“Si mi hijo lo hizo, de seguro fue por hambre”. Cuando leí esta frase que al final supe que era de la señora madre de El Pozolero, después de ver cómo los naturalizados y desnaturalizados sirven para maldita la cosa en términos futbolísticos, de inmediato pensé que se trataba de alguna de las progenitoras de Ernesto Zedillo y Felipe Calderón, en su lucha por tratar de explicar la reunión de ambos personajes en un restaurante en Davos, Suiza, donde el capitalismo salvaje hizo su nido. Una reunión tan alegre y cordial que cualquiera diría de que se la pasaron comparando a Carlos Salinas con Ricardo Antonio Lavolpe.
Mientras el libre mercado y la globalización veían crujir sus cimientos bajo el peso de una crisis a la que le hacen falta los ritmos de Chico Che (¿Quién pompó, rescatito financiero, quién pompó?), ellos se la pasaban bomba intercambiando métodos para conformar un nuevo y mejorado Error de diciembre. O, mejor aún, el multichambas don Neto aprovechó la oportunidad para explicarle a Jelipillo los mejores métodos para regañar a sus secretarios (“Sí, yo le hablaba a Serra Puche y a Espinosa Villarreal a las cuatro de la mañana y los ponía a parir chayotes”), pues el jalón de orejas que le aplicó el panista a Guillermo el Dr. House Ortiz y a suavecito Doktor Karstenstein, estuvo más bien supertibio.
Quiero creer que Calderón quiso mentarles su diez de mayo, atiborrarlos de señas obscenas, indecorosas, indignas desde la vieja Europa por ponerlo en evidencia. Pero, se aguantó por temor a ser sancionado por los reglamentos de policía y buen gobierno que en muchas ciudades de la avanzada y progresista patria mexicana son consideradas delictuosas.
O sea. Ya no puedes fumar, no puedes besarte olímpicamente en la calle, echar una firma de emergencia de pie sobre la tierra junto a un árbol, y ahora tampoco puedes manifestarte a fuerza de improperios de alto octanaje cuando algún congénere de esos que no pasarían el antidoping del sentido común y la ordinariez, te saca de tus cabales, como cualquier sesión en San Lázaro.
Esta idea de que las manualidades supuestamente contrarias a la moral sean consideradas sólo como armamento para uso exclusivo del Ejército, es una infamia. ¿Cómo esperan que la mexicaniza atormentada por las rentas de la crisis de su civilización, se desestrese y exorcice, si el clásico “!Ah chingá, chingá, chingá!”, símbolo claro del sospechosismo, ha sido desterrado de su vocabulario?
Las groserías no siempre son justas, pero de que son necesarias, no hay duda.
jairo.calixto@milenio.comMientras el libre mercado y la globalización veían crujir sus cimientos bajo el peso de una crisis a la que le hacen falta los ritmos de Chico Che (¿Quién pompó, rescatito financiero, quién pompó?), ellos se la pasaban bomba intercambiando métodos para conformar un nuevo y mejorado Error de diciembre. O, mejor aún, el multichambas don Neto aprovechó la oportunidad para explicarle a Jelipillo los mejores métodos para regañar a sus secretarios (“Sí, yo le hablaba a Serra Puche y a Espinosa Villarreal a las cuatro de la mañana y los ponía a parir chayotes”), pues el jalón de orejas que le aplicó el panista a Guillermo el Dr. House Ortiz y a suavecito Doktor Karstenstein, estuvo más bien supertibio.
Quiero creer que Calderón quiso mentarles su diez de mayo, atiborrarlos de señas obscenas, indecorosas, indignas desde la vieja Europa por ponerlo en evidencia. Pero, se aguantó por temor a ser sancionado por los reglamentos de policía y buen gobierno que en muchas ciudades de la avanzada y progresista patria mexicana son consideradas delictuosas.
O sea. Ya no puedes fumar, no puedes besarte olímpicamente en la calle, echar una firma de emergencia de pie sobre la tierra junto a un árbol, y ahora tampoco puedes manifestarte a fuerza de improperios de alto octanaje cuando algún congénere de esos que no pasarían el antidoping del sentido común y la ordinariez, te saca de tus cabales, como cualquier sesión en San Lázaro.
Esta idea de que las manualidades supuestamente contrarias a la moral sean consideradas sólo como armamento para uso exclusivo del Ejército, es una infamia. ¿Cómo esperan que la mexicaniza atormentada por las rentas de la crisis de su civilización, se desestrese y exorcice, si el clásico “!Ah chingá, chingá, chingá!”, símbolo claro del sospechosismo, ha sido desterrado de su vocabulario?
Las groserías no siempre son justas, pero de que son necesarias, no hay duda.
kikka-roja.blogspot.com/
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