Cartel de Vidal, 1936
Antes que el proletariado se organizara en el resto del mundo, las ideas comunistas, o mejor, ciertas formas de comunismo libertario, ya tenían arraigo en algunas zonas andaluzas; poco antes de 1860 descubrieron una sociedad comunista en la región y de ella fusilaron a dieciséis personas. En 1868 los trabajadores invadieron unas propiedades rústicas por considerar a "la propiedad privada como un abuso de la historia y un agravio de los capitalistas" (Mijaíl Bakunin). A fines de aquel año llegó a la Península el diputado napolitano Giuseppe Fanelli (garibaldino), como portavoz y propagandista de la Alianza Democrática fundada por Bakunin. En La Révolte, de París (4 de mayo de 1893), se lee que "tomó uno a uno a los hombres más dispuestos que hallaba a su paso para persuadirlos, convencerlos y llevarlos al anarquismo", agrupando así a toda una generación que hizo del movimiento anarquista en España uno de los más compactos y capaces para las luchas sociales en el mundo.
En 1872 se celebró en Córdoba el primer congreso anarquista de España (el mapa del anarquismo en 1931 ya abarcaba Andalucía, Cataluña, Valencia y parte de Aragón). La primera República Española se proclamó en 1873; hubo numerosos motines e insurrecciones desligados unos de otros la mayoría de las veces. Algunas revueltas en Andalucía, como la de Montilla, tenían carácter marcadamente anarquista; los campesinos destruyeron el registro de la propiedad, modificaron los lindes de algunos cortijos, saquearon otros y dieron muerte a dos propietarios y a un guardia rural: ni la Internacional, ni la Alianza de la Democracia Socialista tuvieron parte alguna en los hechos. La Asociación Internacional de Trabajadores (ait) logró un fuerte arraigo en Andalucía y Cataluña; el gobierno provisional de 1874 la disolvió inmediatamente, pero gracias a la unión de los campesinos no impidió la difusión de ideas ni la movilización de los militantes. El credo anarco-colectivista queda bien expresado en unas líneas de su reglamento: "La tierra existe para el bienestar común de los hombres y todos tienen el mismo derecho a poseerla." (Bakunin). En el verano de 1883 se produjo la primera de las innumerables huelgas que habrían de estallar en Andalucía. Los segadores de Jerez se negaron a trabajar a destajo, como lo imponía el despotismo de los amos; en 1892 el anarquismo volvió a manifestarse en Jerez, Cádiz y Sevilla. A comienzos de siglo xx fue fraguando la transformación del movimiento anarquista en el anarco-sindicalismo. En octubre de 1910, un congreso de federaciones y grupos libertarios creó en Sevilla la Confederación Nacional del Trabajo (cnt), y en 1927 la Federación Anarquista Ibérica (fai). Las cualidades del andaluz, como las de cualquier ciudadano del mundo, son una compleja amalgama que no permite establecer determinismos sino con dificultad. El andaluz no se adapta "gloriosamente" a su miseria. Nadie se adapta a la miseria en cuanto puede huir de ella. Los hechos mismos niegan rotundamente lo afirmado por José Ortega y Gasset en su Teoría de Andalucía.
