasciende Yucatán, porque según Ana Rosa las “prácticas observadas en Yucatán se reproducen en diversos estados y municipios”. Es tan grave su diagnóstico, que la yucateca decidió romper con la costumbre panista de lavar lo percudido dentro de casa y, amparándose en la “verdad” y la “transparencia”, está dando una pelea por su causa y porque piensa que su partido “está en un punto de quiebre y debe rectificar y corregir ese tipo de prácticas”.
Desde esa perspectiva, el PAN estaría pagando las consecuencias de una crisis iniciada hace casi dos décadas. Para Ana Rosa, los primeros 50 años de su partido fueron de un “romanticismo extraordinario”. En 1989, y en plena celebración del 50 aniversario, “ganamos en Baja California y a partir de ahí siguieron los triunfos en todo el país. En 1990, el PAN empezó a recibir dinero público (enormes cantidades añade el columnista) y llegaron militantes interesados, sobre todo, en cargos, negocios y dinero. La combinación de dinero, poder y triunfos —remata— fue distorsionando la ética pública” de un sector de la militancia que abandonó principios, mientras repetía una y otra vez, cual monjes tibetanos, el mantra de que “el fin justifica los medios”. El drama del PAN es parte de una crisis sistémica de la política mexicana que tiene entre sus principales causas el exceso de dinero público entregado a los partidos, los ríos de recursos privados que fluyen a los comicios y el deseo de triunfar a cualquier costo. Prosperan los decididos a jugársela con todo por el candidato. La legalidad existe para sacarle la vuelta y buscar sus puntos débiles. Todo se racionaliza diciendo que es la única forma de ganar en la política o inventando sofismas, como asegurar que lo normal en el mundo son las campañas negativas en televisión que vimos en la presidencial del año pasado (son comunes en algunos países y están prohibidas en otros).
Lo anterior es en buena medida posible porque los árbitros se contentan con la aplicación laxa de la norma y porque les importan poco virtudes tan etéreas —y al mismo tiempo tan indispensables— como la justicia o la democracia. Sigue entonces que el partido gobernante está poniendo todo su peso y recursos para que su favorito se alce con la victoria. Lo sucedido en Yucatán ya pasó en otras elecciones locales, ya lo vimos en las presidenciales de 2006. Quienes pierden tienen la opción de quedarse callados y prepararse para la próxima o protestar como pueden. Sea cual sea el desenlace del caso Payán, lo más probable es que en Yucatán veremos una campaña y elección de baja calidad democrática. El PRI husmea la posibilidad del triunfo y se lanzará por él; el PAN ya demostró de lo que es capaz para mantener el poder. Así terminó el tan temido choque de trenes. Eso es sólo el comienzo; en 2007 tendremos 14 elecciones locales y en Oaxaca, Veracruz y Baja California, entre otras, reviviremos variaciones de la misma tonada. El año pasado recibí centenares de cartas criticándome o injuriándome porque ponía en duda la pureza virginal de las elecciones presidenciales. Yucatán me reivindica más pronto de lo esperado porque lo que sostuve entonces, y sostengo ahora, es que la calidad de la democracia mexicana ha sufrido un grave retroceso pues se perdió la certidumbre en los resultados y eso lleva a la inconformidad de los derrotados.
Eso le pasó a Andrés Manuel López Obrador, eso le está pasando a Ana Rosa Payán, eso le seguirá pasando a muchos y muchas más. Yucatán es otra puesta en escena del drama popularizado en el último sexenio: Del Olimpo al arrabal. La triste historia de una democracia de ínfima calidad.
sergioaguayo@infosel.net.mxEl 17 de diciembre de 2006 el PAN instaló 120 casillas en Yucatán para que los 12 mil y pico de sus militantes en esa entidad pudieran seleccionar a su candidato a gobernador para los comicios del próximo abril. Hubo un trío del cual escoger: Luis Correa Mena, Xavier Abreu Sierra y Ana Rosa Payán y de los 10,748 militantes que se acercaron a las urnas, el 52% votó por Abreu (cercano a Felipe Calderón), el 38% por Payán y el resto por Correa Mena. Aunque los 14 puntos de diferencia entre primero y segundo son una pesada e inapelable losa, Ana Rosa desafió los pronósticos y la lógica al exigir la anulación de las primarias. Ana Rosa es panista desde hace 23 años y durante ese tiempo aprendió a perder y a ganar elecciones. Es una política veterana con tan sólida trayectoria de compromiso cívico y social que cuesta trabajo colgarle el sambenito de “berrinchuda”. El tamaño de su perfil impone la pregunta: ¿qué está pasando dentro de un partido cuyos militantes se enorgullecían de ser tachados como los “místicos” del voto y la limpieza electoral? En entrevista telefónica, Ana Rosa Payán detalla la evidencia sobre la “intimidación, las amenazas y la compra de votos” empleados por al menos una parte de la pesada estructura gubernamental panista para favorecer a Xavier Abreu. Si el estado no hubiera intervenido, dice Payán, ella hubiera ganado la elección.
