Juan Villoro
6 Nov. 09
Me pregunto cómo será la literatura de los padres que han estado presentes con sus hijos. Hasta ahora las historias que tratan de la figura paterna han sido exploraciones de una persona ausente, afantasmada, el insondable desconocido de quien desciende el narrador.
Mario Vargas Llosa comienza El pez en el agua con el día sorprendente en que conoció a su padre, a los 10 años; La invención de la soledad, de Paul Auster, es la evocación de un padre al que el autor descifra por sus pertenencias, y la obra superior de nuestra narrativa, Pedro Páramo, es la búsqueda de un padre que se confunde con el mito.
El extraño señor del que deriva nuestro nombre es tema inagotable. Tres escritores acaban de urdir historias maestras sobre el asunto. Nos acompañan los muertos, de Rafael Pérez Gay, cuenta los últimos días de un padre. En esta ceremonia del adiós la curiosidad se convierte en una forma del afecto. Con idénticas dosis de ironía y entendimiento, el narrador se acerca a un padre que no pretende mejorar ni distorsionar. En su condición de hijo menor recupera una figura un tanto remota, casi legendaria, un hombre de simpatía avasallante que tiene mucho de personaje y ahora es indagado como persona. El autor invierte el procedimiento habitual para construir a un protagonista: parte de un padre ya narrado por la fabulación familiar para descubrir al hombre real que está detrás. El poderoso efecto del libro depende de este recurso; el hijo le quita "literatura" a la versión paterna de la historia, disuelve fábulas para llegar a la verdad, a la literatura que le interesa.
La enfermedad y el deterioro son narrados con la entereza que Philip Roth volvió clásica en Patrimonio. La herencia de un hijo, su lote definitivo, es el cuerpo devastado de su padre.
Aunque todo libro de despedida es melancólico, Nos acompañan los muertos está lleno de humor. La eficacia de la escritura irónica depende de que el autor la ejerza sobre sí mismo. Pérez Gay finge enredarse en sus recuerdos y comenta a cada rato: "no sé si ya dije..."; sus distracciones se convierten en una virtud: los recuerdos parecen surgir en tiempo real, con las pródigas urgencias de una memoria indecisa y autocrítica. Pero sobre todo, Nos acompañan los muertos es un ejercicio de empatía: la indagación de la verdad puede complicar una historia, pero no destruirla; conocer a fondo es un acto de amor.
Si Nos acompañan los muertos procura saberlo todo acerca de un padre, Anatomía de un instante, del español Javier Cercas, representa una forma indirecta y sin embargo reveladora de la biografía. Como tantos hijos, Cercas sólo se unió a su padre a través de una discrepancia: discutían acaloradamente sobre Adolfo Suárez, artífice de la transición española. Convencidos de que la polémica brinda más palabras que el acuerdo, se pelearon durante años por ese tema. El padre admiraba sin fisuras al político provinciano que se encumbró en la Falange para desmontarla después, y el hijo consideraba que era un oportunista sin escrúpulos. Una imagen lo cambió todo. Cercas revisó en forma obsesiva la escena que decidió la vida reciente de España: el momento en que el teniente coronel Tejero entró al Congreso a dar un golpe de Estado. Ante las ráfagas de los fusiles, sólo tres personas permanecieron en sus asientos, indiferentes a la amenaza: el presidente Suárez, el ministro de Defensa Gutiérrez Mellado y el líder comunista Santiago Carrillo. Curiosamente, los tres habían luchado para liquidar los principios en los que una vez creyeron. Suárez acabó con el franquismo, Gutiérrez Mellado con el ejército ajeno al poder civil y Carrillo con el comunismo ortodoxo. Se habían apartado de lo que defendieron durante décadas para defender por un instante lo único que podía unirlos: la endeble democracia. Cercas reconstruye en forma apasionante el golpe. Un hombre solitario, sentado en su escaño, aguarda la muerte ante los militares. Le ordenan tirarse al piso pero no lo hace. Ese hombre es el presidente de España. Entender el gesto significa para Cercas entender a su padre, descubrir que tal vez tenía razón y que la lejanía en que vivieron puede reunirlos en la historia patria, esa herencia de lo ajeno que resulta propio.
Por su parte, el venezolano Alberto Barrera Tyszka concluye su excepcional libro Crímenes con el cuento "Las venas abiertas", que trata de un guerrillero que regresa a casa. Como prófugo era un símbolo; como pariente es un desastre. El hijo lo odia en la vida cotidiana con la misma intensidad con que lo admiró en la ausencia: "Su padre, demasiado rápido, dejó de ser un mito". El guerrillero al que la imaginación dotaba de melena guevarista es un calvo demasiado torpe para el afecto. Esta desmitificación paterna resume la dificultad de ser hijo.
Dispersos, lejanos, evanescentes, los padres se vuelven próximos al ser escritos. Hamlet contempla el esquivo fantasma de su padre y oye estas palabras: "Adiós, Hamlet, adiós: acuérdate de mí".