¿Y aquí, en México? Con todos sus defectos y debilidades, son los pobres quienes actúan como verdaderos héroes contemporáneos, porque están pagando el desarrollo industrial y el de la modernización del país: "En verdad, la estabilidad política de México es un triste testimonio de la gran capacidad para soportar la miseria y el sufrimiento que tiene el ciudadano común, pero que tiene sus límites, a menos que se encuentre una distribución más equitativa de la cada vez mayor riqueza nacional; debemos esperar que tarde o temprano ocurrirán trastornos nacionales." (Ricardo Flores Magón). En España, los principios de la cnt fueron claramente expresados: "El sindicalismo no debía ser considerado como un fin sino como un medio de lucha contra la burguesía" (Piotr Kropotkin, El apoyo mutuo). En México, la lucha y las ideas de los hermanos Flores Magón se inspiraron en los mismos principios. Y en ambos países se emplearon los mismos sistemas de lucha, como la huelga general y la acción directa. Recuérdese la relación de Antonio Díaz Soto y Gama con Emiliano Zapata, quien adoptó el grito de "Tierra y libertad". Y su esperanza del advenimiento de una revolución milenaria que nacerá del reparto de la tierra: "La tierra para el que la trabaja." El magonismo, como fuerza detonante de la Revolución mexicana, tuvo como aspiración abolir el poder, no ejercerlo. Una de sus metas era el autogobierno de las masas populares. Los zapatistas, hermanos de los anhelos y la rebeldía del magonismo, lucharon como buenos libertarios por un mundo nuevo en el que las fábricas, la tierra y la libertad fueran para todos.
Los anarquistas, insatisfechos con los moderados intentos de reforma agraria, crearon graves problemas a la segunda República Española, especialmente en Andalucía. El famoso alzamiento de Casas Viejas, capitaneado por Seisdedos, fue quizá uno de los signos más expresivos de las dificultades de la izquierda liberal republicana para entender el grave trasfondo del problema agrario andaluz. Al clamor promovido por Seisdedos respondieron campesinos y trabajadores, convencidos con fe inquebrantable de que establecerían el comunismo libertario. Como se sabe, la guardia civil y las tropas acabaron por prender fuego a las casas en que se habían refugiado los campesinos. Al estallar la Guerra civil española, las clases trabajadoras andaluzas y las del resto de España se pusieron del lado de la República. Ya en las elecciones de febrero del ’36, Andalucía había optado por el Frente Popular. La historia reciente prueba que los más hondos problemas andaluces –especialmente la cuestión agraria– están muy lejos de haberse resuelto.
Como ejemplo de las inconsecuencias en ese período, por decir lo menos, se puede señalar un estudio documental cinematográfico de Luis Buñuel en Andalucía, Las Hurdes, tierra sin pan (1932), donde se hace una denuncia: Un bolsón de miseria [es un eufemismo] en las montañas a unos kilómetros de Burgos. La vida extinguiéndose en piedras agrietadas: un hombre temblando de fiebre; el bocio antiguo de una mujer de 32; un niño abandonado por tres días en la calle para morir ahí; el lindero de los cultivos a unos dos o tres metros del río, que lo barrerá con las primeras lluvias; los hombres marchando penosamente hacia Castilla, para trabajar y regresar sin eso; muñecas huesudas y pechos hundidos, andrajos increíbles; enanos imbéciles farfullando a la cámara, girando sus bobas caras de nabo por encima de las rocas; la vista de una madre cuya bebé acaba de morir, sacudida por sentimientos humanos que usted podría tomar por felicidad después de todas esas caras en blanco; el pequeño cuerpo llevado por senderos pedregosos de los que hemos visto caer cabras incluso [en realidad, fue el producto trucado de un disparo de fusil del equipo de producción], empujado en su plataforma a través de un río –como un pequeño ferry sobre un innoble Leteo hasta que llega a su único cementerio a kilómetros de distancia–, unos pocos palos clavados en las altas hierbas y la cizaña; por la noche, entre las celdas de piedra, una calle como un parche en terreno agrietado, una mujer vieja batiendo una campana muerta. Una película honesta y escandalosa, que se encuentra libre de propaganda excepto por una toma al interior de una iglesia –un par de estatuas baratas y un grabado corriente– con una verbosa oración [en off] sobre la riqueza clerical…¡Riqueza! Uno sonríe con la palabra a la vista del interior de dos centavos y se pregunta si los cinco años de políticas republicanas han hecho algo por esa gente; que uno sólo podría permitirse acabar con este hoyo al que deben trepar para hallar limpieza y confort.
