Horizonte político
José A. Crespo
Efectos políticos
Los pocos días que han pasado desde cuando se decretó la epidemia viral (y cuya primera denominación ha afectado injustamente a los porcicultores, sobre todo mexicanos, y provocó el sacrificio de 300 mil puercos en Egipto) han generado elevados costos a la economía mexicana: las diversas contingencias constituyen un golpe a los planes de superación de la crisis económica, de por sí grave. Los daños dependerán de la duración y la eficacia de la contingencia y, por tanto, no se pueden ahora estimar con precisión. Menos claros son los efectos políticos y los costos para los gobiernos nacional y estatales. Eso dependerá de su futuro desempeño, si bien algunos adelantan versiones sobre retrasos y malos manejos de la crisis sanitaria. La mayoría ciudadana, según encuestas, valora bien lo hecho hasta ahora. Y, sin embargo, hay varios testimonios de negligencia médica que reflejan el desorden y la improvisación que nos caracterizan como país. Y la decisión sobre los restaurantes en la capital resulta sumamente cuestionable (las filas para llevar comida pueden ser más peligrosas que comer cada quien en su mesa). Y ya hay escasez de materiales preventivos, rechazo en hospitales de enfermos con la sintomatología, y cifras oficiales confusas. Pero ya vendrá la evaluación general.
Un elemento clave en la comunicación sobre una epidemia es buscar el equilibrio para que la gente tome en serio la gravedad del asunto y siga puntualmente las medidas de prevención, mas sin caer en el pánico. Pero otro virus muy perjudicial, resurgido a raíz de la emergencia, es la rumorología, cuya capacidad de contagio parece mayor que la de la “influenza humana”. Dice un Diccionario Político (1999) que, “conforme la información viaja de persona a persona, se va deformando hasta perder su exactitud… Los rumores surgen de situaciones que no están adecuadamente definidas como cuando ha habido una ruptura en la rutina diaria que no se esperaba, cuando hay un cambio importante en el medio ambiente, cuando hay que enfrentar alternativas cuyos resultados son inciertos, cuando las personas están bajo una tensión permanente”, entre otras. Como rasgos esenciales de los rumores, se apuntan los siguientes: “Pocas veces conservan su esencia original; se extienden a gran velocidad; a su narrativa se agregan envidia y rencores; se transmiten más en comunidades que utilizan canales informales poco eficientes de comunicación; las buenas noticias viajan menos rápido que las malas”. Pero la falta de credibilidad en las instituciones y las autoridades es clave, más en un país como México, donde suele creerse exactamente lo contrario a lo que expresan funcionarios y autoridades. Así, “cuando existe desconfianza en las fuentes oficiales —dice este Diccionario—, entonces los individuos acuden unos a otros para la obtención de noticias”.
En efecto, los rumores no se hicieron esperar. Ahí esta la patética versión de que todo se circunscribe a un ardid del gobierno federal para distraer al público de otros problemas y obtener ganancia político-electoral. Otra versión hace el siguiente silogismo: “A) Desde hace más de dos años la industria farmacéutica a nivel mundial tenía problemas financieros por la baja en la venta de medicamentos; B) Si no creas guerras, crea enfermedades (la economía mundial debería ponerse en marcha); C) México, perfecto trampolín para lanzar la enfermedad, de aquí saldrían turistas a diferentes partes del mundo, pero, curiosamente, los países que reportan enfermos que visitaron México y que están reforzando su cerco sanitario son los que integran el G-7; D) De antemano es un alivio para el Banco Mundial y las bolsas del mundo”. En el otro extremo, circula una “teoría” sobre un ataque bio-terrorista que viene de los países ricos, con el propósito específico de mermar la población mexicana. Células infectadas con el virus habrían sido rociadas desde aviones, con la complicidad y anuencia del gobierno mexicano. Hay también recetas naturistas que presuntamente curan la enfermedad ipso facto.
Historias como de marcianos o de esas que invocan las peores catástrofes. Pero siempre habrá quien las crea, lo que alimenta en esa medida la indiferencia o el pánico. El miedo no anda en burro; la suspicacia, tampoco. El problema se incrementa por la falta de confianza y de credibilidad en nuestras autoridades, que en situaciones de emergencia se vuelve fatal. La suspicacia hacia nuestras autoridades se ha amainado por la coincidencia de instituciones internacionales y gobiernos extranjeros en la alarma general. Las sospechas proliferan, en parte, por el tipo de decisiones que se discuten o toman en el Congreso sin la debida atención pública, que está concentrada en la emergencia. Tales como la ley que capacita al Ejecutivo para decretar “estado de emergencia”, la legalización del Ejército en funciones policiales, la modificación de la ley de acción colectiva —con vergonzosa unanimidad— en detrimento de los ciudadanos y a favor de las grandes corporaciones empresariales, una que despenaliza el consumo de drogas (y con la que concuerdo), y otras iniciativas legisladas al vapor. Si el país está en contingencia, ¿por qué no mejor detener también la “producción” legislativa mientras no se normalice la situación, para no evadir el escrutinio público, ni facilitar la proliferación de ese inevitable sospechosismo?
