11 de mayo de 2012
La arqueología es una variante física de la traducción. Ante las piedras del origen, dependemos de la mirada que las ordenó de esa manera.El traductor y el arqueólogo procuran que un mensaje lejano adquiera naturalidad en el presente. ¿Hay un límite en la actualización del pasado? Cada cierto tiempo podemos leer otro Hamlet en español. Del mismo modo, la arqueología ofrece versiones sucesivas de lo arcaico, confirmando que la historia tiene mucho pasado por delante. Acabo de visitar Palenque con un ánimo muy distinto al que me llevó ahí por primera vez hace cuarenta años, cuando aún se podía nadar en el río de la ciudad. En esta ocasión conversé con arqueólogos y traté de comprender no sólo el discurso de las piedras sino el de los intermediarios que nos permiten leerlas. Todo en Palenque es símbolo. Su edificio tutelar es el Templo de las Inscripciones, y su glifo emblema, un cráneo de conejo (entre sus múltiples funciones, el Dios Conejo es un escriba). Nada más lógico que dos decodificadores de ese entorno tengan presencia en la plaza principal. El arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier, que en 1952 descubrió la tumba Pakal II, está enterrado frente al sitio de su hallazgo. A unos trescientos metros se alza una ceiba plantada por Linda Schele, epigrafista que en 1973 descubrió el password decisivo para leer las estelas y los dinteles de Palenque y Yaxchilán.
La arqueología es una variante física de la traducción. Ante las piedras del origen, dependemos de la mirada que las ordenó de esa manera.El traductor y el arqueólogo procuran que un mensaje lejano adquiera naturalidad en el presente. ¿Hay un límite en la actualización del pasado? Cada cierto tiempo podemos leer otro Hamlet en español. Del mismo modo, la arqueología ofrece versiones sucesivas de lo arcaico, confirmando que la historia tiene mucho pasado por delante. Acabo de visitar Palenque con un ánimo muy distinto al que me llevó ahí por primera vez hace cuarenta años, cuando aún se podía nadar en el río de la ciudad. En esta ocasión conversé con arqueólogos y traté de comprender no sólo el discurso de las piedras sino el de los intermediarios que nos permiten leerlas. Todo en Palenque es símbolo. Su edificio tutelar es el Templo de las Inscripciones, y su glifo emblema, un cráneo de conejo (entre sus múltiples funciones, el Dios Conejo es un escriba). Nada más lógico que dos decodificadores de ese entorno tengan presencia en la plaza principal. El arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier, que en 1952 descubrió la tumba Pakal II, está enterrado frente al sitio de su hallazgo. A unos trescientos metros se alza una ceiba plantada por Linda Schele, epigrafista que en 1973 descubrió el password decisivo para leer las estelas y los dinteles de Palenque y Yaxchilán.