Es un mundo grotesco: los imbéciles tocándose unos a otros entre las rocas con significados privados incomunicables. La niña muerta mostrando su garganta al camarógrafo ("Nosotros no pudimos hacer nada por ellos. Unos días después supimos que ella había muerto", dice la voz en off).
Graham Greene on Film, Collected Criticism, 1935-1939
(Traducción de Rubén Moheno)
Es que las revoluciones de tipo social no son hechas por los "partidos", los grupos o los cuadros. Ellas resultan de fuerzas históricas, y de contradicciones que movilizan a vastos sectores de la población, y son consecuencia de la tensión entre lo actual y lo posible; lo que es y lo que podía ser. El rasgo más sorprendente de las pasadas revoluciones es que se iniciaron espontáneamente; que la revolución triunfe o no depende de si el Estado puede emplear su fuerza armada con eficacia; es decir, si las tropas –compuestas por el pueblo– pueden ser lanzadas contra el pueblo. El "glorioso partido", allí donde existe, va invariablemente atrás de los acontecimientos. El partido se estructura de acuerdo a líneas jerárquicas que reflejan a la misma sociedad que pretende confrontar. Pese a sus pretensiones teóricas, es un organismo burgués; un aparato cuya función es aspirar a la toma del poder, no a disolverlo. Sus miembros están entrenados en la obediencia; son educados para reverenciar el liderismo, que es una función dirigente del partido, que, a su vez, finca sus bases en costumbres nacidas del viejo mundo injusto; es, en fin, una burocracia con intereses creados. Así, los líderes se convierten en personajes, pierden contacto con la situación viva en las filas bajas, y el resultado es una eficiencia muy disminuida desde el punto de vista revolucionario.
Cartel de “nuevos anarquistas”, tomado de http://www.nodo50.org
El partido es muy eficiente sólo en un sentido: en moldear a la sociedad de acuerdo con su propia imagen jerárquica. Si la revolución tiene éxito crea la burocracia, la centralización y el Estado controlado por el "glorioso partido". Es decir, preserva las condiciones necesarias para su propia existencia. Por otra parte, ese tipo de partido, fuera del poder, es extremadamente vulnerable en períodos de represión; con los líderes en prisión u ocultos, queda paralizado; los obedientes no tienen a quién obedecer y tienden a dispersarse: y la "revolución" se anula. Los partidos socialdemócratas, comunistas y trotskistas degeneraron porque estaban estructurados según los modelos burgueses. La superioridad ideológica del anarquismo radica en que no aspira al poder sino a su liquidación.
El sindicalismo revolucionario no pide a los demás que abdiquen de su poder, sino que contemplen la posibilidad de una reestructuración social de base, comunitaria, al margen del poder tradicional, porque el socialismo de dirigentes y dirigidos no es socialismo sino autoritarismo. Éste empieza por la discriminación política y termina con el nacimiento de nuevas clases privilegiadas. El anarquismo ofrece a todos un quehacer comunitario en la base misma de la sociedad. Hay que insistir: los partidos políticos no hacen revoluciones de tipo social, éstas han sido levantadas siempre por amplios sectores de la población; las más decisivas pueden ocurrir siempre que se den las condiciones necesarias. La espontaneidad del movimiento y de las masas que en ellas intervienen es un hecho probado por la historia. La huelga general, o la huelga de masas, es el más decisivo hecho del proceso. Se fundamenta en los sindicatos que intervienen en ellas porque cuentan con la facultad de paralizar la vida económica, y también para ponerla en marcha de nuevo e iniciar la reestructuración social. Esta vieja táctica del sindicalismo revolucionario, la huelga general, fue criticada siempre desde todos los ángulos por el marxismo.