De hecho, las campañas electorales no podrán desplegare de manera normal, según ha recomendado el IFE. Los partidos se han comprometido a no sacar “raja electoral” de este asunto, como sí lo han hecho respecto del narcotráfico. Incluso, desde ayer por la mañana se hablaba de posponer los comicios. “Estamos preparados para cualquier eventualidad en el sentido de tener que redefinir los plazos del proceso electoral”, dijo Leonardo Valdés (29/IV/09). Pero el secretario de Salud no ha considerado necesario aplazar el día de la elección. Quién sabe más adelante.
Historias de marcianos o que invocan las peores catástrofes siempre habrá quien las crea, lo que alimenta en esa medida el pánico.
Un elemento clave en la comunicación sobre una epidemia es buscar el equilibrio para que la gente tome en serio la gravedad del asunto y siga puntualmente las medidas de prevención, mas sin caer en el pánico. Pero otro virus muy perjudicial, resurgido a raíz de la emergencia, es la rumorología, cuya capacidad de contagio parece mayor que la de la “influenza humana”. Dice un Diccionario Político (1999) que, “conforme la información viaja de persona a persona, se va deformando hasta perder su exactitud… Los rumores surgen de situaciones que no están adecuadamente definidas como cuando ha habido una ruptura en la rutina diaria que no se esperaba, cuando hay un cambio importante en el medio ambiente, cuando hay que enfrentar alternativas cuyos resultados son inciertos, cuando las personas están bajo una tensión permanente”, entre otras. Como rasgos esenciales de los rumores, se apuntan los siguientes: “Pocas veces conservan su esencia original; se extienden a gran velocidad; a su narrativa se agregan envidia y rencores; se transmiten más en comunidades que utilizan canales informales poco eficientes de comunicación; las buenas noticias viajan menos rápido que las malas”. Pero la falta de credibilidad en las instituciones y las autoridades es clave, más en un país como México, donde suele creerse exactamente lo contrario a lo que expresan funcionarios y autoridades. Así, “cuando existe desconfianza en las fuentes oficiales —dice este Diccionario—, entonces los individuos acuden unos a otros para la obtención de noticias”.
En efecto, los rumores no se hicieron esperar. Ahí esta la patética versión de que todo se circunscribe a un ardid del gobierno federal para distraer al público de otros problemas y obtener ganancia político-electoral. Otra versión hace el siguiente silogismo: “A) Desde hace más de dos años la industria farmacéutica a nivel mundial tenía problemas financieros por la baja en la venta de medicamentos; B) Si no creas guerras, crea enfermedades (la economía mundial debería ponerse en marcha); C) México, perfecto trampolín para lanzar la enfermedad, de aquí saldrían turistas a diferentes partes del mundo, pero, curiosamente, los países que reportan enfermos que visitaron México y que están reforzando su cerco sanitario son los que integran el G-7; D) De antemano es un alivio para el Banco Mundial y las bolsas del mundo”. En el otro extremo, circula una “teoría” sobre un ataque bio-terrorista que viene de los países ricos, con el propósito específico de mermar la población mexicana. Células infectadas con el virus habrían sido rociadas desde aviones, con la complicidad y anuencia del gobierno mexicano. Hay también recetas naturistas que presuntamente curan la enfermedad ipso facto.
Historias como de marcianos o de esas que invocan las peores catástrofes. Pero siempre habrá quien las crea, lo que alimenta en esa medida la indiferencia o el pánico. El miedo no anda en burro; la suspicacia, tampoco. El problema se incrementa por la falta de confianza y de credibilidad en nuestras autoridades, que en situaciones de emergencia se vuelve fatal. La suspicacia hacia nuestras autoridades se ha amainado por la coincidencia de instituciones internacionales y gobiernos extranjeros en la alarma general. Las sospechas proliferan, en parte, por el tipo de decisiones que se discuten o toman en el Congreso sin la debida atención pública, que está concentrada en la emergencia. Tales como la ley que capacita al Ejecutivo para decretar “estado de emergencia”, la legalización del Ejército en funciones policiales, la modificación de la ley de acción colectiva —con vergonzosa unanimidad— en detrimento de los ciudadanos y a favor de las grandes corporaciones empresariales, una que despenaliza el consumo de drogas (y con la que concuerdo), y otras iniciativas legisladas al vapor. Si el país está en contingencia, ¿por qué no mejor detener también la “producción” legislativa mientras no se normalice la situación, para no evadir el escrutinio público, ni facilitar la proliferación de ese inevitable sospechosismo?
De hecho, las campañas electorales no podrán desplegare de manera normal, según ha recomendado el IFE. Los partidos se han comprometido a no sacar “raja electoral” de este asunto, como sí lo han hecho respecto del narcotráfico. Incluso, desde ayer por la mañana se hablaba de posponer los comicios. “Estamos preparados para cualquier eventualidad en el sentido de tener que redefinir los plazos del proceso electoral”, dijo Leonardo Valdés (29/IV/09). Pero el secretario de Salud no ha considerado necesario aplazar el día de la elección. Quién sabe más adelante.
Historias de marcianos o que invocan las peores catástrofes siempre habrá quien las crea, lo que alimenta en esa medida el pánico.
kikka-roja.blogspot.com/
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