Una y otra vez insiste en lo irritante y doloroso que le resultó constatar que el PAN repitió las actitudes y las políticas propias de los fraudes priistas. Las frases que mejor capturan la esencia de su opinión y estado de ánimo aparecen en un par de columnas publicadas por Diario de Yucatán el 28 y 29 de diciembre de 2006: en lugar de deslumbrar por el “blanco maravilloso” y el “azul profundo” se presentó en el escenario un “PAN desteñido y tricolor” con olor a “despensa, a dádiva, a presión o amenaza”. Payán presentó sus quejas ante las instancias partidistas locales que las desecharon, lo que en opinión de Payán “era predecible..., porque en todo el proceso (el PAN estatal) actuó de manera parcial a favor de Xavier Abreu”. Esta semana se reunirá en el Distrito Federal con el Comité Ejecutivo Nacional de 42 integrantes, ante el cual presentará sus argumentos. Fuentes panistas cercanas al caso me confirman la preocupación existente porque sí hubo irregularidades en Yucatán, porque el asunto se imbrica con la fractura entre Calderón y Espino, y por el riesgo de una ruptura en uno de los principales bastiones panistas. El asunto trasciende Yucatán, porque según Ana Rosa las “prácticas observadas en Yucatán se reproducen en diversos estados y municipios”. Es tan grave su diagnóstico, que la yucateca decidió romper con la costumbre panista de lavar lo percudido dentro de casa y, amparándose en la “verdad” y la “transparencia”, está dando una pelea por su causa y porque piensa que su partido “está en un punto de quiebre y debe rectificar y corregir ese tipo de prácticas”.
Desde esa perspectiva, el PAN estaría pagando las consecuencias de una crisis iniciada hace casi dos décadas. Para Ana Rosa, los primeros 50 años de su partido fueron de un “romanticismo extraordinario”. En 1989, y en plena celebración del 50 aniversario, “ganamos en Baja California y a partir de ahí siguieron los triunfos en todo el país. En 1990, el PAN empezó a recibir dinero público (enormes cantidades añade el columnista) y llegaron militantes interesados, sobre todo, en cargos, negocios y dinero. La combinación de dinero, poder y triunfos —remata— fue distorsionando la ética pública” de un sector de la militancia que abandonó principios, mientras repetía una y otra vez, cual monjes tibetanos, el mantra de que “el fin justifica los medios”. El drama del PAN es parte de una crisis sistémica de la política mexicana que tiene entre sus principales causas el exceso de dinero público entregado a los partidos, los ríos de recursos privados que fluyen a los comicios y el deseo de triunfar a cualquier costo. Prosperan los decididos a jugársela con todo por el candidato. La legalidad existe para sacarle la vuelta y buscar sus puntos débiles. Todo se racionaliza diciendo que es la única forma de ganar en la política o inventando sofismas, como asegurar que lo normal en el mundo son las campañas negativas en televisión que vimos en la presidencial del año pasado (son comunes en algunos países y están prohibidas en otros).
Lo anterior es en buena medida posible porque los árbitros se contentan con la aplicación laxa de la norma y porque les importan poco virtudes tan etéreas —y al mismo tiempo tan indispensables— como la justicia o la democracia. Sigue entonces que el partido gobernante está poniendo todo su peso y recursos para que su favorito se alce con la victoria. Lo sucedido en Yucatán ya pasó en otras elecciones locales, ya lo vimos en las presidenciales de 2006. Quienes pierden tienen la opción de quedarse callados y prepararse para la próxima o protestar como pueden. Sea cual sea el desenlace del caso Payán, lo más probable es que en Yucatán veremos una campaña y elección de baja calidad democrática. El PRI husmea la posibilidad del triunfo y se lanzará por él; el PAN ya demostró de lo que es capaz para mantener el poder. Así terminó el tan temido choque de trenes. Eso es sólo el comienzo; en 2007 tendremos 14 elecciones locales y en Oaxaca, Veracruz y Baja California, entre otras, reviviremos variaciones de la misma tonada. El año pasado recibí centenares de cartas criticándome o injuriándome porque ponía en duda la pureza virginal de las elecciones presidenciales. Yucatán me reivindica más pronto de lo esperado porque lo que sostuve entonces, y sostengo ahora, es que la calidad de la democracia mexicana ha sufrido un grave retroceso pues se perdió la certidumbre en los resultados y eso lleva a la inconformidad de los derrotados.
Eso le pasó a Andrés Manuel López Obrador, eso le está pasando a Ana Rosa Payán, eso le seguirá pasando a muchos y muchas más. Yucatán es otra puesta en escena del drama popularizado en el último sexenio: Del Olimpo al arrabal. La triste historia de una democracia de ínfima calidad.
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