En España, donde el anarco-sindicalismo era fuerte, los sindicatos de la zona republicana socializaron la industria en el ’36, crearon más de 2 mil colectividades campesinas, y en Aragón lanzaron el primer autogobierno en la historia del mundo. Fueron los pueblos y los sindicatos los que crearon organismos necesarios para una situación en verdad apremiante. En el curso de una larga y compleja guerra fratricida muy sangrienta. La maquinaria enemiga era pletórica en armas proporcionadas por los fascistas alemanes e italianos, y los otros sólo con los instrumentos de trabajo convertidos en armas, y las muy pocas que vinieron del exterior –como las que llegaron de México–, compitieron en condiciones que la palabra desventaja no refleja sino muy pálidamente. Todo ello debilitó en gran parte los primitivos logros revolucionarios, pero sin llegar a extinguirlos por completo nunca. Es que gobierno y revolución son incompatibles, como lo prueba el estalinismo. En el caso cubano, no podemos olvidar por un solo instante la muy real amenaza de muerte que pende sobre él desde su nacimiento hasta hoy. En ese sentido es una excepción. Si en algo cuenta, diremos que los trabajadores, de todos los tiempos, cuando se vieron obligados a defender sus intereses, empezaron siempre por crear una sociedad de resistencia, y luego sindicatos, pero jamás un partido político; los que surgieron después tomaron de la ideología contraria para usurpar la fuerza obrera.
. . .
Cuando se inició la Guerra de españa yo tenía unos meses de edad. No conocí a mi padre, herrero afiliado a la fai, y que huyó de Córdoba. Él fue a Valencia para alistarse en la Columna de Hierro anarquista. Combatió en Teruel a las tropas fascistas, batalla donde cayó. Andando el tiempo, en mi primera juventud (catorce o quince años de edad) me afilié a un grupo clandestino que actuaba contra el régimen franquista, los Jóvenes Libertarios. Y después de algunos años de correrías por varios puertos en labores de grumete llegué a México. Hace algunos meses asistí a una reunión junto con algunos compañeros mexicanos y otros españoles, donde conocí a un grupo de indígenas de comunidades chiapanecas, bakuninistas casi todos, conocedores de Kropotkin, Flores Magón, y el propio Bakunin. "No hay que ponerle veladoras a Bakunin ni a los Flores Magón", me dijeron. Quedé con la boca abierta y en total acuerdo con esos compañeros. En otra ocasión vi a un joven punk (vestidura de piel negra con remaches y estoperoles en la mochila y en las botas, además de un tocado muy especial), me acerqué a él y le dije: "Compañero, ¿sabes cómo puedo ir a la parada del metro más próxima?" Me indicó el camino y luego se despidió de mí con un: "Suerte y salud, compañero." Nos estrechamos las manos cada quien con una sonrisa.
En 1872 se celebró en Córdoba el primer congreso anarquista de España (el mapa del anarquismo en 1931 ya abarcaba Andalucía, Cataluña, Valencia y parte de Aragón). La primera República Española se proclamó en 1873; hubo numerosos motines e insurrecciones desligados unos de otros la mayoría de las veces. Algunas revueltas en Andalucía, como la de Montilla, tenían carácter marcadamente anarquista; los campesinos destruyeron el registro de la propiedad, modificaron los lindes de algunos cortijos, saquearon otros y dieron muerte a dos propietarios y a un guardia rural: ni la Internacional, ni la Alianza de la Democracia Socialista tuvieron parte alguna en los hechos. La Asociación Internacional de Trabajadores (ait) logró un fuerte arraigo en Andalucía y Cataluña; el gobierno provisional de 1874 la disolvió inmediatamente, pero gracias a la unión de los campesinos no impidió la difusión de ideas ni la movilización de los militantes. El credo anarco-colectivista queda bien expresado en unas líneas de su reglamento: "La tierra existe para el bienestar común de los hombres y todos tienen el mismo derecho a poseerla." (Bakunin). En el verano de 1883 se produjo la primera de las innumerables huelgas que habrían de estallar en Andalucía. Los segadores de Jerez se negaron a trabajar a destajo, como lo imponía el despotismo de los amos; en 1892 el anarquismo volvió a manifestarse en Jerez, Cádiz y Sevilla. A comienzos de siglo xx fue fraguando la transformación del movimiento anarquista en el anarco-sindicalismo. En octubre de 1910, un congreso de federaciones y grupos libertarios creó en Sevilla la Confederación Nacional del Trabajo (cnt), y en 1927 la Federación Anarquista Ibérica (fai). Las cualidades del andaluz, como las de cualquier ciudadano del mundo, son una compleja amalgama que no permite establecer determinismos sino con dificultad. El andaluz no se adapta "gloriosamente" a su miseria. Nadie se adapta a la miseria en cuanto puede huir de ella. Los hechos mismos niegan rotundamente lo afirmado por José Ortega y Gasset en su Teoría de Andalucía.
