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viernes, 8 de mayo de 2009

Virus invasores y discurso histórico: José Antonio Crespo

08-May-2009
Horizonte político
José A. Crespo
Virus invasores y discurso histórico

La epidemia del virus hacía obligatorio dejar de lado, por ahora, el discurso contra los capos. Tocó ahora al A H1N1 representar a los invasores.

Sabemos que los políticos de todo el mundo utilizan la historia para sus propios fines, adaptando fechas y ceremonias históricas a los problemas del momento. Así ocurrió a propósito del 5 de Mayo. Suele utilizarse la comparación de los enemigos de antaño —en este caso las tropas de Napoleón III— con los vigentes al día de hoy. El año pasado, los enemigos equiparables a los invasores fueron los narcotraficantes. Y los policías y los soldados evocaban a los héroes de Guadalupe y Loreto. “Igual que los héroes de la Batalla de Puebla, seremos intransigentes contra quienes pretenden destruir el tejido de nuestra sociedad y envenenar a la juventud”, dijo entonces Felipe Calderón. No deja de ser paradójico que dicha comparación conlleve un mal presagio, pues los franceses, ese 5 de mayo de 1862, fueron derrotados sólo temporalmente. No todos los mexicanos recuerdan que ellos retornaron al año siguiente con mayor fuerza y destruyeron al Ejército Mexicano, por lo que Benito Juárez se vio obligado a abandonar la capital y emprender su largo peregrinar. Hasta ahora, así ha ocurrido también con los cárteles de la droga: a cada victoria de nuestras agencias de seguridad sobre ellos, hay un reflujo destructor de nuestra seguridad pública y nacional.

Desde luego, la epidemia del virus hacía obligatorio dejar de lado, por ahora, el discurso contra los capos. Tocó ahora al A H1N1 representar a los invasores, y a los médicos y enfermeras, el de los defensores de Loreto y Guadalupe. Y, sin decirlo, probablemente el papel de Zaragoza recayó sobre el secretario de Salud, José Ángel Córdova, de acuerdo con la metáfora histórica de Calderón. El discurso es, en todo caso, recurrente, de modo que si el año que viene hay ya una “normalización” económica (ojalá así sea), entonces la crisis que hoy enfrentamos en ese ámbito hará las veces de las tropas de Luis Napoleón, y Agustín Carstens será implícitamente el Zaragoza de esa batalla. En ese discurso, válido para toda ocasión, la unidad de los mexicanos constituye un valor fundamental. Cuando estamos unidos, se dice, nada nos detiene, nada nos derrota. El problema es que dicha unidad ha sido también más una ficción que una realidad, aun en mayo de 1862. Al grado en el cual, Charles Ferdinand de Laurencez, al llegar a México, proclamó: “Mexicanos, no hemos venido aquí para intervenir en vuestras disputas… sino para terminar con ellas”. Junto a los generales franceses iban asesores y militares mexicanos, como Juan Nepomuceno Almonte, hijo de Morelos, quien recomendó no atacar Puebla por el lado de los fuertes, sino por un flanco menos protegido. El general francés quiso resaltar su propia gloria yendo por la vía más difícil y despreció los consejos de Almonte. Pero justamente esos fuertes contuvieron a las tropas galas, aunque con la ayuda de los “elementos de la naturaleza”, pues en pleno ataque cayó una torrencial lluvia —acompañada de granizo—, que actuó sobre los invasores como una dosis de Tamiflu sobre el mortífero virus. Ello, sin demeritar el heroísmo de los defensores mexicanos ni de sus oficiales (entre quienes se hallaba también Porfirio Díaz). Muchos mexicanos, dispersos en diversas partes del territorio nacional, respaldaban a los franceses, empezando por Puebla misma, cuyos habitantes se preparaban para recibirlos con gran ceremonia y festivamente. Así que, al enterarse del triunfo mexicano, cayeron en profundo desánimo. Y el arzobispo de Puebla, en represalia, ordenó negar los servicios religiosos a los soldados liberales. Por lo cual, Zaragoza le escribió a Juárez: “Qué bueno sería quemar a Puebla. Está de luto por los acontecimientos del cinco. Es triste pero es una realidad lamentable”. No, ni siquiera ese 5 de mayo había, pues, unidad entre los mexicanos, y precisamente por ello pudieron los franceses regresar al año siguiente, destrozar a nuestro Ejército y ocupar la capital, donde fueron recibidos con gran algarabía, repique de campanas y Te Deums.

Regresando a nuestros días, y a la batalla que recientemente “ganamos” a ese virus de influenza, el mensaje de Calderón fue que las “armas médicas se cubrieron de gloria”, si bien se discute si hubo oportunidad y proporción en las medidas tomadas y si estábamos debidamente preparados para enfrentar un virus desconocido —contrariamente a lo dicho por Felipe—, dado el desmantelamiento, en la “era neoliberal”, de laboratorios e instrumentos especializados, y teniendo una red ineficaz de información (en otras palabras, se “cayó el sistema”) y una investigación científica cada vez más descuidada, así como una gran injusticia socioeconómica en la provisión de servicios sanitarios y el rechazo a muchos pacientes contagiados y mucha negligencia médica. Pero no sólo ganamos esta batalla contra los invasores virales sino que aquí, en nuestra humilde trinchera, “hemos defendido a toda la humanidad de la propagación de este virus”, esfuerzo que será recompensado con una “cuarentena turística” que dañará aún más a nuestra apaleada economía.

En el otro extremo, resulta absurda y lamentable la exclamación de Andrés López Obrador: “Qué influenza ni qué ocho cuartos… no hay ningún problema”. Con ello descalifica de plano los esfuerzos antiepidémicos —sujetos de cualquier manera a evaluación más rigurosa— del gobierno federal y de Marcelo Ebrard, quien incluso tomó medidas más severas de precaución frente al riesgo viral. López Obrador podría generar un peligroso descuido en los muchos que creen en él. Y es que así como en 1863 regresaron los franceses y destrozaron nuestro Ejército, el virus podría retornar con bastante más virulencia —el famoso “rebote”, según especialistas (quienes recuerdan que la influenza de 1918 no provocó muchas muertes en su primera oleada, sino en las siguientes)—.

Resulta absurda y lamentable la exclamación de Andrés López Obrador: “Qué influenza ni qué ocho cuartos... no hay ningún problema”.


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