El próximo fin de semana tendrá lugar en León, Guanajuato, la Asamblea Nacional ordinaria del PAN en la que se resolverá la integración del nuevo Consejo Nacional. En el programa original se había anunciado la discusión de una reforma a los estatutos que ha sido pospuesta para consideración de una asamblea extraordinaria cuyas fechas no han sido fijadas. No es un secreto que el tema de fondo que habrá de ventilarse en la reunión que inicia el próximo sábado es la pugna entre el presidente del partido, Manuel Espino, y el Presidente de la República, Felipe Calderón. Esta disputa ha estructurado la elección de los futuros integrantes del Consejo Nacional, y es muy probable que esté detrás de la decisión de postergar los debates a propósito de las reformas estatutarias que propone el espinismo.
La portada del número más reciente de La Nación, el órgano oficial de Acción Nacional, anuncia en grandes letras: "Es obligación del PAN abrirse a la sociedad", que es seguramente la línea de Espino, quien desde hace semanas se ha empeñado en recurrir a la movilización de recursos extrapartidistas para fortalecerse, pues bien sabe que la militancia no está con él. Por esa misma razón fue el primero en llamar la atención de los medios acerca de sus diferencias con el Presidente de la República. Al hacerlo convirtió a la opinión pública, si no en parte del conflicto, al menos en testigo del pleito. Ahora los panistas querrían que olvidáramos este nuevo capítulo de la declaración de guerra de Espino a este gobierno, cuyas primicias fueron la afirmación que hizo a principios de este año ante la prensa, de que Felipe Calderón tenía que entender que él no era el líder del partido.
Los panistas no quieren que recordemos la historia ya larga de una relación de mutua antipatía y hostilidad. Habría entonces que olvidar que Espino llegó a la presidencia del partido gracias al apoyo de Los Pinos en contra de la mejor opinión de la mayoría de los panistas que, en cambio, se inclinaban por Carlos Medina Plascencia; o que Santiago Creel era el candidato presidencial de los Fox y de Espino. Haremos un esfuerzo por olvidar.
La pregunta es si acaso los directamente involucrados en esta disputa ya superaron sus diferencias, o si simplemente estamos presenciando la crisis de un conflicto que se inició en la negociación de 1991 entre Carlos Salinas de Gortari, Carlos Castillo Peraza y Diego Fernández de Cevallos en la que los resultados de la elección para la gubernatura de Guanajuato fueron ignorados, el priísta Ramón Aguirre renunció a su victoria -que los panistas consideraban fraudulenta- y los dirigentes panistas de entonces propusieron a Medina Plascencia como un gobernador de compromiso, y sacrificaron sin muchos remordimientos los reclamos del candidato del PAN, Vicente Fox. Por algo sería. O sea que ellos de veras no olvidan.
La estrategia de Espino de procurarse apoyos externos al partido -inclusive acogerse a Vicente Fox, a pesar de que éste no cobija porque es un hombre que no proyecta sombra- habla de debilidad más que de fuerza. Si el presidente del PAN las tuviera todas consigo, seguramente estaría silenciando a los demás y girando instrucciones a Los Pinos. Si acaso se adoptara la reforma que propone Espino en relación con las candidaturas a los cargos de elección popular, el partido estaría abriendo la puerta también a la formación de una corriente de integrantes que le deberían todo al actual presidente de Acción Nacional, y que en un descuido hasta se vuelve una tribu. No es gratuito que la Asamblea se celebre precisamente en la ciudad de León, que en el pasado sexenio recorrió un cortísimo trecho para dejar de ser Sinarcópolis y convertirse en Foxilandia.
Los partidos políticos deben hacer reformas estatutarias periódicamente para adaptarse a cambios en el contexto, resultados electorales insatisfactorios o transformaciones de largo plazo en la organización. No obstante, es muy peligroso llevar a los documentos del partido los equilibrios de poder que son por definición coyunturales, a menos de que se congelen en los estatutos. Si Acción Nacional quiere democratizar su organización tendría que modificar las atribuciones del presidente del partido, que son muchas y muy grandes (una herencia de aquellos años en los que Acción Nacional tenía un "jefe" nacional), y que le permiten modificar acuerdos de consejos estatales, sin mayor explicación, o tomar decisiones sin consultar al Consejo Nacional. El PAN es una organización vertical, rígidamente jerarquizada. La clave para impulsar el crecimiento del partido está en cambios en este terreno antes que en una apertura indiscriminada que puede además tener efectos desestabilizadores, como los que ha tenido que superar, y no siempre con éxito, el PRD.