¿Y aquí, en México? Con todos sus defectos y debilidades, son los pobres quienes actúan como verdaderos héroes contemporáneos, porque están pagando el desarrollo industrial y el de la modernización del país: "En verdad, la estabilidad política de México es un triste testimonio de la gran capacidad para soportar la miseria y el sufrimiento que tiene el ciudadano común, pero que tiene sus límites, a menos que se encuentre una distribución más equitativa de la cada vez mayor riqueza nacional; debemos esperar que tarde o temprano ocurrirán trastornos nacionales." (Ricardo Flores Magón). En España, los principios de la cnt fueron claramente expresados: "El sindicalismo no debía ser considerado como un fin sino como un medio de lucha contra la burguesía" (Piotr Kropotkin, El apoyo mutuo). En México, la lucha y las ideas de los hermanos Flores Magón se inspiraron en los mismos principios. Y en ambos países se emplearon los mismos sistemas de lucha, como la huelga general y la acción directa. Recuérdese la relación de Antonio Díaz Soto y Gama con Emiliano Zapata, quien adoptó el grito de "Tierra y libertad". Y su esperanza del advenimiento de una revolución milenaria que nacerá del reparto de la tierra: "La tierra para el que la trabaja." El magonismo, como fuerza detonante de la Revolución mexicana, tuvo como aspiración abolir el poder, no ejercerlo. Una de sus metas era el autogobierno de las masas populares. Los zapatistas, hermanos de los anhelos y la rebeldía del magonismo, lucharon como buenos libertarios por un mundo nuevo en el que las fábricas, la tierra y la libertad fueran para todos.
Los anarquistas, insatisfechos con los moderados intentos de reforma agraria, crearon graves problemas a la segunda República Española, especialmente en Andalucía. El famoso alzamiento de Casas Viejas, capitaneado por Seisdedos, fue quizá uno de los signos más expresivos de las dificultades de la izquierda liberal republicana para entender el grave trasfondo del problema agrario andaluz. Al clamor promovido por Seisdedos respondieron campesinos y trabajadores, convencidos con fe inquebrantable de que establecerían el comunismo libertario. Como se sabe, la guardia civil y las tropas acabaron por prender fuego a las casas en que se habían refugiado los campesinos. Al estallar la Guerra civil española, las clases trabajadoras andaluzas y las del resto de España se pusieron del lado de la República. Ya en las elecciones de febrero del ’36, Andalucía había optado por el Frente Popular. La historia reciente prueba que los más hondos problemas andaluces –especialmente la cuestión agraria– están muy lejos de haberse resuelto.
