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John Saxe-Fernández
Existe suficiente evidencia para plantear, como hace Jorge Beinstein, de la Universidad de Buenos Aires, en un compacto y bien sustentado estudio (alainet.org/active/28980), que la radicalización de la recesión en centro y periferia capitalista vira, con intensidad que alarma, de un acople recesivo a un acople depresivo global, en el que Estados Unidos es también el motor de la crisis.
A un cabal listado de los renglones económicos y sociales clave que retratan la ruina calamitosa de la economía de Estados Unidos, que seguramente arrastrará el conjunto del sistema global, Beinstein agrega el desplome de 14 billones (trillions) de dólares de la riqueza neta (el valor de propiedades, acciones etc., menos deudas) en 2009 respecto al valor promedio de 2007, equivalente al producto nacional bruto (PNB) de Estados Unidos del año pasado. A esto adosa el abrupto ascenso de desempleados oficiales, crónicos y precarios, que en diciembre de 2008 llegó a casi 22 millones: un salto al vacío de más de 8 millones de personas en 19 meses. Si, como plantea el autor, la lluvia de billones de dólares, euros, etc. arrojados sobre sus mercados no consigue frenar la aceleración de la caída económica, entonces su aserto de que en 2009 se producirá la gran depresión, mucho más grande que la de los años 1930, pasa de catastrofista a un juicio realista. Los masivos rescates, subsidios y estímulos hasta ahora se ven trabados ante la deflación que se generaliza junto a la sobre-capacidad global en los polos asiáticos, europeos y emergentes. Por doquier estallan burbujas y se colapsan manufacturas: producción, precios y ganancias van al precipicio deflacionario.
En Estados Unidos se cerró casi el 50 por ciento de la industria del acero y a fines de 2008 ya la sobrecapacidad global afligía a sectores con gran impacto en los encadenamientos productivos y el empleo: en un mundo capaz de producir 90 millones de vehículos al año, se fabricaron 66 millones, con todos los inventarios abarrotados. En 2009 la tendencia se agrava e incluye los semiconductores, con una producción mensual de 9 mil 260 wafers frente a un potencial instalado de 14 mil 930 unidades, y mientras la capacidad de producción mundial de petróleo es de 89 millones de barriles diarios, el procesamiento de crudo este año no rebasará los 83.8 millones (Businessweek, 16-II-09).
La atención en Asia, reflejada en la gira de Clinton, es por el impacto y sinergia global del frenazo de esas economías. Esa región, que esperaba estar desacoplada del trauma económico de Occidente, dijo The Economist el 31 de enero, se encuentra tan golpeada como cualquier otra y en algunos casos más. El desplome de Estados Unidos, el consumidor/deudor de última instancia, y de la industria mundial debilita el cemento del acople. Asia se recuperó de otras recesiones con las exportaciones: una vía ahora cerrada por el derrumbe de Estados Unidos y Europa. Frente al desplome en Asia –y en el mundo–, la demanda doméstica y regional se presenta como salvavidas de urgencia mayor.
Al calor de la crisis muta la ecuación mundial de poder, con un deterioro hegemónico de Estados Unidos. Los nacionalismos económicos de vieja raigambre (tipo buy american) y el proteccionismo regional en curso, se acentúan en el corto y mediano plazos como respuestas al acople depresivo global. Se trata de desacoples comerciales, monetarios y de seguridad: aunque la proyección de fuerza militar estadunidense es colosal, se hunde en Irak/Afganistán; existe un empate estratégico/nuclear con Rusia y aumenta la capacidad balística-satelital y naval de Asia y Europa.
Del Bravo a la Patagonia la reactivación de la Cuarta Flota, los Comandos Norte y Sur, las bases militares y los diseños del Foreign Relations Council (TLCAN-Aspan/Plan Colombia-Mérida) indican que Estados Unidos va por una integración vertical del hemisferio, anulando nuestra unidad regional. La alternativa al diseño imperial (Unasur/ALBA/ Banco del Sur) es crucial para la vigencia histórica de América Latina en el emergente orden mundial.
A un cabal listado de los renglones económicos y sociales clave que retratan la ruina calamitosa de la economía de Estados Unidos, que seguramente arrastrará el conjunto del sistema global, Beinstein agrega el desplome de 14 billones (trillions) de dólares de la riqueza neta (el valor de propiedades, acciones etc., menos deudas) en 2009 respecto al valor promedio de 2007, equivalente al producto nacional bruto (PNB) de Estados Unidos del año pasado. A esto adosa el abrupto ascenso de desempleados oficiales, crónicos y precarios, que en diciembre de 2008 llegó a casi 22 millones: un salto al vacío de más de 8 millones de personas en 19 meses. Si, como plantea el autor, la lluvia de billones de dólares, euros, etc. arrojados sobre sus mercados no consigue frenar la aceleración de la caída económica, entonces su aserto de que en 2009 se producirá la gran depresión, mucho más grande que la de los años 1930, pasa de catastrofista a un juicio realista. Los masivos rescates, subsidios y estímulos hasta ahora se ven trabados ante la deflación que se generaliza junto a la sobre-capacidad global en los polos asiáticos, europeos y emergentes. Por doquier estallan burbujas y se colapsan manufacturas: producción, precios y ganancias van al precipicio deflacionario.
En Estados Unidos se cerró casi el 50 por ciento de la industria del acero y a fines de 2008 ya la sobrecapacidad global afligía a sectores con gran impacto en los encadenamientos productivos y el empleo: en un mundo capaz de producir 90 millones de vehículos al año, se fabricaron 66 millones, con todos los inventarios abarrotados. En 2009 la tendencia se agrava e incluye los semiconductores, con una producción mensual de 9 mil 260 wafers frente a un potencial instalado de 14 mil 930 unidades, y mientras la capacidad de producción mundial de petróleo es de 89 millones de barriles diarios, el procesamiento de crudo este año no rebasará los 83.8 millones (Businessweek, 16-II-09).
La atención en Asia, reflejada en la gira de Clinton, es por el impacto y sinergia global del frenazo de esas economías. Esa región, que esperaba estar desacoplada del trauma económico de Occidente, dijo The Economist el 31 de enero, se encuentra tan golpeada como cualquier otra y en algunos casos más. El desplome de Estados Unidos, el consumidor/deudor de última instancia, y de la industria mundial debilita el cemento del acople. Asia se recuperó de otras recesiones con las exportaciones: una vía ahora cerrada por el derrumbe de Estados Unidos y Europa. Frente al desplome en Asia –y en el mundo–, la demanda doméstica y regional se presenta como salvavidas de urgencia mayor.
Al calor de la crisis muta la ecuación mundial de poder, con un deterioro hegemónico de Estados Unidos. Los nacionalismos económicos de vieja raigambre (tipo buy american) y el proteccionismo regional en curso, se acentúan en el corto y mediano plazos como respuestas al acople depresivo global. Se trata de desacoples comerciales, monetarios y de seguridad: aunque la proyección de fuerza militar estadunidense es colosal, se hunde en Irak/Afganistán; existe un empate estratégico/nuclear con Rusia y aumenta la capacidad balística-satelital y naval de Asia y Europa.
Del Bravo a la Patagonia la reactivación de la Cuarta Flota, los Comandos Norte y Sur, las bases militares y los diseños del Foreign Relations Council (TLCAN-Aspan/Plan Colombia-Mérida) indican que Estados Unidos va por una integración vertical del hemisferio, anulando nuestra unidad regional. La alternativa al diseño imperial (Unasur/ALBA/ Banco del Sur) es crucial para la vigencia histórica de América Latina en el emergente orden mundial.
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