En la pugna entre Espino y Calderón, el primero tiene mucho más que perder que el segundo; primero, porque es un personaje más bien denso, y, segundo, porque, como bien le demostró el presidente Cárdenas al general Calles en 1937: ningún jefe de partido se le impone al jefe del Estado.
La portada del número más reciente de La Nación, el órgano oficial de Acción Nacional, anuncia en grandes letras: "Es obligación del PAN abrirse a la sociedad", que es seguramente la línea de Espino, quien desde hace semanas se ha empeñado en recurrir a la movilización de recursos extrapartidistas para fortalecerse, pues bien sabe que la militancia no está con él. Por esa misma razón fue el primero en llamar la atención de los medios acerca de sus diferencias con el Presidente de la República. Al hacerlo convirtió a la opinión pública, si no en parte del conflicto, al menos en testigo del pleito. Ahora los panistas querrían que olvidáramos este nuevo capítulo de la declaración de guerra de Espino a este gobierno, cuyas primicias fueron la afirmación que hizo a principios de este año ante la prensa, de que Felipe Calderón tenía que entender que él no era el líder del partido.
Los panistas no quieren que recordemos la historia ya larga de una relación de mutua antipatía y hostilidad. Habría entonces que olvidar que Espino llegó a la presidencia del partido gracias al apoyo de Los Pinos en contra de la mejor opinión de la mayoría de los panistas que, en cambio, se inclinaban por Carlos Medina Plascencia; o que Santiago Creel era el candidato presidencial de los Fox y de Espino. Haremos un esfuerzo por olvidar.
La pregunta es si acaso los directamente involucrados en esta disputa ya superaron sus diferencias, o si simplemente estamos presenciando la crisis de un conflicto que se inició en la negociación de 1991 entre Carlos Salinas de Gortari, Carlos Castillo Peraza y Diego Fernández de Cevallos en la que los resultados de la elección para la gubernatura de Guanajuato fueron ignorados, el priísta Ramón Aguirre renunció a su victoria -que los panistas consideraban fraudulenta- y los dirigentes panistas de entonces propusieron a Medina Plascencia como un gobernador de compromiso, y sacrificaron sin muchos remordimientos los reclamos del candidato del PAN, Vicente Fox. Por algo sería. O sea que ellos de veras no olvidan.
La estrategia de Espino de procurarse apoyos externos al partido -inclusive acogerse a Vicente Fox, a pesar de que éste no cobija porque es un hombre que no proyecta sombra- habla de debilidad más que de fuerza. Si el presidente del PAN las tuviera todas consigo, seguramente estaría silenciando a los demás y girando instrucciones a Los Pinos. Si acaso se adoptara la reforma que propone Espino en relación con las candidaturas a los cargos de elección popular, el partido estaría abriendo la puerta también a la formación de una corriente de integrantes que le deberían todo al actual presidente de Acción Nacional, y que en un descuido hasta se vuelve una tribu. No es gratuito que la Asamblea se celebre precisamente en la ciudad de León, que en el pasado sexenio recorrió un cortísimo trecho para dejar de ser Sinarcópolis y convertirse en Foxilandia.
Los partidos políticos deben hacer reformas estatutarias periódicamente para adaptarse a cambios en el contexto, resultados electorales insatisfactorios o transformaciones de largo plazo en la organización. No obstante, es muy peligroso llevar a los documentos del partido los equilibrios de poder que son por definición coyunturales, a menos de que se congelen en los estatutos. Si Acción Nacional quiere democratizar su organización tendría que modificar las atribuciones del presidente del partido, que son muchas y muy grandes (una herencia de aquellos años en los que Acción Nacional tenía un "jefe" nacional), y que le permiten modificar acuerdos de consejos estatales, sin mayor explicación, o tomar decisiones sin consultar al Consejo Nacional. El PAN es una organización vertical, rígidamente jerarquizada. La clave para impulsar el crecimiento del partido está en cambios en este terreno antes que en una apertura indiscriminada que puede además tener efectos desestabilizadores, como los que ha tenido que superar, y no siempre con éxito, el PRD.
En la pugna entre Espino y Calderón, el primero tiene mucho más que perder que el segundo; primero, porque es un personaje más bien denso, y, segundo, porque, como bien le demostró el presidente Cárdenas al general Calles en 1937: ningún jefe de partido se le impone al jefe del Estado.
Qué barbaridad con ésta señora panista hermana de doña Guadalupe, se le hace muy feo el Yunque... Que apunte sus baterías de amargura y desprecio al pueblo, directo a sus propios compañeros del partido de hiper lactantes panistas. Muy mocha y muy elitista.
Kikka Roja