Como ejemplo de las inconsecuencias en ese período, por decir lo menos, se puede señalar un estudio documental cinematográfico de Luis Buñuel en Andalucía, Las Hurdes, tierra sin pan (1932), donde se hace una denuncia: Un bolsón de miseria [es un eufemismo] en las montañas a unos kilómetros de Burgos. La vida extinguiéndose en piedras agrietadas: un hombre temblando de fiebre; el bocio antiguo de una mujer de 32; un niño abandonado por tres días en la calle para morir ahí; el lindero de los cultivos a unos dos o tres metros del río, que lo barrerá con las primeras lluvias; los hombres marchando penosamente hacia Castilla, para trabajar y regresar sin eso; muñecas huesudas y pechos hundidos, andrajos increíbles; enanos imbéciles farfullando a la cámara, girando sus bobas caras de nabo por encima de las rocas; la vista de una madre cuya bebé acaba de morir, sacudida por sentimientos humanos que usted podría tomar por felicidad después de todas esas caras en blanco; el pequeño cuerpo llevado por senderos pedregosos de los que hemos visto caer cabras incluso [en realidad, fue el producto trucado de un disparo de fusil del equipo de producción], empujado en su plataforma a través de un río –como un pequeño ferry sobre un innoble Leteo hasta que llega a su único cementerio a kilómetros de distancia–, unos pocos palos clavados en las altas hierbas y la cizaña; por la noche, entre las celdas de piedra, una calle como un parche en terreno agrietado, una mujer vieja batiendo una campana muerta. Una película honesta y escandalosa, que se encuentra libre de propaganda excepto por una toma al interior de una iglesia –un par de estatuas baratas y un grabado corriente– con una verbosa oración [en off] sobre la riqueza clerical…¡Riqueza! Uno sonríe con la palabra a la vista del interior de dos centavos y se pregunta si los cinco años de políticas republicanas han hecho algo por esa gente; que uno sólo podría permitirse acabar con este hoyo al que deben trepar para hallar limpieza y confort.
Es un mundo grotesco: los imbéciles tocándose unos a otros entre las rocas con significados privados incomunicables. La niña muerta mostrando su garganta al camarógrafo ("Nosotros no pudimos hacer nada por ellos. Unos días después supimos que ella había muerto", dice la voz en off).
Graham Greene on Film, Collected Criticism, 1935-1939
(Traducción de Rubén Moheno)
Es que las revoluciones de tipo social no son hechas por los "partidos", los grupos o los cuadros. Ellas resultan de fuerzas históricas, y de contradicciones que movilizan a vastos sectores de la población, y son consecuencia de la tensión entre lo actual y lo posible; lo que es y lo que podía ser. El rasgo más sorprendente de las pasadas revoluciones es que se iniciaron espontáneamente; que la revolución triunfe o no depende de si el Estado puede emplear su fuerza armada con eficacia; es decir, si las tropas –compuestas por el pueblo– pueden ser lanzadas contra el pueblo. El "glorioso partido", allí donde existe, va invariablemente atrás de los acontecimientos. El partido se estructura de acuerdo a líneas jerárquicas que reflejan a la misma sociedad que pretende confrontar. Pese a sus pretensiones teóricas, es un organismo burgués; un aparato cuya función es aspirar a la toma del poder, no a disolverlo. Sus miembros están entrenados en la obediencia; son educados para reverenciar el liderismo, que es una función dirigente del partido, que, a su vez, finca sus bases en costumbres nacidas del viejo mundo injusto; es, en fin, una burocracia con intereses creados. Así, los líderes se convierten en personajes, pierden contacto con la situación viva en las filas bajas, y el resultado es una eficiencia muy disminuida desde el punto de vista revolucionario.
Cartel de “nuevos anarquistas”, tomado de http://www.nodo50.org
El partido es muy eficiente sólo en un sentido: en moldear a la sociedad de acuerdo con su propia imagen jerárquica. Si la revolución tiene éxito crea la burocracia, la centralización y el Estado controlado por el "glorioso partido". Es decir, preserva las condiciones necesarias para su propia existencia. Por otra parte, ese tipo de partido, fuera del poder, es extremadamente vulnerable en períodos de represión; con los líderes en prisión u ocultos, queda paralizado; los obedientes no tienen a quién obedecer y tienden a dispersarse: y la "revolución" se anula. Los partidos socialdemócratas, comunistas y trotskistas degeneraron porque estaban estructurados según los modelos burgueses. La superioridad ideológica del anarquismo radica en que no aspira al poder sino a su liquidación.
