El cáncer bancario monetarista y su metástasis global
La privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas marcó el fin del parasitario modelo neoliberal global que feneció oficialmente el 14 de marzo pasado con el rescate que hizo la Reserva Federal del banco de inversiones quebrado Bearn Stearns, el quinto de EU (“Fecha de la muerte del capitalismo global” en: Bajo la Lupa, 30/3/08). Más tardamos en advertir sobre la “Alerta financiera global: ¡segundo semestre de miedo!” (Bajo la Lupa, 22/6/08) de lo que duró en expandirse la metástasis global del cáncer monetarista fomentado por el exceso de liquidez de los bancos centrales del G-7, que alentaron la demencial especulación de la banca privada israelí-anglosajona, hoy con severos problemas de insolvencia.
La situación es muy grave. Y no es debido a que por fin lo haya asimilado con bastante retraso Lawrence Summers, anterior secretario del Tesoro clintoniano (The Financial Times, 30/6/08), ni a que se hayan confrontado en público las autoridades hacendarias neoliberales de “México”, más desbrujuladas que nunca y en plena deriva, sino porque el legendario BIP (Banco Internacional de Pagos), con sede en Basilea, Suiza, conocido como el “banco central de los bancos centrales”, acaba de emitir una apremiante alerta sobre la inminente explosión de la burbuja crediticia, según reporta Ambrose Evans-Pritchard (AEP): “El Banco de los Bancos Centrales renueva el temor de una segunda depresión” (The Daily Telegraph, 1/7/08). AEP añora la “ortodoxia” que simboliza al BIP frente a las “locuras de los bancos centrales modernos (sic)”. La advertencia del venerable BIP no es nueva; había sido emitida hace un año y ahora la refrenda, de que muchos años de una política monetaria laxa han alimentado una burbuja crediticia peligrosa que podría provocar “mayores costos a los supuestos comúnmente”. Asimismo fustiga sin piedad a la Reserva Federal y sentencia que los bancos centrales no tendrán fácil la tarea de “limpiar” el estallido de las burbujas de los bienes raíces.
Bill White, saliente jefe de economistas del BIP, emitió su canto de cisne en el Reporte anual número 68, que desmiente la “extinción” de la crisis global: “las presentes turbulencias de los mercados no tienen precedente en el periodo del posguerra. Con un riesgo significativo de recesión en EU, complicado por una abrupta inflación creciente en varios países, se construyen temores de que la economía global se encuentra al borde del precipicio”. Peor aún: “no es imposible que el despliegue de la burbuja crediticia, después de un periodo temporal de mayor inflación, culmine en una deflación que pueda ser difícil de manejar debido a los altos niveles de deuda”. La advertencia del BIP es muy clara para las “exageraciones” de la Reserva Federal, Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo (BCE). Ninguno de los pocos banqueros y economistas serios que quedan en el planeta toma en cuenta al Banco de México, que ha resultado una vulgar excrecencia de la Reserva Federal.
Un año más tarde, la situación de los créditos hipotecarios y de consumo ha empeorado pese a todos los engaños infantiles de los multimedia del G-7. Nadie cree las “estadísticas” del sistema financiero anglosajón, el más mendaz en la historia de la humanidad. El BIP muestra cautela ante el “sub reporte del BCE sobre la contracción de la oferta de crédito”. No es ocioso describir la “pirámide invertida de la liquidez global”, según el BIP: derivados financieros (802 por ciento del PIB mundial y 75 por ciento de la liquidez global), deuda securitizada (142 por ciento del PIB y 13 por ciento de la liquidez), dinero amplio (122 por ciento del PIB y 11 por ciento de la liquidez) y dinero de poder (10 por ciento PIB y uno por ciento de la liquidez). ¿Quién va a ser el guapo gobernador de uno de los bancos centrales del G-7 que limpie la escatológica (en el doble sentido de la palabra) acumulación inmunda de papel-chatarra de los derivados financieros?
Bill White coloca en la picota a los bancos globales con empréstitos por 37 millones de millones de dólares (trillones en anglosajón) en 2007, que representan 70 por ciento del PIB mundial: “el dinero del mercado interbancario no se ha recuperado. De mayor preocupación es que una mayor restricción de las condiciones crediticias será impuesta a las entidades no financieras que piden prestado”. Pone en tela de juicio el “rescate por la vía fiscal”, ya que las “deudas explícitas e implícitas de los gobiernos se encuentran tan elevadas que han levantado dudas sobre si todos sus compromisos fuera de contrato puedan ser totalmente honrados”. Diagnostica que la crisis subprime fue detonadora, pero no la causa del desastre, lo que no culpa a los tratantes de deuda. Arremete contra las hilarantes reguladoras y calificadoras: “¿Cómo puede un inmensamente oscuro sistema bancario emerger sin provocar claras declaraciones de preocupación oficial?” Finalmente, AEP comenta que “siempre han existido excesos durante los auges. Pero lo que ha hecho que éste haya degenerado es que los gobiernos colocaron el precio del dinero tan bajo que atrajo a los bancos a su autodestrucción”. Lo real es que la crisis multidimensional global ha provocado una estagnaflación, de por sí la peor receta de dos peores mundos, mientras se avizora en el horizonte una deflación financiera. Pero lo peor de todo radica en la inimputabilidad de los gobernadores de los bancos centrales de G-7 y en la castración y descerebración de su clase política, totalmente sometida a las sicóticas leyes del inexistente “mercado”.
Kikka Roja