Juan Villoro
1 May. 09 reforma.com
La epidemia del virus porcino ha cambiado los hábitos de la capital. La transformación más evidente son los rectángulos de tela en las caras de la población, que aportan tonalidad celeste a una ciudad donde el cielo es mero polvo. Los que no son guapos, por lo menos se han vuelto misteriosos.
Enfrentamos la catástrofe unificados por una prenda. No siempre es fácil decir "nosotros". ¿Qué representa la palabra?, ¿qué clase de identidad convoca? Una tribu adicta a la compañía atraviesa el infierno del aislamiento y la falta de aglomeraciones. ¿Quiénes somos? Los del rostro con una tela azul.
Aparte de eso, sabemos poco. ¿Por qué brotó aquí un virus inédito? ¿Por qué el gobierno tardó en declarar la emergencia y lo hizo a las once de la noche, cuando muchos ya dormían? ¿Por qué, si la influenza ha cobrado pocas vidas, hay tantas muertes?
Llama la atención que el mapa genómico del virus se haya tenido que hacer en Estados Unidos y Canadá. ¿Tan atrasados estamos en esa materia o no se confía en los resultados locales?
El secretario de Salud ha comentado que ofrece la información como le llega de los hospitales. No podemos esperar que sea muy certera. Vivimos en un país donde un paciente contrae neumonía porque lo olvidaron en un cuarto helado y aguardó varias horas sin camisa para que le hicieran una placa de tórax.
Un conocido acaba de fallecer en la siguiente circunstancia. Llegó a un hospital privado con un cuadro de neumonía. Ahí se enteró de que su seguro no cubriría los gastos y fue trasladado a un hospital público, donde murió a las pocas horas. Tal vez se habría salvado sin ese ajetreo.
Las negligencias también pasan a las historias clínicas. En caso de duda, un mexicano muere por congestión múltiple, es decir, por un tamal de más o de menos.
Los médicos han dicho que se dispone de medicamentos y la epidemia se controlará si se rompe el proceso de transmisión del virus y se evitan aglomeraciones. Esto tranquiliza respecto a la influenza porcina. Lo preocupante son las condiciones de salud del país. De cada 100 personas que presentan síntomas, cinco mueren. Los pacientes llegan tarde a los hospitales, muchas veces los atienden mal y están debilitados por otras dolencias.
La influenza ha ofrecido una radiografía de la nación. Los partidos de futbol se celebran a puerta cerrada como una metáfora de la calidad de nuestro balompié y el gobierno federal y el local no acaban de ponerse de acuerdo. La crisis ha llegado al mole. ¿Es una medida acertada cerrar los restaurantes? Si uno considera que al sentarse a una mesa se encuentra a unos centímetros de caras ajenas (que para comer deben despojarse del cubrebocas), el cierre no parece exagerado. En mi última visita a una taquería, el mesero llegó con la charola de los postres. Mientras los ofrecía, tocó cada uno con un bolígrafo. ¿Había cedido antes a la muy humana costumbre de chupar la pluma? Con todo y cubrebocas, un estornudo puede hacer que el virus llegue a nuestra cita con una gringa.
El secretario de Salud le hace la autopsia a los expedientes con el fin de tranquilizar a la población. Sin embargo, ha generado incertidumbre. Imaginemos una trama de ciencia ficción en la que unos alienígenas envidiosos de nuestra agua aterrizan armados de un virus letal. Hay 159 muertes. El planeta cae en la zozobra y la OMS anuncia: "Sólo siete de los muertos recibieron el virus". ¿Es esto tranquilizador? Por supuesto que no. ¿Y los demás fallecidos? Hay 152 incógnitas. Ser vencido por un adversario ilocalizable provoca mayor angustia.
Otra pregunta que ronda la imaginación es: ¿qué tan mexicano es el virus? El secretario de Salud dijo que no lo es mucho, pues tiene un componente euroasiático. El tema no debería inquietarnos. ¿Es una ofensa para España que haya gripe "española"?
En la utopía negativa que imaginó George Orwell, la población es vigilada por un ojo tiránico: Big Brother. Nuestra frívola época convirtió esa amenaza en un morboso espectáculo mediático. El mal no llegó por lo que vemos a distancia, sino por lo que ocurre en invisible cercanía. El cerdo nos ha integrado a su familia. Pig Brother nos abraza.
Hace unos meses, mi padre donó su biblioteca a la Universidad de Michoacán. Poco antes de que pasaran por los libros, permitió que sus hijos nos quedáramos con algunos volúmenes. Escogí una primera edición de La peste, de Albert Camus. Mi padre subrayó este pasaje en 1947: "Se puede decir que la invasión brutal de la enfermedad ha tenido como primer efecto el de obligar a nuestros conciudadanos a actuar como si no tuvieran sentimientos individuales".
¿Quiénes somos? Los del cubrebocas. Una prenda nos unifica y revela novedades: los ojos de Lorena son más hermosos. Y cuando el cubrebocas reposa en su cuello, recuperamos el milagro de ver un rostro. ¿Qué lección dejará la enfermedad? Entre otras, el renovado asombro de vernos cara a cara.