Mario Vargas Llosa comienza El pez en el agua con el día sorprendente en que conoció a su padre, a los 10 años; La invención de la soledad, de Paul Auster, es la evocación de un padre al que el autor descifra por sus pertenencias, y la obra superior de nuestra narrativa, Pedro Páramo, es la búsqueda de un padre que se confunde con el mito.
El extraño señor del que deriva nuestro nombre es tema inagotable. Tres escritores acaban de urdir historias maestras sobre el asunto. Nos acompañan los muertos, de Rafael Pérez Gay, cuenta los últimos días de un padre. En esta ceremonia del adiós la curiosidad se convierte en una forma del afecto. Con idénticas dosis de ironía y entendimiento, el narrador se acerca a un padre que no pretende mejorar ni distorsionar. En su condición de hijo menor recupera una figura un tanto remota, casi legendaria, un hombre de simpatía avasallante que tiene mucho de personaje y ahora es indagado como persona. El autor invierte el procedimiento habitual para construir a un protagonista: parte de un padre ya narrado por la fabulación familiar para descubrir al hombre real que está detrás. El poderoso efecto del libro depende de este recurso; el hijo le quita "literatura" a la versión paterna de la historia, disuelve fábulas para llegar a la verdad, a la literatura que le interesa.
La enfermedad y el deterioro son narrados con la entereza que Philip Roth volvió clásica en Patrimonio. La herencia de un hijo, su lote definitivo, es el cuerpo devastado de su padre.
Aunque todo libro de despedida es melancólico, Nos acompañan los muertos está lleno de humor. La eficacia de la escritura irónica depende de que el autor la ejerza sobre sí mismo. Pérez Gay finge enredarse en sus recuerdos y comenta a cada rato: "no sé si ya dije..."; sus distracciones se convierten en una virtud: los recuerdos parecen surgir en tiempo real, con las pródigas urgencias de una memoria indecisa y autocrítica. Pero sobre todo, Nos acompañan los muertos es un ejercicio de empatía: la indagación de la verdad puede complicar una historia, pero no destruirla; conocer a fondo es un acto de amor.
Si Nos acompañan los muertos procura saberlo todo acerca de un padre, Anatomía de un instante, del español Javier Cercas, representa una forma indirecta y sin embargo reveladora de la biografía. Como tantos hijos, Cercas sólo se unió a su padre a través de una discrepancia: discutían acaloradamente sobre Adolfo Suárez, artífice de la transición española. Convencidos de que la polémica brinda más palabras que el acuerdo, se pelearon durante años por ese tema. El padre admiraba sin fisuras al político provinciano que se encumbró en la Falange para desmontarla después, y el hijo consideraba que era un oportunista sin escrúpulos. Una imagen lo cambió todo. Cercas revisó en forma obsesiva la escena que decidió la vida reciente de España: el momento en que el teniente coronel Tejero entró al Congreso a dar un golpe de Estado. Ante las ráfagas de los fusiles, sólo tres personas permanecieron en sus asientos, indiferentes a la amenaza: el presidente Suárez, el ministro de Defensa Gutiérrez Mellado y el líder comunista Santiago Carrillo. Curiosamente, los tres habían luchado para liquidar los principios en los que una vez creyeron. Suárez acabó con el franquismo, Gutiérrez Mellado con el ejército ajeno al poder civil y Carrillo con el comunismo ortodoxo. Se habían apartado de lo que defendieron durante décadas para defender por un instante lo único que podía unirlos: la endeble democracia. Cercas reconstruye en forma apasionante el golpe. Un hombre solitario, sentado en su escaño, aguarda la muerte ante los militares. Le ordenan tirarse al piso pero no lo hace. Ese hombre es el presidente de España. Entender el gesto significa para Cercas entender a su padre, descubrir que tal vez tenía razón y que la lejanía en que vivieron puede reunirlos en la historia patria, esa herencia de lo ajeno que resulta propio.
Por su parte, el venezolano Alberto Barrera Tyszka concluye su excepcional libro Crímenes con el cuento "Las venas abiertas", que trata de un guerrillero que regresa a casa. Como prófugo era un símbolo; como pariente es un desastre. El hijo lo odia en la vida cotidiana con la misma intensidad con que lo admiró en la ausencia: "Su padre, demasiado rápido, dejó de ser un mito". El guerrillero al que la imaginación dotaba de melena guevarista es un calvo demasiado torpe para el afecto. Esta desmitificación paterna resume la dificultad de ser hijo.
Dispersos, lejanos, evanescentes, los padres se vuelven próximos al ser escritos. Hamlet contempla el esquivo fantasma de su padre y oye estas palabras: "Adiós, Hamlet, adiós: acuérdate de mí".
Pérez Gay, Cercas y Barrera Tyszka han sabido escuchar el ruego de ese espectro.
kikka-roja.blogspot.com/