Ramos en la Soledad
Cristina Barros y Marco Buenrostro
La ciudad de México no ha perdido el encanto de los días que abarcan las celebraciones de Semana Santa. Se conserva en algunos lugares la costumbre de poner el altar de Dolores. Así ocurre, comenta nuestra amiga Alicia Bazarte, en el caso de las señoritas Cristina y Eloísa Galán. Ellas colocaron su imagen entre germinados de trigo, azucenas, las siete veladoras, pañuelos bordados y papel picado. Ofrecieron aguas frescas: las de chía y horchata son las lágrimas de la virgen; la de jamaica, la sangre de Cristo, y la de tamarindo, su sudor.
Es un placer para los sentidos visitar con ella la iglesia de La Soledad antes del Domingo de Ramos. Desde Anillo de Circunvalación se ven numerosas personas con bolsas llenas de ramos que venderán en los atrios de las iglesias de toda la ciudad; algunas mujeres conservan la bella costumbre de llevarlos atados con el rebozo, cargados en la espalda.
Conforme se avanza por la calle de Manzanares llega, además del bullicio de compradores, artesanos e intermediarios ahí reunidos, el aroma de la manzanilla, del laurel y del romero, que se venden en macizos.
Ahí se pueden encontrar los ramos ya hechos que provienen de Puebla, del estado de México e incluso de la Mixteca oaxaqueña. Personas de esas poblaciones los adquirieron con sus vecinos y vecinas. De Michoacán son los ramos hechos con tallos de trigo o panicua. Pueden llevar figuras de totomoxtle, o cristos cuya cruz se teje también con panicua.
Hay artesanos que ahí mismo elaboran, hábiles y creativos, diversos diseños hechos con palma tejida. Muchos son del color natural de la palma; también se ofrecen cálices con resplandores de colores diversos: amarillo, rojo, guinda, rosa mexicano, magenta, morado con leves toques de diamantina e imágenes impresas.
En más de seis cuadras en torno al atrio de la bella iglesia del siglo XVIII se forma una comunidad. Muchos de los artesanos y vendedores acampan durante más de tres días, pues hasta ahí llegarán a surtirse de materia prima o de ramos ya terminados, cientos de personas. Antiguamente las flores para los ramos se adquirían en Santa Anita y, desde entonces, las palmas en La Soledad.
La vida del barrio transcurre paralela. En los diálogos se nota la confianza en las relaciones. Una mujer pregunta a quien tiene un puesto semifijo de comida cuánto debe, y la dueña le hace cuentas pormenorizadas de lo que adquirió la familia desde el día anterior. No queda duda; se hace el pago sin chistar, sabiendo que esas quesadillas, tortas y sincronizadas de seguro fueron consumidas. Desde pequeñas fondas se surte bajo pedido a quienes vienen de fuera a la vendimia.
Es un placer para los sentidos visitar con ella la iglesia de La Soledad antes del Domingo de Ramos. Desde Anillo de Circunvalación se ven numerosas personas con bolsas llenas de ramos que venderán en los atrios de las iglesias de toda la ciudad; algunas mujeres conservan la bella costumbre de llevarlos atados con el rebozo, cargados en la espalda.
Conforme se avanza por la calle de Manzanares llega, además del bullicio de compradores, artesanos e intermediarios ahí reunidos, el aroma de la manzanilla, del laurel y del romero, que se venden en macizos.
Ahí se pueden encontrar los ramos ya hechos que provienen de Puebla, del estado de México e incluso de la Mixteca oaxaqueña. Personas de esas poblaciones los adquirieron con sus vecinos y vecinas. De Michoacán son los ramos hechos con tallos de trigo o panicua. Pueden llevar figuras de totomoxtle, o cristos cuya cruz se teje también con panicua.
Hay artesanos que ahí mismo elaboran, hábiles y creativos, diversos diseños hechos con palma tejida. Muchos son del color natural de la palma; también se ofrecen cálices con resplandores de colores diversos: amarillo, rojo, guinda, rosa mexicano, magenta, morado con leves toques de diamantina e imágenes impresas.
En más de seis cuadras en torno al atrio de la bella iglesia del siglo XVIII se forma una comunidad. Muchos de los artesanos y vendedores acampan durante más de tres días, pues hasta ahí llegarán a surtirse de materia prima o de ramos ya terminados, cientos de personas. Antiguamente las flores para los ramos se adquirían en Santa Anita y, desde entonces, las palmas en La Soledad.
La vida del barrio transcurre paralela. En los diálogos se nota la confianza en las relaciones. Una mujer pregunta a quien tiene un puesto semifijo de comida cuánto debe, y la dueña le hace cuentas pormenorizadas de lo que adquirió la familia desde el día anterior. No queda duda; se hace el pago sin chistar, sabiendo que esas quesadillas, tortas y sincronizadas de seguro fueron consumidas. Desde pequeñas fondas se surte bajo pedido a quienes vienen de fuera a la vendimia.
marcri44@yahoo.com.mx
kikka-roja.blogspot.com/
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