El sindicalismo revolucionario no pide a los demás que abdiquen de su poder, sino que contemplen la posibilidad de una reestructuración social de base, comunitaria, al margen del poder tradicional, porque el socialismo de dirigentes y dirigidos no es socialismo sino autoritarismo. Éste empieza por la discriminación política y termina con el nacimiento de nuevas clases privilegiadas. El anarquismo ofrece a todos un quehacer comunitario en la base misma de la sociedad. Hay que insistir: los partidos políticos no hacen revoluciones de tipo social, éstas han sido levantadas siempre por amplios sectores de la población; las más decisivas pueden ocurrir siempre que se den las condiciones necesarias. La espontaneidad del movimiento y de las masas que en ellas intervienen es un hecho probado por la historia. La huelga general, o la huelga de masas, es el más decisivo hecho del proceso. Se fundamenta en los sindicatos que intervienen en ellas porque cuentan con la facultad de paralizar la vida económica, y también para ponerla en marcha de nuevo e iniciar la reestructuración social. Esta vieja táctica del sindicalismo revolucionario, la huelga general, fue criticada siempre desde todos los ángulos por el marxismo.
En España, donde el anarco-sindicalismo era fuerte, los sindicatos de la zona republicana socializaron la industria en el ’36, crearon más de 2 mil colectividades campesinas, y en Aragón lanzaron el primer autogobierno en la historia del mundo. Fueron los pueblos y los sindicatos los que crearon organismos necesarios para una situación en verdad apremiante. En el curso de una larga y compleja guerra fratricida muy sangrienta. La maquinaria enemiga era pletórica en armas proporcionadas por los fascistas alemanes e italianos, y los otros sólo con los instrumentos de trabajo convertidos en armas, y las muy pocas que vinieron del exterior –como las que llegaron de México–, compitieron en condiciones que la palabra desventaja no refleja sino muy pálidamente. Todo ello debilitó en gran parte los primitivos logros revolucionarios, pero sin llegar a extinguirlos por completo nunca. Es que gobierno y revolución son incompatibles, como lo prueba el estalinismo. En el caso cubano, no podemos olvidar por un solo instante la muy real amenaza de muerte que pende sobre él desde su nacimiento hasta hoy. En ese sentido es una excepción. Si en algo cuenta, diremos que los trabajadores, de todos los tiempos, cuando se vieron obligados a defender sus intereses, empezaron siempre por crear una sociedad de resistencia, y luego sindicatos, pero jamás un partido político; los que surgieron después tomaron de la ideología contraria para usurpar la fuerza obrera.
. . .
Cuando se inició la Guerra de españa yo tenía unos meses de edad. No conocí a mi padre, herrero afiliado a la fai, y que huyó de Córdoba. Él fue a Valencia para alistarse en la Columna de Hierro anarquista. Combatió en Teruel a las tropas fascistas, batalla donde cayó. Andando el tiempo, en mi primera juventud (catorce o quince años de edad) me afilié a un grupo clandestino que actuaba contra el régimen franquista, los Jóvenes Libertarios. Y después de algunos años de correrías por varios puertos en labores de grumete llegué a México. Hace algunos meses asistí a una reunión junto con algunos compañeros mexicanos y otros españoles, donde conocí a un grupo de indígenas de comunidades chiapanecas, bakuninistas casi todos, conocedores de Kropotkin, Flores Magón, y el propio Bakunin. "No hay que ponerle veladoras a Bakunin ni a los Flores Magón", me dijeron. Quedé con la boca abierta y en total acuerdo con esos compañeros. En otra ocasión vi a un joven punk (vestidura de piel negra con remaches y estoperoles en la mochila y en las botas, además de un tocado muy especial), me acerqué a él y le dije: "Compañero, ¿sabes cómo puedo ir a la parada del metro más próxima?" Me indicó el camino y luego se despidió de mí con un: "Suerte y salud, compañero." Nos estrechamos las manos cada quien con una sonrisa.
Kikka Roja